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Teología de la Liberación. Los Profetas.


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#41 Ge. Pe.

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Publicado el 31 agosto 2007 - 04:28

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VICTOR CODINA
¿QUE ES LA IGLESIA?



3.- LA IGLESIA NACE EN PENTECOSTÉS

Jesús había prometido a sus discípulos el Espíritu, que sería para ellos luz, fuerza y su defensor frente a los enemigos, pero los apóstoles no entendían qué quería decir Jesús con estas palabras.

Los Apóstoles se dispersaron al morir Jesús: creían que todo había sido un hermoso sueño, un fracaso.

Pero Jesús resucitado se les apareció y ellos creyeron en él. Y antes de volver al Padre de nuevo, les prometió otra vez que les enviaría su Espíritu. Lucas en los hechos de los Apóstoles nos narra lo sucedido.

Los apóstoles estaban reunidos con María, cuando irrumpió con fuerza el Espíritu. Es una nueva creación, una nueva alianza. Sucede lo contrario a Babel: hay gozo, valentía, amor y comprensión mutua. Todo esto significa los símbolos del viento y de las lenguas de fuego, Hechos 2, 1-13.

Fruto del Espíritu es la valentía con la que Pedro anuncia a Jesús, invita a la conversión y al bautizo. Muchos son bautizados y se agregan a la comunidad de Jesús. nace la Iglesia. (Hechos 2, 14 -41).

Lucas nos describe algunas de las características de la primera Iglesia:

“Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles,
compartían sus bienes,
partían el pan (Eucaristía)
eran asiduos a la oración” (Hechos, 2, 42).

No es extraño que muchos deseasen formar parte de esta comunidad:

“La comunidad de los fieles tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba suyo lo que poseía sino que todo lo tenía en común. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho poder y Dios les daba su gracia abundantemente. No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que tenían campos o casas las vendían y entregaban el dinero a los apóstoles, quienes repartían a cada uno según sus necesidades”
(Hechos 4,32-35).

Preguntas para el grupo:

¿Qué es lo que impresiona más de la Iglesia primitiva?

¿El éxito de las sectas no se deberá a que muchas de ellas intentan vivir rasgos de la Iglesia primitiva que nosotros quizás hemos olvidado?

¿Se parecen las comunidades eclesiales de base a esta Iglesia primitiva?

La Iglesia primitiva no se encierra en ella misma, sino que se abre a las necesidades ajenas. Pedro y Juan sanan a un tullido en nombre de Jesús Nazareno. Es una Iglesia liberadora de todo mal, (Hechos 3, 1-16).

El haber curado al tullido en nombre de Jesús, ocasiona la primera persecución a la Iglesia. Pero los Apóstoles prefieren obedecer a Dios antes que a los hombres y no dejan de anunciar el evangelio del Señor. (Hechos 4, 1-22). Y nuevamente apresados:

“Salieron del sanedrín muy gozosos por haber sido considerados dignos de sufrir por el nombre de Jesús. Y todos los días enseñaban y anunciaban en el templo y en las casas ‘la buena nueva’ de Cristo Jesús” (Hechos 5, 41-42)

Pero Dios quería que esta Iglesia se extendiese no solo entre los Judíos, sino también entre los paganos. El Señor se apareció a Saulo, un fariseo perseguidor de la Iglesia y lo convirtió en el gran apóstol de las naciones San Pablo. (Hechos 9, 1-30).

Así la Iglesia se extendió por todo el mundo. Un día, hace casi 500 años, los sucesores de los apóstoles llegaron a América Latina; la buena nueva de Jesús se nos anunció, creímos y nació la Iglesia entre nosotros. Pero sobre esto volveremos a hablar más adelante…

“Consumada, pues, la obra, cuya realización en la tierra el Padre confió al Hijo, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara sin cesar a la Iglesia, y de esta forma los creyentes pudieran acercarse por Cristo al Padre en un mismo Espíritu. El es el Espíritu de la vida, o fuente del agua que salta hasta la vida eterna, por quién el Padre vivifica a todos los hombres muertos por el pecado, hasta que resuciten en Cristo sus cuerpos mortales. El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de sus fieles como en un templo, y en ellos ora y da testimonio de la adopción de Hijos” (Constitución dogmática sobre la Iglesia, Vaticano II, n4).




RESUMEN DE TODO LO VISTO HASTA AHORA


1. Dios tiene un plan maravilloso: formar la familia de los hijos de Dios.

2. Este plan, destrozado por el pecado, va a ser llevado adelante. Dios llama a Abraham para que sea el padre de un nuevo pueblo.

3. De Abraham nacerá el pueblo de Israel, que liberado de la esclavitud de Egipto comenzará a ser el Pueblo de Dios.

4. Pero este Pueblo también fue infiel, a pesar de las advertencias de los profetas. Dios anuncia un nuevo Pueblo.

5. Jesús convoca este nuevo Pueblo, para que realice el Reino de Dios en el mundo. Rechazado por los dirigentes religiosos y políticos, aparentemente fracasa su plan.

6. La resurrección de Jesús y el Espíritu hacen brotar este nuevo pueblo de Dios: la Iglesia, llamada a anunciar el Reino de Dios a todas las naciones.

7. Esta Iglesia es una comunidad sencilla, que ora, celebra, comparte sus bienes y libera de todas las opresiones, siguiendo a Jesús.

8. Esta pequeña comunidad se extenderá por todo el mundo.

9. Un día llegó a nosotros esta buena noticia, y nació la Iglesia en América Latina.

10. El plan de Dios se va realizando. A nosotros, como Iglesia, nos toca el colaborar para su plena realización. Somos el nuevo Pueblo de Dios.

Juntos como hermanos,
miembros de una Iglesia,
vamos caminando
al encuentro del Señor.

Unidos al rezar,
unidos en una canción,
viviremos nuestra fe
con la ayuda del Señor.




B.- ¿CUÁLES SON LAS CARACTERÍSTICAS DE LA IGLESIA?




4.- PUEBLO REUNIDO EN COMUNIDAD

La Iglesia es un pueblo reunido en comunidad, es la comunidad por la que Jesús murió (Juan 11,52). Pero la Iglesia es una comunidad peculiar, diferente de otras comunidades nacionales, culturales, políticas, sociales o religiosas.

La Iglesia es un pueblo congregado por la Palabra de Dios. La fe en la Palabra es la que nos convoca en la Iglesia. (Romanos 10, 14-17)

Por el bautismo entramos a formar parte de esta comunidad. El bautismo es la puerta de la Iglesia. (Juan 3, 5 Hechos 2, 38-41)

Esta comunidad se reúne para celebrar la Eucaristía, es decir para participar del Cuerpo y Sangre de Cristo. (1 Corintios 11, 17-34).

La Iglesia por el bautismo y la Eucaristía constituye el Cuerpo de Cristo.

“Y el pan que partimos ¿no es la comunión del Cuerpo de Cristo? Uno es el pan y por eso formamos todos un solo cuerpo, porque participamos todos del mismo pan” (1Cor 10, 17).

En la Iglesia existe igualdad entre todos sus miembros, que nacen de la misma fe y del mismo bautismo. Gálatas 3, 26-29.

Pero en la Iglesia hay diversas funciones, ya que el Espíritu Santo reparte sus dones para el bien de todo el Pueblo de Dios.

“Sean un cuerpo y un espíritu, pues al ser llamados por Dios, les dio a todos la misma esperanza. Uno es el Señor, una la fe, uno el bautismo. Uno es el Dios, Padre de todos, que está por encima de todos y que actúa por todo y en todos. Sin embargo, cada uno de nosotros ha recibido su propia parte en la gracia divina, según como Cristo se la dio” (Efesios 4, 3-7).

Por esto en la Iglesia hay laicos casados, catequistas, profetas, religiosos, maestros, pastores…

Los pastores son los encargados de animar la fe de las comunidades con la palabra y el ejemplo, procuran mantener su unidad y su fidelidad al evangelio. Son servidores del Pueblo de Dios (Marcos 10, 42-45). Estos pastores son los obispos, colaborados por los sacerdotes.

El conjunto de comunidades forma una parroquia, presidida por el párroco. El conjunto de parroquias forma una diócesis, presidida por el obispo. Los obispos de un país forman la Conferencia Episcopal. Todos los obispos y las Conferencias Episcopales se unen bajo el obispo de Roma, el Papa, sucesor de Pedro, piedra de toda la Iglesia (Mateo 16,18), a quién el Señor confió el cuidado de toda la grey (Juan 21, 15-18).

Pero la cabeza de toda esta comunidad es Cristo. (Efesios 1, 22-23).

La comunidad eclesial, siguiendo los ejemplos y enseñanzas de Jesús, se preocupa especialmente de los miembros más débiles del Cuerpo de Cristo: los pobres, pequeños, sencillos, atribulados, marginados. La iglesia debe ser la Iglesia de los pobres:

“Cristo fue enviado por el Padre para evangelizar a los pobres y sanar a los contritos de corazón, para buscar y salvar lo que había perecido; de manera semejante la Iglesia abraza con amor a todos lo afligidos por la debilidad humana, más aún reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y se esfuerza por aliviar sus necesidades y pretende servir en ellos a Cristo” (Constitución dogmática de la Iglesia, Vaticano II, n8 ).

Finalmente la Iglesia es un pueblo que vive la comunión: con el Padre (1 Juan 1,5) con Cristo (1 Corintios 10,16) y con los hermanos, llegando hasta compartir sus bienes con los más necesitados (Hechos 2,42). Así la Iglesia refleja ante el mundo el misterio profundo de Dios y su Plan de formar una familia humana (Juan 17,21).

Preguntas para el grupo:

¿Qué característica de las indicadas te llama más la atención y te resulta más nueva?
¿Cuál de estas características te parece más importante para tu comunidad eclesial?.

Lecturas bíblicas:
La Iglesia como Cuerpo de Cristo. (1 Corintios 12, 12-31).
La comparación de la viña, (Juan 15).
Los diferentes dones del Espíritu en la Iglesia, (Romanos 12, 4-8 ).
Consejos a los pastores, (1 Pedro 5,1-4).
La unión de todos los cristianos, (Filipenses 2, 1-11).
La vida nueva del bautizado, (Colosenses 3).

“Jesús es el Pan vivo.
El universo es nuestra mesa, hermanos
Las masas tienen hambre.
y este Pan
es su Carne
destrozada en la lucha
vencedora en la muerte.

Somos familia en la fracción del pan.
Sólo al partir el pan
podrán reconocerlos.
Seamos pan, hermanos.
Danos, oh Padre, el pan de cada día.
el arroz o el maíz o la tortilla,
el pan del Tercer Mundo”

(Obispo Pedro Casaldáliga).


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#42 Ge. Pe.

Ge. Pe.

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Publicado el 05 septiembre 2007 - 09:37

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VICTOR CODINA
¿QUE ES LA IGLESIA?



5.- PUEBLO QUE CONSTRUYE EL REINO DE DIOS

La misión de la Iglesia es la de proseguir la obra de Jesús. La misión de Jesús es realizar el Plan del Padre: formar una familia de hijos de Dios y de hermanos de Jesús, viviendo de su mismo Espíritu. Es la Buena noticia que Jesús anuncia y realiza: es lo que la Escritura y el mismo Jesús llaman el Reino de Dios:

“Después que tomaron preso a Juan, Jesús fue a la región de Galilea. Así anunciaba la buena Nueva: Se ha cumplido el tiempo. El Reino de Dios está cerca. Cambien su vida y su corazón. Conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Marcos 1, 14-15).

¿Cuáles son las características de este Reino de Dios?

• Es un Reino de verdad. Construir el Reino es edificar un mundo no basado en la mentira y el engaño, sino en la sinceridad.

• Es un Reino de libertad. Construir el Reino es luchar contra toda forma de esclavitud, para que la humanidad viva conforme a la dignidad de los hijos de Dios.

• Es un Reino de fraternidad. Construir el Reino es formar una gran familia capaz de compartir, de solidarizarse, de reconciliarse y de vivir en unión y paz.

• Es un Reino de justicia. Construir el Reino es derribar las barreras de la explotación y de la corrupción.

• Es un Reino de vida. Construir el Reino es luchar a favor de la vida y en contra de cualquier forma de muerte.


Afirmar que la Iglesia construye el Reino, significa que la Iglesia no puede encerrarse en sí misma ni en las paredes de sus templos, ni en la sacristía, sino que debe trabajar y luchar por la verdad, la libertad, la fraternidad, la justicia y la vida. El Reino de Dios es integral: abarca a toda la persona, a toda la humanidad, al presente histórico y al futuro. Ese Reino ya debe comenzar aquí, aunque se consumará al final de los tiempos.

Preguntas para el grupo:

¿La Iglesia debe interesarse por los problemas sociales, culturales, económicos, políticos, por los derechos humanos, por la salud?

¿Nuestra comunidad es una “Iglesia de sacristía” o una Iglesia constructora del Reino?


Jesús no sólo anunció el Reino, sino que lo realizó y se enfrentó con los que no querían que el Reino de Dios fuera adelante. Pero este Reino de Dios, Jesús lo anunció prioritariamente a los pobres, y los milagros realizados para ellos, fueron signos de la presencia del Reino de Dios entre nosotros:

“Jesús fue a Nazaret, donde se había criado, y según acostumbraba entró el día sábado a la sinagoga. Cuando se levantó para hacer la lectura le pasaron el libro del profeta Isaías: desenrolló el libro y halló el pasaje en que se lee:

El espíritu del Señor está sobre mí
por el que me consagró.
Me envió a traer la Buena Nueva a los pobres,
a anunciar a los cautivos su libertad,
y a los ciegos que pronto van a ver.
A despedir libres a los oprimidos
y a proclamar el año de gracia del Señor”.

“Jesús entonces, enrolla el libro, lo devuelve al ayudante y se sienta. Y todos los presentes tenían los ojos fijos en él. Empezó a decirles: hoy se cumplen estas profecías que acaban de escuchar”. (Lucas 4, 18-21).

Y a continuación Lucas nos narra cómo Jesús expulsa demonios, cura enfermos y sana a los afligidos de diversos males (Lucas 4,31-44).

Toda la vida de Jesús revela su predilección por los marginados: pobres, pecadores públicos, enfermos, niños, leprosos, samaritanos, mujeres, publicanos. Jesús come con ellos como señal de que ellos son los primeros invitados al Reino (Lucas 15, 1), les hace milagros a ellos (Lucas 7,22), les llama bienaventurados (Lucas 6,20-23) y se identifica con ellos (Lucas 9,46-48). Esto le lleva a enfrentarse a los poderosos que oprimen al pueblo (Lucas 6,24-26) por éstos Jesús será asesinado, pero resucitando, el Padre muestra que el Reino va adelante.

La Iglesia si quiere ser fiel a Jesús, debe seguir sus pasos: optar por los pobres, estar al lado del pueblo sencillo, trabajar por su liberación de todo tipo de opresión y mal, estar atenta a su clamor.

“Los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, en especial de los pobres y afligidos, son también los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Vaticano II, n 1).

La Iglesia es, pues, servidora del Reino, semilla del Reino en este mundo, ha de anunciar y realizar el Evangelio del Reino, comenzando por los más pequeños y pobres. Así hará que toda la masa del mundo sea fermentada con la levadura del evangelio (Mateo 13, 33).

Preguntas para el grupo:

¿Nuestra Iglesia muestra su predilección por los pequeños y pobres?
¿Denunciamos lo que se opone al Reino entre nosotros?


Lecturas bíblicas:

Parábolas del Reino, (Mateo 13)
El Reino es para los últimos, (Lucas 14, 12-24).
El Reino comienza aquí, pero espera su plenitud en Dios, (Apocalipsis, 21,1,14).
Dios reinará sobre todo, (1 Corintios 15, 24-28 ).


“Nunca te canses de hablar del Reino,
nunca te canses de hacer el Reino,
nunca te canses de discernir el Reino,
nunca te canses de acoger el Reino,
nunca te canses de esperar el Reino”.
(Obispo Pedro Casaldáliga).

“Cuando doy pan al pobre me llaman santo. Cuando pregunto por qué los pobres no tienen pan, me llaman comunista”

(Arzobispo Dom Helder Cámara).



6.- PUEBLO EN MARCHA

La Iglesia es el Pueblo de Dios en marcha hacia el Reino. Esto quiere decir que la Iglesia tiene su historia. Vamos a enumerar algunos momentos de esta historia.

La Iglesia primitiva se fue extendiendo poco a poco por todo el Imperio Romano. Pero era una Iglesia pequeña y sufrió persecuciones de varios emperadores, porque los cristianos no querían adorar a los dioses del Imperio, ni al Emperador. Los cristianos adoraban a un sólo Dios el Padre y a un sólo Señor, Cristo Jesús (1 Corintios 8,6). Hubo numerosos mártires: fueron los primeros santos. En aquellos años ser cristiano suponía compromiso personal y riesgo. Aunque no dejó de haber problemas, era una Iglesia que seguía de cerca los pasos de Jesús pobre.

Desde el siglo IV (hacia el año 380) la Iglesia es reconocida por el Imperio y pasa a ser la Religión oficial de Roma. Cesan las persecuciones, comienza la paz, pero a un precio muy caro: la Iglesia aparece unida al poder. Dentro de la comunidad cristiana, los obispos cada vez se parecen más a los señores de este mundo y se distancian de la base eclesial. Comienza a darse una separación cada vez mayor entre los pastores (jerarquía) y los fieles (laicos o seglares). Esta época se llama de Cristiandad, y con diferentes variantes, se puede decir que ha durado hasta el Concilio Vaticano II (1962-1965). Sin embargo en este tiempo nunca faltaron comunidades cristianas, ni santos y profetas que predicaban con su ejemplo el evangelio.

En esta época de Cristiandad, aparecen las primeras grandes divisiones de la Iglesia. Primero en el siglo XI, la división de la Iglesia del Oriente (que se llama Iglesia Ortodoxa), por tensiones entre las Iglesias orientales de Constantinopla y la Iglesia Latina de Roma. Seguramente fueron más importantes en esta ruptura los problemas culturales y políticos que los estrictamente religiosos o teológicos.

En el siglo XVI se da otra gran división en Europa, Lutero, un monje agustino, quiere reformar la Iglesia Latina, que vivía momentos de ignorancia, decadencia y corrupción. Surgió una gran división. Las Iglesias de la Reforma o Protestantes se separaron de Roma. Aparecen las Iglesias luteranas y anglicanas, a las que muchas veces se llama Iglesias evangélicas, porque insisten, con razón, en la importancia del evangelio.

Estas divisiones, suponen una infidelidad de todos al deseo de Jesús de que todos estuviéramos unidos (Juan 17,21). También Pablo condenó los intentos de división de los primeros cristianos:

“Me han informado que hay rivalidades entre ustedes. Cada uno va proclamando: yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿O yo, Pablo he sido crucificado por ustedes? ¿1 Corintios 1,11-13).

Más tarde, de las Iglesias protestantes o evangélicas surgen también separaciones de grupos: son lo que llamamos sectas (Testigos de Jehová, Adventistas, Mormones, o Iglesia de los Santos de los Ultimos Días…), que últimamente se han desarrollado mucho en todo el mundo aprovechándose de la religiosidad -poco formada- del pueblo y del deseo de seguridad (espiritual, comunitario y también económico) de muchos. Sin negar su buena voluntad, las sectas muchas veces son instrumento de intereses políticos y económicos de grupos conservadores.

Preguntas para el grupo:

¿Qué hacer para que la Iglesia vuelva a estar unida como quiso Jesús?
¿Has tenido experiencias con alguna secta?
¿Cómo reaccionar frente a las sectas?


En plena época de cristiandad en el siglo XVI, junto a la conquista de América por españoles y portugueses, tiene lugar la primera evangelización del continente, fruto del impulso misionero de la Iglesia. Ahora vamos a celebrar los 500 años de evangelización. El evangelio fue anunciado y nació la Iglesia en América Latina; pero hubo una gran ambigüedad: la cruz estuvo unida a la espada, el misionero al conquistador, y muchas veces se utilizó el nombre de Jesús para destruir las culturas y religiones de los indígenas, para oprimir, robar y matar. No faltaron voces proféticas de misioneros, como Bartolomé de Las Casas, que en nombre del evangelio criticaron estos abusos y defendieron a los indios contra los abusos de los conquistadores. Ya desde los comienzos, América Latina vivió su fe de forma conflictiva entre el mensaje del evangelio que anunciaron los misioneros y los malos ejemplos de muchos cristianos colonizadores.

A pesar de estas sombras, el evangelio arraigó en América Latina y vio abundantes frutos. Surgieron admirables síntesis de evangelización y promoción humana de evangelización y cultura:

“Nuestro radical substrato católico por sus vitales formas vigentes de religiosidad fue establecido y dinamizado por una vasta legión misionera de obispos, religiosos y laicos. Está ante todo la labor de nuestros santos, como Toribio de Mogrovejo, Rosa de Lima, Martín de Porres, Pedro Claver, Luis Beltrán y otros… quienes nos enseñan que, superando las debilidades y cobardías de los hombres que los rodearon y a veces los perseguían, el Evangelio, en su plenitud de gracia de amor, se vivió y se puede vivir en América Latina como signo de grandeza espiritual y de verdad divina”. (Documento de los obispos de América Latina reunidos en Puebla, n 7).

La última etapa de la historia de la Iglesia es esperanzadora; está marcada por la reunión de todos los obispos convocados por el Papa Juan XXIII: el Concilio Vaticano II (1962-65). Este Concilio se esforzó por volver al evangelio y a la Iglesia primitiva, definió la Iglesia como Pueblo de Dios, volvió a insistir en la dimensión de comunidad, inició un diálogo con las Iglesias separadas (es lo que se llama ecumenismo), y quiso que la Iglesia se pusiera al servicio del mundo, para caminar con él hacia el Reino. En América Latina el Vaticano II se aplicó por medio de las reuniones de obispos en Medellín (1968) y Puebla (1979).

A través de toda esta historia, la Iglesia aparece como santa y pecadora, necesitada siempre de conversión y de reforma. Pero el Señor no la abandona nunca y su Espíritu continúa guiándola para que cumpla su misión y avance hacia el Reino. La Iglesia peregrina hacia la Tierra Nueva y los cielos nuevos (2 Pedro 3, 13), a donde ya han llegado tantos hermanos nuestros, que con su ejemplo e intercesión nos animan a avanzar como Pueblo de Dios. Junto a Cristo resucitado, María, los mártires y todos los santos, son para nosotros un signo de esperanza en nuestra peregrinación:

“Sin embargo, hasta que aparezcan los cielos nuevos y la tierra nueva, en los que habita la justicia, la Iglesia peregrinante, en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, lleva sobre sí la figura de este mundo que pasa, y ella misma vive en medio de las criaturas que todavía gimen con dolores de parto, y esperan la manifestación de los hijos de Dios” (Constitución dogmática sobre la Iglesia, Vaticano II, n 48).

Preguntas para el grupo:

¿Te escandaliza el pecado de la Iglesia?
¿Crees realmente que el Espíritu guía al Pueblo de Dios?


¿Cómo profundizar en el espíritu de renovación del Vaticano II, de Medellín y de Puebla?

Lecturas bíblicas:

Parábola del trigo y de la mala hierba, (Mateo 13, 24-30).
Oración de Jesús por la unidad de la Iglesia, (Juan 17).
Las negaciones de Pedro, (Marcos 14, 66-72) y la respuesta de Jesús, (Juan 21, 15-17).
Los nuevos cielos y la nueva tierra que esperamos, (Apocalipsis 21, 1-5).

“Creo en el Espíritu Santo,
que está presente y actúa en
la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne,
y la vida perdurable,
Amén” (Credo).

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#43 Ge. Pe.

Ge. Pe.

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Publicado el 14 septiembre 2007 - 11:27

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VICTOR CODINA
¿QUE ES LA IGLESIA?



RESUMEN DE TODO LO VISTO SOBRE LAS CARACTERÍSTICAS DE LA IGLESIA


1. La Iglesia es un Pueblo congregado por la Palabra, que se reúne para orar y celebrar la Eucaristía y los Sacramentos.

2. Es una comunidad de hermanos, iguales en dignidad en la que cada uno desempeña su propia función (o carisma).

3. Entre las funciones de la Iglesia destaca la de los pastores, que sirven a los hermanos y buscan la unidad de la comunidad.

4. El Pueblo de Dios, siguiendo a Jesús, se orienta a construir el Reino de Dios, comenzando ya en este mundo.

5. Como Jesús, la Iglesia debe optar por los más pobres para que en ellos comience a realizarse el Reino de Dios.

6. La Iglesia es servidora del Reino, semilla de fraternidad.

7. Es un Pueblo en marcha a través de la historia, hasta llegar a la Tierra Nueva.

8. En este caminar hay debilidades y pecado, divisiones y abusos, por lo cual la Iglesia siempre necesita conversión y reforma.

9. En este peregrinar el Espíritu guía a la Iglesia, la renueva y la santifica constantemente.

10. Los santos nos preceden en nuestra peregrinación y son una señal de esperanza para la Iglesia en marcha
.



C.- NUESTRA IGLESIA

La Iglesia no es una especie de empresa multinacional de la que nuestra parroquia es una sucursal… sino al revés. La Iglesia se edifica desde la base, la Iglesia particular manifiesta el rostro visible de la Iglesia universal.

Nuestra Iglesia es la comunidad cristiana local con la que nos reunimos para compartir la fe, celebrar la Eucaristía y caminar hacia el Reino de Dios.

Esta comunidad forma parte de una parroquia.

Todas las parroquias forman la diócesis que preside el obispo.

Todas las diócesis del Ecuador forman la Conferencia Episcopal Ecuatoriana.

Todas las Conferencias Episcopales de América Latina forman el CELAM (Conferencia Episcopal Latinoamericana) que se han ido reuniendo periódicamente (el 55 en Río, el 68 en Medellín, el 79 en Puebla).

Todas la Conferencias Episcopales del Mundo están en comunión con el Obispo de Roma, sucesor de Pedro, el Papa, que actualmente es Juan Pablo II, que vela por la unidad y confirma la fe de sus hermanos (Lucas 22, 32), a través del magisterio de su palabra, de los viajes y encuentros con las diferentes comunidades.

La Iglesia de América Latina, también ha vivido como la Iglesia universal durante una larga etapa de Cristiandad, con diferentes matices (tiempo de la colonia, tiempo de la independencia, años 50…). Como a la Iglesia universal, también llegó a América Latina el soplo renovador del Vaticano II, sobre todo a través de las conferencias del episcopado latinoamericano de Medellín (68) y Puebla (79).

En Medellín y Puebla, la Iglesia de América Latina constata la realidad de pobreza e injusticia que vive el pueblo de América Latina, escucha su clamor y a la luz de la fe juzga que esta situación no sólo es inhumana sino es un pecado y contraria a los planes de Dios. (Puebla 28-29). Se exigen profundos cambios, no sólo personales, sino estructurales, para salir de esta situación de humillante pobreza (Puebla 30).

Siguiendo el ejemplo de Jesús y la inspiración de la Iglesia universal, la Iglesia de América Latina decide optar por los más pobres:

“Volvemos a tomar, con renovada esperanza en la fuerza vivificante del Espíritu, la posición de Medellín que hizo una clara y profética opción preferencial y solidaria por los pobres” (Puebla 11, 34)
.

Sin excluir a nadie, la Iglesia de América Latina desea acercarse al pueblo pobre y servirlo como Cristo nos enseñó (Puebla 1145). La Iglesia de América Latina ha visto con claridad que el Reino de Dios debe traducirse en una lucha por la justicia y liberación del Pueblo de todo lo que le oprime, cuya raíz última es el pecado personal y social que cristaliza en estructuras injustas (económicas, sociales, políticas, culturales, religiosas). La teología de la liberación que ha nacido en A.L. en estos últimos años refleja todas estas preocupaciones.

Fruto de este acercamiento al pueblo pobre son las comunidades eclesiales de base (CEBs), que son una nueva forma de ser la Iglesia, el primer núcleo o célula de la estructura eclesial, un foco de evangelización y factor primordial de promoción y liberación (Medellín 15, 10). Estas CEBs son expresión del amor preferencial de la Iglesia por el pueblo sencillo. En ellas se vive la fe y se expresa y purifica la religiosidad popular, se da al pueblo la posibilidad de participar en la tarea eclesial y en el compromiso de transformación de la sociedad (Puebla 643).

Consecuencia de esta actitud profética de la Iglesia de A.L. ha sido la persecución y el martirio. Los sectores poderosos han visto que ya no podían contar con la bendición de la Iglesia, ya que ésta se ha inclinado a las mayorías pobres. Gobiernos dictatoriales que se llaman cristianos han abusado de su poder contra el pueblo (Puebla 42). América Latina vuelve a vivir como la Iglesia primitiva, una época de persecución y martirio: catequistas, mujeres, religiosas, campesinos, sacerdotes y obispos han sido martirizados por el Reino de Dios. Los nombres de Mons. Romero, de El Salvador, y de Mons. Angelelli de Argentina, son los más conocidos, pero hay miles de cristianos que han dado testimonio de su fe con el martirio.

También la Iglesia ecuatoriana ha vivido el aire renovador del Vaticano II a través de Medellín y Puebla. También ella ha hecho una opción por los pobres, se ha comprometido con la liberación del pueblo, ha denunciado la injusticia y ha favorecido las CEBs.

También para ella llegó el tiempo de persecución de martirio, como consecuencia de su clara opción liberadora. Los nombres de Mons. Oscar Romero del Salvador, Mons. Leonidas Proaño de Ecuador, el P. Luis Espinel de Bolivia, son los más conocidos, pero son muchos los cristianos, campesinos, indígenas, religiosos, sacerdotes, políticos, que han sufrido la represión, el exilio y la muerte por defender al pueblo de su opresión.

Los obispos de Ecuador en el Documento de Opciones Pastorales insisten en:

“Evangelizar para la construcción del Reino de Dios, es decir, anunciar a través de hechos y palabras, la Buena Noticia de que Dios Padre por medio de Jesucristo, su Hijo hecho hombre, nos hace hijos suyos llamados a vivir la comunión en el amor a El y a los hermanos, por la acción del Espíritu. Esto nos compromete a construir la Iglesia, como Comunidad de creyentes, que por la vivencia de la fe, la esperanza y el amor, sea signo del Reino de Dios y que, por su opción e inserción preferentemente entre los pobres, haga presentes los valores evangélicos en la construcción de una nueva sociedad, como germen y preparación de la vida eterna”. (O.P. 87)

El enfoque pastoral de la Iglesia del Ecuador quiere construir el Reino de Dios en comunión eclesial, siguiendo los pasos de Cristo constructor del Reino y haciendo de la Iglesia una servidora del Reino.

Preguntas para el grupo.

¿Qué opinas de las opciones que ha tomado la Iglesia de A.L. y en concreto la Iglesia Ecuatoriana en estos últimos años?
¿Cómo vive tu comunidad estas opciones?
¿Qué opinas de las CEBs?


Lecturas bíblicas:

La Iglesia particular es la Iglesia de Dios, (1 Corintios 1, 1-2).

La Comunicación y ayuda entre las Iglesias, (1 Corintios 16, 1-4).

Responsabilidad de Pedro sobre todas las Iglesias, (Hechos 15, 1-12).

Persecuciones de la Iglesia, (Apocalipsis 12).

“Así pues, el mismo espíritu de pobreza evangélica hará que tratemos de impedir y luchemos por reparar cualquier clase de atropellos y marginaciones de los pobres; y también evitará que se instrumentalice e idealice a los oprimidos, incentivando en ellos meramente el deseo de un mejor bienestar material y descuidando la purificación y maduración de sus valores más profundos, especialmente religiosos. Por lo contrario, la opción evangélica, exige de nuestra Iglesia un testimonio de rechazo efectivo a los modelos de riqueza, demanda una solidaridad con la causa de los pobres y con sus esfuerzos de organización y una acción evangelizadora entre ellos y desde ellos mismos, en busca de un modelo de vida y de sociedad, que al tiempo que conquista una progresiva y justa participación de los bienes y derechos humanos, contribuye a desterrar la pobreza injusta, realza los valores de los pobres, restituye la libertad plena que es condición necesaria para vivir el Evangelio, cierra las puertas al materialismo y consumismo de la actual sociedad y a todo tipo de opresión, y permite implantar una auténtica vida participativa y comunitaria. No es meta de la Iglesia que el hombre gane más cosas sino que sea más hombre, en la plenitud de Cristo.

La Iglesia se ha empeñado y se esforzará siempre en vivir el espíritu de pobreza; con limitaciones y defectos ha dado y se propone dar ejemplo de pobreza. hemos de procurar presentar con obras y de verdad la doctrina que predicamos. El correcto uso de los bienes en obras de servicio es parte de este espíritu. (O.P. 65)



CONCLUSIÓN:


Iglesia, Pueblo de Dios en marcha hacia la Liberación

Comenzábamos estas páginas preguntándonos ¿qué dice la gente sobre la Iglesia? y ¿qué decimos nosotros?. Después de este largo recorrido a través de estas páginas tal vez podamos tener elementos para juzgar sobre la opinión de la gente y para formar nuestra propia opinión.

Podemos resumir todo lo dicho afirmando que la Iglesia es el Pueblo de Dios en marcha hacia la liberación:

• El Pueblo de Dios, es decir una comunidad que desde Abraham hasta nuestros días ha sido formada por Dios, convocada por Jesús, nacida a la luz de la Pascua por el Espíritu y que intenta vivir en comunión unida bajo sus pastores, celebrando la Eucaristía y buscando construir el Reino de Dios en la historia, siempre desde los pobres. a través de este Pueblo que Dios realiza el misterioso Plan de Salvación.

• En marcha, un pueblo peregrino formado por pecadores y santos, que avanza entre tentaciones y persecuciones en la historia y anuncia el evangelio de Jesús a todos los pueblos, bajo la fuerza del Espíritu.

• Hacia la liberación, es decir hacia el Reino de Dios, que en nuestro mundo de injusticia implica la liberación integral de todo lo que esclaviza a la humanidad hacia la Tierra nueva, prometida a Abraham y a su descendencia para siempre.


O tal vez podríamos resumir todo lo dicho brevemente con las palabras de unos mineros de Oruro:

La Iglesia somos nosotros.

“Marchamos detrás de Ti,
por una calzada de eternidad.
Tú estas con nosotros
y eres nuestra inmortalidad.
Señor triunfador de los siglos
quita todo rictus de tristeza
de nuestros rostros.
No estamos embarcados en un azar;
la última palabra ya es tuya”
(L. Espinal, Oraciones a Quemarropa).


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Fin del documento.
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#44 Ge. Pe.

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Publicado el 21 septiembre 2007 - 04:53

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Publicamos estos documentos no solo para los cristianos o aquellos que quieren serlo, sino tambien como documentos de sucesos históricos que aclaran conceptos, hechos e intenciones. No son lecturas fáciles, ya lo hemos dicho, pero creemos que la inquietud intelectual, emocional o etica para ampliar el conocimiento de esta gran corriente del pensamiento humano, no esta ajena al deseo de muchas personas de saber mas para entender mas. Ojala nuestro objetivo se vaya cumpliendo. El mérito, este gran e incalculable mérito es, naturalmente, de su autor.
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José L. Sicre sj

LOS PROFETAS DE ISRAEL Y SU MENSAJE


1ª Parte

¿QUE ES UN PROFETA?



Contenido:

Prólogo
1. ¿Qué es un profeta?
2. Breve nota sobre la inspiración profética
3. Los falsos profetas
a) Criterios internos
b) Criterios externos
4. Los medios de comunicación de los profetas
1) La palabra
a) Géneros tomados de la sabiduría tribal y familiar
b) Géneros tomados del culto
c) Géneros tomados del ámbito judicial
d) Géneros estrictamente proféticos
5. Los medios de comunicación de los profetas
2) Las acciones simbólicas
a) ¿Se trata de acciones reales o de ficción literaria?
b)Acción simbólica y magia
6. Las narraciones sobre profetas
7. Los libros proféticos: su formación
8. Breve historia del movimiento profético





PROLOGO


Los libros proféticos constituyen uno de los bloques más importantes del Antiguo Testamento. Para la Iglesia primitiva fueron de sumo interés. En nuestro tiempo, los profetas están de moda. Nada de esto debe extrañarnos, porque los profetas ejercieron un influjo decisivo en la religión israelí.

Pero estos libros tan interesantes resultan también de los más difíciles para un lector moderno. Ante todo, porque los profetas se expresan a menudo en lenguaje poético, y todos sabemos que la poesía es más densa que la prosa, menos atractiva para gran número de personas. Por otra parte, el mensaje de los profetas hace referencias continuas a las circunstancias históricas, políticas, económicas, culturales y religiosas de su tiempo. Numerosas alusiones, evidentes para sus contemporáneos, resultan enigmáticas para el hombre actual.

Cuando se dan charlas o conferencias sobre los profetas es fácil superar estas barreras. he podido experimentarlo en los ambientes más distintos, desde el estrictamente universitario de España hasta el más sencillo de los campesinos y obreros salvadoreños.

Después de esas charlas, ocurría con frecuencias que personas interesadas en conocer más a fondo a los profetas me preguntaban qué textos debían leer, o por qué libro empezaban. Nunca conseguía dar una respuesta satisfactoria, porque enseguida me venían a la mente el cúmulo de dificultades que encontrarían al ponerse en contacto directo con el texto. Por otra parte, los numerosos estudios técnicos, o de poner en contacto con sus ideas más que con sus palabras. Al final, el lector quizá sepa lo que pensaba Isaías o Amós sobre un punto concreto, pero es probable que no haya leído ni uno sólo de sus poemas.

Surgió de este modo la convicción de que convenía hacer una antología de los principales textos proféticos, pero agrupándolos por temas, para que el mensaje resultase más claro y la exposición más pedagógica. Este proyecto lo fui relegando, en parte por el deseo de escribir una obra seria y extensa sobre la justicia social en los profetas, que titulé Con los pobres de la tierra. Una vez publicada, y cuando ocupaciones de tipo burocrático me impiden dedicarme a estudios demasiado técnicos, creí llegado el momento de abordar este antiguo proyecto.

La selección de los textos se orienta en torno a los dos grandes polos del mensaje profético: la denuncia y el anuncio. Me baso para ello en el relato de la vocación de Jeremías, al que Dios llama ¡para arrancar y arrasar, edificar y plantar!. Estas imágenes, tomadas del mundo de la agricultura (arrancar, plantar) y de la construcción (arrasar, edificar), expresan muy bien el doble aspecto de la predicación profética y son de suma actualidad. A muchas personas sólo les atrae la primera táctica: se inclinan por la crítica dura, radical, cerrada casi a la esperanza. Otras, quizá con ingenuo optimismo, sólo piensan en una labor constructiva, ¡edificante!, como si la crítica fuese un elemento pernicioso para la Iglesia. La vocación de Jeremías nos indica que ambas actitudes son necesarias en los planes de Dios. Y el mensaje profético, tomado en su conjunto, sigue esta doble pauta.

La extensión de los comentarios es algo que me preocupaba. No debían ser muy amplios, porque lo importante es el contacto directo con el texto. Pero tampoco tan breves que dejasen al lector en la misma oscuridad del comienzo. La línea adoptada supone algo intermedio. Más que detenerme en el comentario, he procurado situar el texto dentro de la problemática correspondiente y de la época en que surge. Esto lo ilumina suficientemente, al menos como punto de partida. En los dos volúmenes sobre Profetas, que L. Alonso Schõkel y yo publicamos hace pocos años en Ediciones Cristiandad, puede encontrar el lector un comentario más amplio a cada pasaje. Aquí he recogido algunos de esos materiales, pero casi todo es nuevo.

Al tratarse de un libro de divulgación he suprimido sistemáticamente todo tipo de notas filológicas y de discusiones técnicas. El especialista sabe que este procedimiento es peligroso; puede provocar en el lector la impresión de que las cosas son sencillas. Pero conviene correr este riesgo. Los textos proféticos, como cualquier producción artística, se pueden entender a distintos niveles. A veces he comparado este fenómeno con los niveles de comprensión de una sinfonía o de una película. ¡Amadeus!, de Milos Forman, ha sido un éxito reciente, que atrajo a gran cantidad de público. En principio, supongo que todos los espectadores la entendieron. Pero el conocedor de la música de Mozart, que identifica inmediatamente un pasaje de ¡Don Giovanni!, o advierte hacia el final el paso reiterado del ¡Requiem! a ¡La flauta mágica!, capta sugerencias y matices que pasan desapercibidos a la mayoría de los espectadores. Igual ocurre con los textos proféticos. El especialista notará que quedan muchas cosas sin comentar. Pero no escribo para ellos, sino para ese gran público que desea conocer algo la personalidad y el mensaje de los profetas. Si este libro les anima a un contacto más profundo con los textos y sus autores, habrá cumplido su misión.

Es normal que una antología literaria vaya precedida de un estudio sobre el autor o los autores recopilados.

También en este caso me pareció necesario incluir una introducción sobre el fenómeno profético y los principales problemas que plantea al hombre de hoy. Quizá extrañe a alguno la relativa amplitud con que he tratado los géneros literarios, en comparación con el número de páginas dedicadas a otras cuestiones. el motivo es sencillo. Los otros puntos se encuentran fácilmente desarrollados en cualquier introducción a la Biblia. sin embargo, los valores literarios quedan con frecuencia en la penumbra. Y es una lástima, porque muchos de los profetas son auténticos genios de la literatura universal. Los datos que aporto no significan un estudio estilístico serio, pero espero que despierten en el lector una mayor sensibilidad hacia la forma externa del mensaje profético.

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Publicado el 26 septiembre 2007 - 01:18

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Seguimos...
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José L. Sicre sj

LOS PROFETAS DE ISRAEL Y SU MENSAJE



PRIMERA PARTE


Los problemas planteados por los profetas y los libros proféticos a la ciencia bíblica han sido objeto de numerosos estudios, que reflejan el interés y la complejidad de dichas cuestiones. Muchas de ellas preocupan también al cristiano sin especial formación teológica. Otras lo desbordan, y tratarlas aquí sólo contribuiría a aumentar esa dosis de aburrimiento que, como escribía Kierkegaard, fue invadiendo el mundo desde el momento de la creación. Limitaré, pues, estas páginas introductorias a plantear y responder de forma muy sencillas las preguntas que con más frecuencia me han surgido al hablar de estos temas.


1. ¿Qué es un profeta?


Para la mayoría de la gente, el profeta es un hombre que ¡predice! el futuro, una especie de adivino. Esta concepción tan difundida tiene dos fundamentos: uno, erróneo, de tipo etimológico; otro, parcialmente justificado, de carácter histórico. Prescindo del primero para no cansar al lector con cuestiones filológicas. En cuanto al segundo, no cabe duda de que ciertos relatos bíblicos presentan al profeta como un hombre capacitado para conocer cosas ocultas y adivinar el futuro: Samuel puede encontrar las asnas que se le han perdido al padre de Saúl (1 Sam 9, 6-7.20); Ajías, ya ciego, sabe que la mujer que acude a visitarlo disfrazada es la esposa del rey Jeroboán, y predice el futuro de su hijo enfermo (1 Re 14, 1-16); Elías presiente la pronta muerte de Ocozías (2 Re 1, 16-17); Eliseo sabe que su criado, Guejazí, ha aceptado ocultamente dinero del ministro sirio Naamán (2 Re 5, 20-27), sabe dónde está el campamento arameo (2 Re 6, 8s), que el rey ha decidido matarlo (2 Re 6, 30s), etc. Incluso en tiempos del Nuevo Testamento seguía en vigor esta idea, como lo demuestra el diálogo entre Jesús y la samaritana; cuando él le dice que ha tenido cinco maridos, y que el actual no es el suyo, la mujer reacciona espontáneamente: ¡Señor, veo que eres un profeta!. Y en la novela de José y Asenet, escrita probablemente en el siglo I, se dice: ¡Leví advirtió el propósito de Simeón, pues era profeta y veía con anterioridad todo lo que iba a suceder! (23, 8 ); cf. Apócrifos del Antiguo Testamento III (Ed. Cristiandad, Madrid 1982) 189-238, cita en p. 231.

Esta mentalidad se encuentra también difundida en ambientes cultos. El autor del Eclesiástico escribe a propósito de Isaías: ¡Con espíritu poderoso previó el futuro y consoló a los afligidos de Sión; anunció el futuro hasta el final y los secretos antes de que sucediesen! (48, 24-25). Y el gran historiador judío del siglo I, Flavio Josefo, hablando de Juan Hircano dice que poseyó las tres cosas que hacen más felices: la realeza, el sacerdocio y la profecía. Este último don lo explica del modo siguiente: ¡Efectivamente, la divinidad tenía tanta familiaridad con él que no ignoraba ninguna de las cosas futuras; incluso previó y profetizó que sus dos hijos mayores permanecerían al frente del gobierno! (Guerra judía, 1, 2, 8 ).

Se trata, pues, de una concepción muy divulgada, con cierto fundamento, pero que debemos superar. Los ejemplos citados de Samuel, Ajías, Elías, Eliseo, nos sitúan en la primera época del profetismo israelí, anterior al siglo VIII a.C. Leyendo los libros de Amós, Isaías, Oseas, Jeremías, etc., advertimos que el profeta no es un adivino, sino un hombre llamado por Dios para transmitir su palabra, para orientar a sus contemporáneos e indicarles el camino recto. A finales del siglo VI a.C., Zacarías sintetizaba la predicación de sus predecesores con esta exigencia: ¡Convertíos de vuestra mala conducta y de vuestras malas acciones! (1,4). Esta exhortación a convertirse va acompañada con frecuencia de referencias al futuro, prediciendo el castigo o prometiendo la salvación. En determinados momentos, los profetas son conscientes de revelar cosas ocultas. Pero su misión principal es iluminar el presente, con todos sus problemas concretos: injusticias sociales, política interior y exterior, corrupción religiosa, desesperanza y escepticismo.

En el Antiguo Testamento aparecen como profetas personajes muy distintos. Esto ha sido objeto de diversos estudios sobre la ¡sociología del movimiento profético!. Pero, en líneas generales, los rasgos más llamativos de la personalidad profética me parecen los siguientes:

a) El profeta es un hombre inspirado, en el sentido más estricto de la palabra. Nadie en Israel tuvo una conciencia tan clara de que era Dios quien le hablaba y de ser portavoz del Señor como el profeta. Y esta inspiración le viene de un contacto personal con él, que comienza en el momento de la vocación. Por eso, cuando habla o escribe, el profeta no acude a archivos y documentos, como los historiadores; tampoco se basa generalmente en la experiencia humana general, como los sabios de Israel. Su único punto de apoyo, su fuerza y su debilidad, es la palabra que el Señor le comunica personalmente, cuando quiere, sin que él pueda negarse a proclamarla. Palabra que a veces se asemeja al rugido del león, como indica Amós (1, 2), y en ocasiones es ¡gozo y alegría íntima! (Jer 15, 16). Palabra con frecuencia imprevista e inmediata, pero que en momentos cruciales se retrasa (Jer 42, 1-7). Palabra dura y exigente en muchos casos, pero que se convierte en ¡un fuego ardiente e incontenible encerrado en los huesos!, que es preciso seguir proclamando (Jer 20,9). Palabra de la que muchos desearían huir, como Jonás, pero que termina imponiéndose y triunfando. Este primer rasgo resulta desconcertante a muchas personas. Por eso volveré sobre él más tarde, cuando terminemos este breve esbozo del profeta.

b) El profeta es un hombre público. Su deber de transmitir la palabra de Dios lo pone en contacto con los demás. No puede retirarse a un lugar sosegado de estudio o reflexión, ni reducirse al limitado espacio del templo. Su lugar es la calle y la plaza pública, el sitio donde la gente se reúne, donde el mensaje es más necesario y la problemática más acuciante. El profeta se halla en contacto directo con el mundo que lo rodea: conoce las maquinaciones de los políticos, las intenciones del rey, el descontento de los campesinos pobres, el lujo de los poderosos, la despreocupación de muchos sacerdotes. Ningún sector le resulta indiferente, porque nada es indiferente para Dios.

c) El profeta es un hombre amenazado. En ocasiones sólo le ocurrirá lo que dice Dios a Ezequiel: ¡Acuden a ti en tropel y mi pueblo se sienta delante de ti; escuchan tus palabras, pero no las practican (...). Eres para ellos coplero de amoríos, de bonita voz y buen tañedor. Escuchan tus palabras, pero no las practican! (Ez 33,30-33). Es la amenaza del fracaso apostólico, de gastarse en una actitud que no encuentra respuesta en los oyentes. Pero esto es lo más suave que puede ocurrirle. A veces se enfrentan a situaciones más duras. A Oseas lo tachan de ¡loco! y ¡necio!; a Jeremías de traidor a la patria. Y se llega incluso a la persecución, la cárcel y la muerte. Elías debe huir del rey en muchas ocasiones; Miqueas ben Yimlá termina en la cárcel; Amós es expulsado del Reino Norte; Jeremías pasa en prisión varios meses de su vida; igual le ocurre a Jananí. Zacarías es apedreado en los atrios del templo (2 Cro 24, 17-22); Urías es acuchillado y tirado a la fosa común (Jer 26, 20-23). Esta persecución no es sólo de los reyes y de los poderosos; también intervienen en ella los sacerdotes y los falsos profetas. E incluso el pueblo se vuelve contra ellos, los crítica, desprecia y persigue. En el destino de los profetas queda prefigurado el de Jesús de Nazaret.

Silenciaríamos un detalle importante, si no dijésemos que la amenaza le viene también de Dios. Le cambia la orientación de su vida, lo arranca de su actividad normal, como le ocurre a Amós (7, 14s) o a Eliseo (1 Re 19, 19-21); le encomienda a veces un mensaje muy duro, casi inhumano, teniendo en cuenta la edad o las circunstancias en que se encuentra.

Aclararé este punto con dos ejemplos muy distintos. El primero, tomado de las tradiciones sobre Samuel, quizá tenga un fondo más legendario que histórico, pero ayuda a hacerse una idea de las tremendas exigencias de Dios:

"El niño Samuel oficiaba ante el Señor con Elí. La palabra del Señor era rara en aquel tiempo y no abundaban las visiones. Un día Elí estaba acostado en su habitación. Sus ojos empezaban a apagarse y no podía ver. Aún no se había apagado la lámpara de Dios, y Samuel estaba acostado en el santuario del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó=

-Samuel, Samuel!

Y éste respondió=
-¡Aquí estoy!
Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo:
-Aquí estoy, vengo porque me has llamado.
Elí respondió=
-No te he llamado, vuelve a acostarte
Samuel fue a acostarse, y el Señor lo llamó otra vez. Samuel se levantó, fue a donde estaba Elí, y le dijo:
-Aquí estoy, vengo porque me has llamado.
Elí respondió=
-No te he llamado, hijo; vuelve a acostarte.
(Samuel no conocía todavía al Señor; aún no se le había revelado la palabra del Señor).
El Señor volvió a llamar por tercera vez. Samuel fue a donde estaba Elí, y le dijo:
-Aquí estoy, vengo porque me has llamado.
Elí comprendió entonces que era el Señor quien llamaba al niño, y le dijo:
-Anda, acuéstate. Y si te llama alguien, dices: ¡Habla, Señor, que tu siervo escucha!.
Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y lo llamó como antes:
-¡Samuel, Samuel!
Samuel respondió=
-Habla, Señor que tu siervo escucha" (1 Sam 3,1-10).

Este es el relato de la vocación de Samuel, conocido quizá por la mayoría de los lectores. Pero se olvida con frecuencia lo que sigue:


El Señor le dijo:

-Mira, voy a hacer una cosa en Israel, que a los que la oigan les retumbarán los oídos. Aquel día ejecutaré contra Elí y su familia todo lo que he anunciado sin que falte nada. Comunícale que condeno a su familia definitivamente, porque él sabía que sus hijos maldecían a Dios y no les reprendió. Por eso juro a la familia de Elí que jamás se expiará su pecado, ni con sacrificios ni con ofrendas" (1 Sam 3, 11-14).

Muchos autores ponen en duda la historicidad del relato y de la comunicación de Dios a Samuel niño. Pero este detalle es secundario para nosotros. Nos interesa el concepto que refleja este texto sobre la misión del profeta. Samuel es un niño, educado desde pequeño con el sacerdote Elí, que lo trata como un padre. Sin embargo, recibe de Dios el encargo más duro: transmitirle su propia condena y la de sus hijos. Con razón añade el autor que, a la mañana siguiente, Samuel ¡no se atrevía a contarle a Elí la visión! (v. 16), y si lo hace es forzado por el mismo Elí.

El segundo ejemplo está tomado de Ezequiel. Dios le anuncia un acontecimiento sumamente doloroso: la muerte de su esposa. Pero, incluso entonces, no podrá dejarse dominar por la pena ni cumplir los ritos fúnebres habituales. La existencia del profeta está en todo momento al servicio de Dios, y también este hecho será punto de partida para transmitir su mensaje:

"Me vino esta palabra del Señor:
Hijo de Adán, voy a arrebatarte repentinamente
el encanto de tus ojos;
no llores ni hagas duelo ni derrames lágrimas;
laméntate en silencio como un muerto,
sin hacer duelo;
líate el turbante y cálzate las sandalias;
no te emboces la cara ni comas el pan del duelo.
Por la mañana yo hablaba a la gente,
por la tarde se murió mi mujer
y a la mañana siguiente hice lo que se me había mandado.
Entonces me dijo la gente:
¿Quieres explicarnos qué nos anuncia
lo que estás haciendo?
Les respondí= Me vino esta palabra del Señor:
Dile a la casa de Israel: Esto dice el Señor:
Mira, voy a profanar mi santuario,
vuestro soberbio baluarte,
el encanto de vuestros ojos, el tesoro de vuestras almas.
Los hijos e hijas que dejasteis caerán a espada.
Entonces haréis lo que yo he hecho:
no os embozaréis la cara ni comeréis el pan del duelo;
seguiréis con el turbante en la cabeza
y las sandalias en los pies,
no lloraréis ni haréis duelo;
os consumiréis por vuestra culpa
y os lamentaréis unos con otros.
Ezequiel os servirá de señal:
haréis lo mismo que él ha hecho" (Ez 24, 15-24).

Estos ejemplos, que podrían multiplicarse, bastan para demostrar que la existencia del profeta no sólo está amenazada por sus contemporáneos, sino también por el mismo Dios. No es extraño que alguno de ellos, como Jeremías, llegará a rebelarse en ciertos momentos contra esta coacción (Jer 20, 7-9.14-20), si bien se trató de crisis pasajeras.

d) Por último, conviene recordar que la profecía es un carisma. Como tal, rompe todas las barreras. La barrera del sexo, porque en Israel existen profetisas, como Débora (Jue 4) o Hulda (2 Re 22). La barrera de la cultura, porque no hacen falta estudios especiales para transmitir la palabra del Señor. La barrera de las clases, porque personas vinculadas a la corte, como Isaías, pequeños propietarios, como Amós, o simples campesinos, como Miqueas, pueden ser llamados por Dios. Las barreras religiosas, porque no es preciso ser sacerdote para ser profeta; más aún, podemos afirmar que gran número de profetas eran seglares. La barrera de la edad, porque Dios encomienda su palabra lo mismo a adultos que a jóvenes.


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#46 Ge. Pe.

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Publicado el 02 octubre 2007 - 12:08

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Seguimos, me gustan estos temas, son desconocidos para muchos de nosotros...
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José L. Sicre sj

LOS PROFETAS DE ISRAEL Y SU MENSAJE





2. Breve nota sobre la inspiración profética


En el esbozo anterior hemos puesto como primer rasgo el hecho de la inspiración. Es algo que judíos y cristianos aplicamos a todos los autores bíblicos, pero que en los profetas adquiere especial relieve. ¡Así dice el Señor!, ¡esto me comunicó el Señor!, ¡esto me hizo ver el Señor!, ¡oráculo del Señor!, son fórmulas que se repiten hasta la saciedad en este bloque de libros. Mucha gente se pregunta cómo debemos entender estas afirmaciones. No pretendo resolver en pocas líneas un problema tan complejo. Quien desee profundizar en el tema puede leer la densa obra de L. Alonso Schoekel, La Palabra Inspirada (publicada recientemente en 3». ed. por Ediciones Cristiandad), o el excelente artículo de Karl Rahner, Inspiración, en Conceptos fundamentales de la Teología II (Ed. Cristiandad 1979) 781-790. Por mi parte, me limito a sugerencias muy sencillas que puedan esclarecer la cuestión.

Como punto de partida es útil referirse a un campo más conocido para nosotros y al que aplicamos frecuentemente el concepto de ¡inspiración!: La creación artística. En ella, la inspiración aparece como un hecho real, constatable e indiscutible, pero difícil de definir y precisar. Una poesía, una obra de teatro, una sinfonía o una escultura están ¡inspiradas!. Pero, ¿en qué consiste esa ¡inspiración! de su autor? En líneas generales podríamos decir que en la fusión perfecta de la técnica propia de un artista con el espíritu que lo alienta. De estos dos elementos, el más importante es el segundo, el espíritu. La técnica, fundamental en el arte, no lo es todo; incluso puede provocar una obra tan fría que, a pesar de ser perfecta, nos deje la sensación de ¡no estar inspirada!. La obra de arte se produce cuando el artista tiene ¡algo que decir! y ¡sabe decirlo!.

El ejemplo del arte nos lleva a dos conclusiones:

1) el concepto de inspiración es casi imposible de definir;

2) una obra puede estar ¡inspirada! aunque los recursos técnicos del artista sean deficientes o elementales.

El villancico ¡Noche de Dios! es de las composiciones más inspiradas, aunque sus recursos armónicos son extremadamente simples.



Aplicando estos criterios al terreno bíblico, lo primero que debemos tener presente es que la inspiración de un texto no depende de su mayor o menor técnica literaria, sino de que el autor esté alentado por un ¡espíritu! y tenga algo que decir. En el enfoque tradicional de la inspiración bíblica, este problema está resuelto de antemano, porque el ¡espíritu! que alienta al autor es el Espíritu de Dios y lo que debe transmitir es ¡palabra de Dios!.

Sin embargo, esta interpretación, con todo lo que tiene de exacta, corre el peligro de resultar simplista, concediendo a todos los autores el mismo nivel de inspiración y dando el mismo valor a afirmaciones de contenido muy distinto. De esta forma, terminamos siendo injustos con la palabra de Dios, incluso la ridiculizamos.

El proverbio: ¡Más vale vivir en el rincón de la azotea que dentro de la casa con mujer pendenciera! está perfectamente formulado, pero no es preciso recurrir a una especial revelación divina para su autor. De igual modo, no podemos equiparar la inspiración del autor del libro de Job, o del Deuteronomio, con la del autor que redacta el segundo libro de los Macabeos, limitándose a resumir los cinco libros de Jasón de Cirene.

La teoría oficial sobre la inspiración olvida que muchos autores bíblicos nunca reivindican este don. Este hecho es palpable en los ¡historiadores! y en los ¡sabios!. El epílogo del Eclesiastés, escrito por un discípulo, presenta la obra de su maestro de manera muy sencilla, sin recurrir a especial comunicación de Dios: ¡El Predicador, además de ser un sabio, enseñó al pueblo lo que él sabía. Estudió, inventó y formuló muchos proverbios; el Predicador procuró un estilo atractivo y escribió la verdad con acierto! (Ecl 12, 9-10). Y el traductor griego del libro del Eclesiástico se expresa de forma parecida: ¡Mi abuelo Jesús, después de dedicarse intensamente a leer la ley y los profetas y los restantes libros paternos, y de adquirir un buen dominio de ellos, se dedicó a componer por su cuenta algo en la línea de la sabiduría e instrucción, para que los deseosos de aprender, familiarizándose también con ello, pudieran adelantar en una vida según la ley! (Prólogo, letra c).

Con más modestia aún se expresa el autor del segundo libro de los Macabeos: ¡Jasón de Cirene dejó escrita en cinco libros la historia de Judas Macabeo y sus hermanos (...). Nosotros vamos a intentar resumirlo en un solo volumen... procurando ofrecer entretenimiento a los que se contentan con una simple lectura, facilitar a los estudiosos el trabajo de retener datos de memoria y ser útiles a los lectores en general. Para quienes hemos emprendido la penosa tarea de hacer este resumen no ha sido un trabajo fácil, sino de sudores y vigilias, como no es fácil el trabajo del que organiza un banquete, que tiene que atender al gusto de los demás! (2, 23-27).

¿Es justo que más tarde se reivindicase para estos autores una especial inspiración de Dios? La Iglesia así lo ha decidido, pero los teólogos están obligados a repensar estos datos y formular nuestra fe tomándose en serio no sólo al hombre de hoy, sino también, y sobre todo, al mismo Dios.

Con los profetas no ocurre lo mismo que con historiadores y sabios. Ya hemos indicado la certeza e insistencia con que afirman transmitir la palabra de Dios. Sugieren una comunicación directa, casi física, entre ellos y el Señor. Esto desconcierta al hombre moderno. Pero, si evitamos el literalismo, sus fórmulas expresan una verdad profunda, bastante comprensible. Pensemos en las personas que podemos considerar profetas de nuestro tiempo: Martín Luter King, Oscar Romero, etc. Estos hombres estaban convencidos de que comunicaban la voluntad de Dios, de que decían lo que Dios quería en ese momento histórico. Por eso no podían echarse atrás, aunque les costase la vida. Si hubiésemos podido preguntarles: ¿Es que Dios le ha hablado esta noche? ¿Se le ha revelado en visión?, tendrían que responder: Efectivamente, Dios me ha hablado; no en sueños ni visiones, pero sí de forma indiscutible, a través de los acontecimientos, de las personas que me rodean, del sufrimiento y la angustia de los hombres. Y esta palabra externa se convierte luego en palabra interior, ¡encerrada en los huesos!, como diría Jeremías, que no se puede contener.


El hombre corriente puede poner en duda la validez de este convencimiento del profeta. Lo atribuirá a sus propios deseos y fantasías; el profeta sabe que no es así. Y actúa de acuerdo con esa certeza.
Naturalmente, cabe una pregunta posterior: ¿No puede equivocarse el profeta? ¿No puede, a pesar de su buena voluntad, transmitir como palabra de Dios lo que sólo es palabra suya? Evidentemente, sí. De esta forma surge el problema de los falsos profetas, a los que dedicaremos el siguiente apartado.


3. Los falsos profetas



Dentro del Antiguo Testamento se distinguen dos grupos: el de los profetas de divinidades extranjeras (como Baal) y el de los que pretenden hablar en nombre de Yavé. Al primero lo encontramos especialmente en tiempos de Elías (1 Re 18 ). Para la historia del profetismo carecen de importancia, a no ser por el influjo pernicioso que pudieron ejercer sobre el pueblo. Más grave es el caso del segundo grupo, porque fundamentan sus falsas promesas en una pretendida revelación del Dios verdadero.

Según Bright, los falsos profetas surgen con motivo de la persecución de la reina Jezabel, durante el siglo IX a. C. En estos momentos difíciles, no todos consiguieron resistir a la prueba y se pasaron al bando del rey. Los encontramos en 1 Re 22 enfrentados a Miqueas ben Yimlá. Y de ellos nos hablan Oseas (6, 5), Isaías (28,7), Miqueas (3,5.11), Jeremías (23, 9-40; 27-29), Ezequiel (13, 2s; 14, 9).

Edmon Jacob indica cuatro causas de la proliferación de los falsos profetas:

- el peso sociológico de la monarquía, que atrae en torno a ella personas dispuestas a defender sus intereses;

- la importancia concedida a la tradición, que los convierte en papagayos, repetidores de ideas antiguas, sin prestar atención a Dios ni a los acontecimientos;

- el deseo de agradar al pueblo y de no enfrentarse a él;

- el deseo de triunfar y asegurarse una forma de vida.


En el Deuteronomio, la pena asignada a los falsos profetas es la muerte (13,1-6). Sin embargo, si prescindimos de la matanza ordenada por Elías en el monte Carmelo contra los profetas de Baal (1 Re 18,19s), y de la realizada por Jehú, con carácter más político que religioso (2 Re 9-10), el Antiguo Testamento no conoce más casos de aplicación de esta ley. Son precisamente los profetas verdaderos los que mueren (Zacarías, Miqueas, Juan Bautista, Jesús).

El problema más grave que plantean los falsos profetas no es el de su origen o el de la evolución del movimiento, sino el de los criterios que ayudan a distinguirlos de los verdaderos.

Es un tema de interés histórico y teológico que preocupó a muchos autores, especialmente a Jeremías. Pero es también de gran actualidad, ya que en la Iglesia conviven opiniones muy diversas y muchos cristianos no saben a qué atenerse.


a) Criterios internos

R. Chave indica nueve: inmoralidad (adulterio, borracheras, venalidad, mentira), impiedad, magia, sueños engañosos, optimismo, profesionalismo, éxtasis, deseos de querer profetizar, no cumplimiento de sus profecías.

Resultan demasiados criterios, y tomados uno a uno no prueban suficientemente. Por ejemplo, ¿en qué consiste el optimismo? ¿Se puede decir que los profetas verdaderos sean pesimistas? ¿Qué es moral e inmoral? Por otra parte, resulta difícil encontrar todos estos defectos en una misma persona. Por eso, otros autores se han fijado en criterios distintos:

El modo de revelación: el verdadero profeta excluye los métodos adivinatorios, incluyendo los sueños, las suertes, etc. Pero no resulta claro, porque los verdaderos profetas pueden tener sueños y los sacerdotes echan las suertes. Además, hay falsos profetas que no usan procedimientos adivinatorios, como Ananías (ver Jer 28 ).

La conciencia de haber sido enviado, de estar investido de una autoridad divina. Es muy subjetivo. También los falsos profetas pueden tenerla.

El criterio moral. Es muy relativo. Oseas se casa con una prostituta; Jeremías miente a los ministros del rey (38, 24-27). Pero debemos reconocer que los verdaderos profetas tienen una conducta moral y una predicación que falta en los otros.

El espíritu. Según Mowinckel, los profetas de Judá anteriores al destierro se muestran reticentes con respecto al espíritu; lo importante para ellos es el poder, la fuerza, el juicio. Este criterio es falso. También en Judá se habla de la importancia del espíritu antes del destierro (Miq 3, 8 ) y Ezequiel lo reivindica con frecuencia (3,12-14; 8,3; 43,5). Por otra parte, este criterio no sirve para el Reino Norte, donde se estima grandemente el espíritu como don de Dios.

Oráculo de condenación-oráculo de salvación. Los primeros serían típicos de los verdaderos profetas, los segundos de los falsos. Tampoco es cierto. Los verdaderos profetas hablan de la salvación. Sus discípulos así lo entendieron y acentuaron al redactar los libros.

Cumplimiento-incumplimiento de las profecías. Dt 18,22 lo pone como criterio fundamental. Pero este criterio no se siguió estrictamente en Israel, porque es muy difícil. ¿Cómo se cumplieron las promesas del Deuteroisaías sobre la vuelta del destierro? ¿O las de Jeremías sobre la destrucción total? ¿O las de Habacuc, pocos años antes de la destrucción de Jerusalén? No parece conveniente utilizar este criterio como el fundamental; entre otras cosas, porque sólo sirve a posteriori, no en el momento de la discusión. Por consiguiente, los criterios internos no aportan una claridad total al problema.


b) Criterios externos

Ramlot aduce los siguientes:

- Criterio comunitario. El pueblo de Dios (en este caso Israel, y luego la Iglesia) ha canonizado a unos y rechazado a otros.

- Criterio de las contrariedades, el sufrimiento y la muerte. Para Jeremías, por ejemplo, la única profecía auténtica es la que constituye una carga impuesta desde fuera, algo que no se busca, sino que Dios impone. Esto lleva a encontrar oposición por todas partes, persecución, cárcel, insultos, muerte.

- Criterio de intercesión. Según Jer 27, 18 y Ez 13, 5, es un criterio distintivo. El verdadero profeta intercede por el pueblo ante Dios, pidiendo su perdón, mientras el falso profeta se despreocupa de ello, quizá porque no tiene conciencia del pecado del pueblo.


De estos tres criterios aducidos por Ramlot, los dos primeros son a posteriori. Sólo el tercero, la intercesión, se puede valorar en el momento histórico. Pero la intercesión se da muchas veces a solas entre el profeta y Dios, con lo cual deja de servir de criterio perceptible por la gente. Además, la intercesión falta en muchos profetas.

Con respecto al Antiguo Testamento, no existe problemas para nosotros, porque la Iglesia nos indica qué profetas son los verdaderos. Las dudas surgen cuando pensamos en figuras contemporáneas. El Sermón de la Montaña nos ofrece un criterio mucho más clarificador de lo que puede parecer a primera vista: ¡Cuidado con los falsos profetas, ésos que se os acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. A ver, ¿se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos, Así, los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos, y todo árbol que no da fruto bueno se corta y se echa al fuego. Total, que por sus frutos los conoceréis! (Mt 7,15-20)

Lo más interesante de este texto es que recomienda una actitud de vigilancia y de espera. Y ninguna de estas cosas resulta agradable. Preferimos emitir un juicio rápido, apasionado a veces, en favor o en contra del personaje. Es el camino más seguro para equivocarse. Dar tiempo al tiempo y analizar los frutos producidos por ese mensaje es la única actitud segura. Por otra parte, esos frutos se deben considerar a la luz del evangelio. Por muy desagradable que nos resulte una persona o el contenido de sus palabras, si nos animan a mantenernos fieles al espíritu de Jesús, y esa enseñanza la corrobora con su vida, estamos obligados a considerarlo un verdadero profeta. Al contrario, por agradable que nos resulte una persona, por mucho que sintonicemos con ella, si nos aleja del camino del evangelio, será un ¡lobo rapaz!, disfrazado ¡con piel de oveja!.

Con esto llegamos a un tema que sólo puedo insinuar aquí. El desconcierto de muchos cristianos ante la diversidad de opiniones que escuchan sólo se explica a causa de su pereza intelectual, que les impide buscar la luz en el evangelio. Quieren recetas rápidas, decisiones terminantes, sin esforzarse por tener criterios propios fundamentados en la persona y el mensaje del único que es ¡el camino, la verdad y la vida!.



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#47 Ge. Pe.

Ge. Pe.

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Publicado el 10 octubre 2007 - 05:55

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Repetimos... con calma y tiza, no es facil, pero sigue siendo muy interesante
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4. - Los medios de comunicación de los profetas



1) La palabra


El medio más habitual entre los profetas para transmitir el mensaje de Dios es, naturalmente, la palabra. Muchos podrían pensar que ese mensaje lo comunican mediante un discurso o un sermón, que son los géneros más habituales entre los oradores de nuestro tiempo. A veces lo hacen, pero generalmente emplean una gran variedad de géneros literarios, tomados de los ámbitos más distintos. A continuación indicaré diferentes ejemplos, para que el lector se haga una idea de la riqueza y vitalidad de la predicación profética.

a) Géneros tomados de la sabiduría tribal y familiar.

Desde antiguo, la familia, el clan, la tribu, han empleado los recursos más diversos para inculcar un recto comportamiento, hacer reflexionar sobre la realidad que rodea a niños y adultos: exhortación, interrogación, parábola, alegoría, enigmas, bendiciones y maldiciones, comparaciones. De todos ellos encontramos ejemplos en los profetas. Comenzaremos con una de las parábolas más famosas, la dirigida por Natán a David tras el adulterio con Bersabé y el asesinato de su esposo, Urías. Natán no aborda el caso directamente, le tiende al rey una trampa:

"Entró Natán ante el rey y le dijo:
Había dos hombres en un pueblo: uno rico y otro pobre. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes; el pobre sólo tenía una corderilla que había comprado; la iba criando, y ella crecía con él y con sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo: era como una hija. Llegó una visita a casa del rico, y no queriendo perder una oveja o un buey, para invitar a su huésped, cogió la cordera del pobre y convidó a su huésped.
David se puso furioso contra aquel hombre, y dijo a Natán:
¡Vive Dios, que el que ha hecho eso es reo de muerte! No quiso respetar lo del otro, pues pagará cuatro veces el valor de la cordera.
Entonces Natán dijo a David:
¡Ese hombre eres tú!" (2 Sam 12, 1-7).
En otro caso, el profeta Ezequiel quiere denunciar al rey de Judá porque, después de prometer fidelidad al rey de Babilonia, viola el juramento y busca la ayuda de Egipto. Para llevar a cabo su denuncia recurre a una alegoría:

"El águila gigante, de gigantescas alas,
de gran envergadura, el plumaje tupido,
de color abigarrado, voló al Líbano;
cogió el cogollo del cedro,
arrancó su pimpollo cimero
y se lo llevó a un país de mercaderes,
plantándolo en una ciudad de traficantes.

Después cogió simiente de la tierra
y la echó en terreno sembradío.
La sembró ribereña, junto a aguas abundantes,
para que germinara y se hiciera
vid aparrada, achaparrada,
para que orientara hacia ella sus sarmientos,
y le sometiera las raíces.
Y se hizo vid,
y echó pámpanos y se puso frondosa.
Vino después otra águila gigante,
de gigantescas alas y de espeso plumaje,
y entonces nuestra vid,
aunque estaba plantada en buen terreno,
junto a aguas abundantes,
sesgó sus raíces hacia ella
y orientó hacia ella sus sarmientos, para recibir más riego
que en el bancal donde estaba plantada,
y así echar ramas y dar fruto
y hacerse vid espléndida.
Esto dice el Señor: ¿Se logrará?, ¿o la desceparán
y se malogrará su fruto
y se marchitarán sus renuevos?"
(Ez 17, 1-9); el texto continúa explicando la alegoría).


Al ámbito sapiencial corresponde también la bendición y maldición, como éstas que encontramos en Jer 17, 5-8:
Así dice el Señor:
"¡Maldito quien confía en un hombre y busca apoyo en la carne,
apartando su corazón del Señor!
Será cardo estepario que no llegará a ver la lluvia,
habitará un desierto abrasado, tierra salobre e inhóspita.
¡Bendito quien confía en el Señor y busca en él su apoyo!
Será un árbol plantado junto al agua,
arraigado junto a la corriente; cuando llegue el bochorno,
no temerá, su follaje seguirá verde,
en año de sequía no se asusta, no deja de dar fruto."

El pasaje anterior une la bendición-maldición con las comparaciones, otro género frecuentemente entre los sabios. Jer 17, 11 constituye un ejemplo más:
"Perdiz que empolla huevos que no puso
es quien amasa riquezas injustas:
a la mitad de la vida lo abandonan,
y él termina hecho un necio."

La pregunta es una forma de hacer reflexionar y de inculcar una conclusión inevitable. Es lo que ocurre en Am 3,3-6, donde el profeta prepara paso a paso la cuestión final:
"¿Caminan juntos dos que no se han citado?
¿Ruge el león en la espesura sin tener presa?
¿Grita el cachorro en la guarida sin haber cazado?
¿Cae el pájaro al suelo si no hay una trampa?
¿Salta la trampa del suelo sin haber atrapado?
¿Suena la trompeta en la ciudad
sin que el vecindario se alarme?
¿Sucede una desgracia en la ciudad
que no la mande el Señor?"


b) Géneros tomados del culto

Podemos clasificar en este apartado himnos, oraciones, instrucciones y, quizá, los oráculos de salvación.
En Amós tropezamos con un caso curioso; a lo largo del libro encontramos en diversos momentos lo que parecen fragmentos de un himno al poder de Dios:
"El formó las montañas, creó el viento,
descubre al hombre sus pensamientos,
hizo la aurora y el crepúsculo
y camina sobre el dorso de la tierra:
se llama Señor, Dios de los ejércitos (4,13).
Creó las Pléyades y Orión,
convierte las sombras en aurora,
el día en noche oscura;
lanza la destrucción contra la fortaleza,
y la destrucción alcanza a la plaza fuerte (5, 8-9).
El Señor de los ejércitos,
que al tocar la tierra la zarandea,
en un flujo y reflujo como el del Nilo,
y hacen duelo sus habitantes;
que construye en el cielo su escalinata
y cimenta su bóveda sobre la tierra;
que convoca las aguas del mar
y las derrama sobre la superficie de la tierra;
se llama el Señor" (9, 5-6).

Es posible que este himno (que plantea numerosos problemas de traducción e interpretación, de los que prescindo) no fuese compuesto por Amós, sino tomado por él y distribuido a lo largo del libro, en momentos claves, para subrayar la omnipotencia divina. En Isaías sí encontramos un himno de primera mano, compuesto por el profeta o por el redactor del libro:

"Te doy gracias, Señor,
porque estabas airado contra mí,
pero ha cesado tu ira y me has consolado.
El es mi Dios y salvador: confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.
Y sacaréis agua con gozo
de las fuentes de la salvación.
Aquel día diréis:
Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso.
Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión:
¡Qué grande es en medio de ti
el Santo de Israel!" (Is 12).

La instrucción (torá) es un género típico del culto. Lo emplea el sacerdote cuando responde a alguno de los problemas concretos que le plantean. Los profetas también usan el género, aunque puede ocurrir, como en el caso de Amós, que sea con intenciones distintas, en plan irónico:

"Marchad a Betel a pecar, en Guilgal pecad de firme:
ofreced por la mañana vuestros sacrificios
y a tercer día vuestros diezmos;
ofreced ázimos, pronunciad la acción de gracias,
anunciad dones voluntarios,
que eso es lo que os gusta, israelitas
-oráculo del Señor-" (Am 4, 4-5).

De un sacerdote del antiguo Israel cabe esperar una exaltación del culto, la invitación a frecuentar los grandes santuarios, cumpliendo todos los ritos prescritos o aconsejados. Amós indica que todo eso responde sólo al capricho de los hombres ( ¡eso es lo que os gusta, israelitas!), no a la voluntad de Dios. La lleva a cabo, y después de firmar el contrato ora al Señor, pidiéndole al final la explicación de este misterio:
"¡Ay, mi Señor! Tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder, con brazo extendido, nada es imposible para ti. Tú eres leal por mil generaciones, pero castigas el pecado de los padres en los hijos que les suceden. Dios grande y esforzado, cuyo nombre es Señor de los ejércitos.

Grande en ideas, poderoso en acciones, cuyos ojos están abiertos sobre los pasos de los hombres, para pagar a cada uno su conducta, lo que merecen sus acciones. Tú hiciste signos y prodigios en Egipto un día como hoy, en Israel y entre todos los hombres, y te has ganado fama que dura hasta hoy. Sacaste de Egipto a tu pueblo, Israel, con prodigios y portentos, con mano fuerte y brazo extendido, y con gran terror. Les diste esta tierra, que habías jurado a sus padres darles, tierra que mana leche y miel, y entraron a poseerla. Pero ellos no te obedecieron, no procedieron según tu ley, no hicieron lo que les habías mandado hacer; por eso les enviaste todas estas desgracias. Mira, los taludes llegan hasta la ciudad para conquistarla, la ciudad está entregada en manos de los caldeos, que la atacan con la espada, el hambre y la peste. Sucede lo que anunciaste, y lo estás viendo. Y tú, Señor, me dices: 'Cómprate el campo con dinero, ante testigos', mientras la ciudad cae en manos de los caldeos" (Jer 32,16-25).

La respuesta a esta oración viene poco después, cuando Dios comunica al profeta que la compra del campo contiene un mensaje de esperanza: a pesar de las circunstancias actuales, ¡se comprarán campos en esta tierra, de la que decía: 'Está desolada, sin hombres ni ganados, y cae en manos de los caldeos'! (32, 43).
Más discutible es que el oráculo de salvación pertenezca al ámbito del culto. Quizá su contexto primitivo fuese el de la guerra, cuando un sacerdote o profeta anunciaba la victoria en nombre de Dios y animaba no tener miedo. Este género es muy utilizado por Deuteroisaías, del que entresaco un ejemplo:

"Tú, Israel, siervo mío; Jacob, mi elegido;
estirpe de Abrahán, mi amigo.
Tú, a quien cogí de los confines del orbe,
a quien llamé de sus extremos,
a quien dije: ¡Tú eres mi siervo,
te he elegido y no te he rechazado!.
No temas, que yo estoy contigo;
no te angusties, que yo soy tu Dios:
te fortalezco, te auxilio,
te sostengo con mi diestra victoriosa.
Mira, se avergonzarán derrotados
los que se enardecen contra ti;
serán aniquilados y perecerán
los que pleitean contra ti;
los buscarás sin encontrarlos
a los que pelean contra ti;
serán aniquilados, dejarán de existir
los que guerrean contra ti.
Por que yo, el Señor, tu Dios,
te agarro de la diestra,
y te digo: ¡No temas, yo mismo te auxilio!.
No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel,
yo mismo te auxilio -oráculo del Señor-,
tu redentor es el Santo de Israel.
Mira, te convierto en trillo aguzado, nuevo, dentado:
trillarás los montes y los triturarás,
harás paja de las colinas;
los aventarás, y el viento los arrebatará,
el vendaval los dispersará;
y tú te alegrarás con el Señor,
te gloriarás del Santo de Israel" (Is 41, 8-16).


c) Géneros tomados del ámbito judicial

A veces se emplea el discurso acusatorio, la requisitoria, la formulación casuística, o algunos elementos de estos géneros para insertarlos en un contexto más amplio. Por ejemplo, el discurso de Ez 22,1-16:

"Y tú, hijo de Adán, juzga,
juzga a la ciudad sanguinaria,
denunciándole todas sus abominaciones,
diciendo: Esto dice el Señor:
Ciudad que derrama sangre dentro de sí,
acelerando su término,
y que se ha contaminado fabricándose ídolos (...).
Mira, príncipes de Israel hay en ti
que actúan a su arbitrio hasta derramar sangre.
Al padre y a la madre desprecian en ti,
al forastero lo oprimen en ti,
al huérfano y a la viuda los explotan en ti (...).
Hay en ti gente que calumnia hasta derramar sangre (...).
En ti se practica el soborno hasta derramar sangre."
Son las acusaciones típicas de un fiscal en un proceso.

En este contexto se sitúa también lo que llama Schulz ¡declaración jurídico-sacral!, esencial en Ezequiel: la enumeración de una serie de comportamientos justos termina con la declaración de que esa persona merece vivir (en contra del discurso acusatorio, que implica, al menos en ciertos casos, la condena a muerte) =

"El hombre que es justo,
que observa el derecho y la justicia,
que no come en los montes
y no levanta sus ojos a los ídolos
de la casa de Israel;
que no profana a la mujer de su prójimo
ni se llega a la mujer en su regla;
que no explota a nadie,
devuelve la prenda empeñada,
no roba,
da su pan al hambriento y viste al desnudo;
que no presta con usura ni acumula intereses;
que aparta su mano de la iniquidad
y juzga imparcialmente los delitos,
que camina según mis preceptos
y guarda mis mandamientos, cumpliéndolos fielmente,
ese hombre es justo. Vivirá -oráculo del Señor-" (Ez 18, 5-9).

Este mismo espíritu jurídico, tan acentuado en algunos textos de Ezequiel, es el que le lleva a una serie de formulaciones casuísticas. El texto que acabamos de citar continúa:

"Si éste engendra un hijo criminal y homicida,
que quebranta algunas de estas prohibiciones
o no cumple todos estos mandatos (...)
morirá ciertamente
y será responsable de sus crímenes.
Y si éste engendra un hijo,
que a pesar de haber visto
los pecados de su padre no los imita (É)
ese hombre no morirá por la culpa de su padre."
Entre los géneros tomados del ámbito judicial uno de los que más ha interesado a los comentaristas es el de la requisitoria profética. En páginas posteriores incluiremos Miq 6, 1-8, ejemplo típico de este género.


d) Géneros tomados de la vida diaria

Incluyo en este apartado una serie de cantos que surgen en las más diversas situaciones de la vida: el amor, el trabajo, la muerte, etc. La famosa ¡canción de la viña! de Isaías es presentada por el profeta como una canción de amor:

"Voy a cantar en nombre de mi amigo
un canto de amor a su viña:
Mi amigo tenía una viña en fértil collado.
La entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas;
construyó en medio una atalaya y cavó un lagar.
Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones.
Pues ahora, habitantes de Jerusalén,
hombres de Judá,
por favor, sed jueces entre mí y mi viña.
¿Qué más cabía hacer por mi viña
que yo no lo haya hecho?
¿Por qué, esperando que diera uvas, dio agrazones?
Pues ahora os diré a vosotros
lo que voy a hacer con mi viña:
quitar su valla para que sirva de pasto,
derruir su cerca para que la pisoteen.
La dejaré arrasada:
no la podarán ni la escardarán,
crecerán zarzas y cardos;
prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella.
La viña del Señor de los ejércitos
es la casa de Israel,
son los hombres de Judá su plantel preferido.
Esperó de ellos derecho,
y ahí tenéis: asesinatos;
esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos" (Is 5, 1-7).
Ezequiel nos ofrece un ejemplo de ¡canción de trabajo! doméstico, realizado por un ama de casa, que le servirá para aplicarla al futuro de Jerusalén:
Pon la olla, ponla, echa en ella agua;
echa en ella tajadas,
las mejores tajadas, pernil y espaldilla;
llénala de huesos escogidos.
Coge lo mejor del rebaño;
luego apila debajo la leña,
cuece las tajadas en la olla
y hierve los huesos (É)

¡Ay, ciudad sanguinaria!
Yo mismo agrando la pira,
arrimo más leña, enciendo la hoguera,
consumo la carne, saco el caldo
y los huesos se queman" (Ez 24,3-5.9-10).

En otra ocasión encontramos un ¡canto a la espada!:

"¡Espada, espada afilada y además bruñida!
Afilada para degollar, bruñida para fulgurar.
La llevaron a bruñir antes de empuñarla;
ya está afilada la espada, ya está bruñida
para ponerla en manos del sicario.(É)
Que se duplique la espada, que se triplique;
la espada de los acribillados,
la espada grande acribilla,
que los tiene acorralados (É)
Da estocadas a diestra y tajos a siniestra;
donde tu hoja sea requerida" (Ez 21,13-21).

Entre estos cantos que surgen en distintos momentos de la vida, el más importante y frecuente es la elegía, entonada con motivo de la muerte de un ser querido, que los profetas utilizan para presentar la trágica situación de su pueblo en el presente o en el futuro. La más antigua y concisa la encontramos en Amós:

"Cayó para no levantarse la doncella de Israel,
está arrojada en el suelo y nadie la levanta.
Pues así dice el Señor a la casa de Israel:
La ciudad de donde partieron mil se quedará con cien;
de donde partieron cien, se quedará con diez" (Am 5,2-3).
Elementos elegíacos y alegóricos se unen en este otro texto de Ezequiel para describir la situación de los últimos reyes judíos:

"Entona esta elegía por los príncipes de Israel:
¡Qué leona tu madre en medio de leones!
Tumbada entre leoncillos amamantaba a sus cachorros.
Crió a uno de sus cachorros, que se hizo leoncillo
y aprendió a desgarrar la presa, devorando hombres.
Reclutaron gente contra él, lo atraparon en la fosa,
y con ganchos se lo llevaron a la tierra de Egipto.
Y viendo desvanecida y burlada su esperanza,
tomó otro de sus cachorros y lo hizo leoncillo.
Merodeaba entre los leones hecho ya un leoncillo;
hacía estragos en los palacios y arrasaba las ciudadelas;
tenía el país y sus moradores amedrentados con sus rugidos.
Cargaron contra él los pueblos y lo atraparon en la fosa.
Con cólera y con ganchos lo llevaron al rey de Babilonia;
enjaulado se lo llevaron para que no volviera a oírse su rugido
en las montañas de Israel" (Ez 19,1-9).

Muy relacionados con el ámbito vital de la elegía se encuentran los ¡ayes!. ¡Ay! ¡ay!, es uno de los gritos entonados por las plañideras cuando acompañan el cortejo fúnebre. Los profetas utilizan este género para indicar que determinadas personas (más bien grupos) se encuentran a las puertas de la muerte por sus pecados:

"¡Ay de los que añaden casas a casas
y juntan campos con campos,
hasta no dejar sitio,
y vivir ellos solos en medio del país!
Lo ha jurado el Señor de los ejércitos:
Sus muchas casas serán arrasadas,
sus palacios magníficos quedarán deshabitados,
diez yugadas de viña darán sólo un tonel,
una carga de simiente dará una canasta (Is 5,7-10).

¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal,
que tienen las tinieblas por luz
y la luz por tinieblas,
que tienen lo amargo por dulce
y lo dulce por amargo! (Is 5,20).

¡Ay del que acumula bien ajeno,
¿por cuánto tiempo?
y amontona objetos empeñados!
De pronto se alzarán tus acreedores,
despertarán y, sacudiéndote bien, te desvalijarán;
porque saqueaste a tantas naciones,
los demás pueblos te saquearán;
por tus asesinatos y violencias
en países, ciudades y poblaciones" (Hab 2, 7-8 ).


e) Géneros estrictamente proféticos

Dos casos merecen especial atención: el oráculo de condena dirigido a un individuo y el oráculo de condena contra una colectividad. Ambos constan de diversos elementos, pero son esenciales la denuncia del pecado y el anuncio del castigo. En las tradiciones de Elías encontramos ejemplos significativos. Cuando el rey Ajab se ha apoderado de la viña de Nabot tras su asesinato, el profeta le sale al paso para interpretarlo:
"¿Has asesinado y encima robas? Por eso, así dice el Señor: En el mismo sitio donde los perros han lamido la sangre de Nabot, también a ti los perros te lamerán la sangre" (1 Re 21,17ss).

En otra ocasión, el rey Ocozías, enfermo, envía a consultar a un dios pagano. Elías interviene de nuevo:

"¿Es que no hay rey en Israel para que mandes a consultar a Belcebú? Por eso, así dice el Señor: No te levantarás de la cama donde te has acostado. Morirás sin remedio" (2 Re 1,3-4).
Esta formulación tan sucinta la encontramos también en Amós cuando se enfrenta con el sumo sacerdote de Betel, Amasías:

"Escucha la palabra del Señor. Tú dices: "No profetices". Pues, bien, así dice el Señor: Tu mujer será deshonrada, tus hijos e hijas caerán a espada; tu tierra será repartida a cordel, tú morirás en tierra pagana" (Am 7, 16-17).

En estos tres casos, aunque las situaciones son muy distintas, se emplea siempre la misma estructura. Denuncia (¡asesinar y robar!, ¡consultar a Belcebú!, ¡prohibir profetizar!) y anuncio del castigo (que es siempre la pena de muerte), precedido por la llamada ¡fórmula del mensajero! (¡así dice el Señor!).
Como indica Wextermann, nos encontramos en un ambiente de juicio, con una falta, un juez y una sentencia. La falta denunciada consiste en la transgresión del antiguo derecho divino. El juez es siempre el mismo Dios, guardián del derecho, que puede actuar incluso contra el rey, su vasallo. La sentencia es en los tres casos la pena de muerte. Pero el mensajero (Elías o Amós) no posee poder ejecutivo y el efecto de la sentencia queda en suspenso (al contrario de lo que ocurre en la maldición mágica, que se supone de efecto inmediato); tendrá lugar más tarde, dentro de un plazo relativamente breve.

De lo anterior no debemos deducir que el profeta, al condenar a un individuo, se atenga siempre a este mismo esquema, sin poder modificarlo. A veces recurre a metáforas para desarrollar el anuncio del castigo, como hace Isaías en su oráculo contra el mayordomo de palacio, Sobna:

"Así dice el Señor de los ejércitos:
Anda, ve a ese mayordomo de palacio, a Sobna,
que se labra en lo alto un sepulcro
y excava en la piedra una morada:
¿Qué tienes aquí, a quién tienes aquí,
que te labras aquí un sepulcro?
Mira: el Señor te aferrará con fuerza
y te arrojará con violencia,
te hará dar vueltas y vueltas como un aro,
sobre la llanura dilatada.
Allí morirás, allí pararán tu carroza de gala,
baldón de la corte de tu señor" (Is 22, 15-18).

El oráculo de condenación individual es breve, directo, se pronuncia en presencia del interesado, que escucha la sentencia. El oráculo de condenación colectiva se dirige a todo el pueblo, a un grupo o a las naciones extranjeras y aparece como un desarrollo del anterior, con un horizonte más amplio.

La acusación abarca una multitud o una serie de faltas. Generalmente consta de dos miembros: el primero denuncia de forma general, el segundo ataca un pecado concreto. Por ejemplo:

"A Damasco, por tres delitos
y por cuatro, no le perdonaré.
Porque trilló a Galaad
con trillos de hierro (Am 1,3).

A Gaza, por tres delitos
y por cuatro, no le perdonaré.
Porque hicieron prisioneros en masa
y los vendieron a Edom" (Am 1,6).

El anuncio del castigo también tiene dos partes: intervención de Dios y consecuencias:

"Romperé los cerrojos de Damasco
y aniquilaré a los jefes de Valdelito
y al que lleva cetro en Casa Delicias,
y el pueblo sirio irá desterrado a Quir" (Am 1,5).

El oráculo individual es vivo, inmediato; el colectivo se vuelve más literario y, con ello, más libre y extenso. La creatividad del profeta le induce a introducir cambios en la estructura fundamental. Por ejemplo, no es raro que invierta el orden de los elementos, situando el anuncio de castigo antes de la acusación, o las consecuencias antes de la intervención de Dios. Esta misma creatividad hace que el profeta amplíe a veces el esquema primitivo, hasta el punto de que en Jeremías y Ezequiel resulta casi irreconocible.

En tan pocas páginas no se puede describir la riqueza del lenguaje profético. Por otra parte, nos hemos limitado a los géneros que emplean, sin descender a otros detalles estilísticos quizá más importantes, pero que habría que analizar caso por caso. Un lector con sensibilidad literaria habrá advertido en lo anterior numerosos detalles de interés y encontrará otros muchos en las páginas que siguen.



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#48 Ge. Pe.

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Publicado el 14 octubre 2007 - 03:21

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Sigamos.... semana a semana un poco de lectura diferente, nos ayuda...
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José L. Sicre sj

LOS PROFETAS DE ISRAEL
Y SU MENSAJE


5.- Los medios de comunicación:


2) Las acciones simbólicas


Para transmitir su mensaje, los profetas no se limitan a la palabra. A veces la acompañan de gestos y acciones para darle más fuerza. Partamos de un ejemplo concreto.
"Un día salió Jeroboán de Jerusalén y el profeta Ajías de Siló, envuelto en un manto nuevo, se lo encontró en el camino; estaban los dos solos, en descampado. Ajías agarró su manto nuevo, lo rasgó en doce trozos y dijo a Jeroboán: Cógete diez trozos, porque así dice el Se?or, Dios de Israel: Voy a arrancarle el reino a Salomón y voy a darte a ti diez tribus" (1 Re 11,29-31).
?Para qué destrozar un manto nuevo? ?O descuartizar una pareja de bueyes (1 Sam 11,6-7)? ?O tirar unas flechas por la ventana (2 Re 13, 14-19), cargar con un yugo al cuello (Jer 27, 1-3.12), o dibujar una ciudad en un ladrillo (Ez 4, 1-3)? Para una mentalidad práctica, la acción simbólica parece una pérdida absurda de tiempo, energías y dinero. Podría haberse transmitido el mismo mensaje sin necesidad de ese despilfarro.
Sin embargo, no es así. Las palabras serían las mismas. Pero la fuerza expresiva, la capacidad de atraer la atención del oyente, es mucho mayor en la acción simbólica. Visualizan algo que las palabras sólo pueden enunciar con frialdad. ?Se meten por los ojos!.
Quizá por ello los profetas emplearon a veces este tipo de acciones, aunque tenemos la impresión de que estuvieron bastante condicionados por el gusto de la época. Por ejemplo, entre los profetas del siglo VIII es difícil encontrarlas, mientras son frecuentes en Jeremías y Ezequiel, profetas de finales del siglo VII y comienzos del VI. Esto demuestra que la importancia de las acciones simbólicas es relativa; juegan un papel secundario dentro del modo de expresarse de los profetas. A pesar de todo merece la pena conocerlas más de cerca.
En la mayoría de los relatos sobre acciones simbólicas podemos encontrar, según Fohrer, seis elementos:
La orden de ejecutarla; viene siempre de Dios y este mandato, introducido por la fórmula del mensajero (?así dice el Se?or!), es para el profeta un elemento decisivo, que exige obediencia.
El relato puede ser muy variado; en más de la mitad de los casos no se cuenta la ejecución de la acción simbólica, se da por supuesta.
La interpretación se da mediante palabras que desvelan el sentido de lo realizado; este elemento es esencial, para evitar interpretaciones erróneas.
Los testigos oculares. Si exceptuamos ciertos casos de Jeremías y Ezequiel, aparecen mencionados con mucha frecuencia; cuando faltan es por buenas razones, como en la mudez de Ezequiel, que sólo tiene sentido para el profeta.
El compromiso de Dios a ejecutar lo simbolizado.
El nexo entre la acción simbólica y lo simbolizado.
No siempre se dan todos los elementos. Pero esto es secundario. Lo importante es conocer algunos ejemplos concretos.
El Señor me dijo: Vete a comprar una jarra de loza; acompa?ado de algunos concejales y sacerdotes, sal hacia al valle de Ben Hinnón, adonde la Puerta de los Cascotes, y proclama allí lo que te diré. Rompe la jarra en presencia de tus acompa?antes y diles: Así dice el Se?or de los ejércitos: Del mismo modo romperé yo a este pueblo y a esta ciudad; como se rompe un cacharro de loza y no se puede recomponer (Jer 19, 1-2.10-11).

Se trata de un caso interesante, en el que todos los elementos quedan incluidos dentro de la orden de Dios; en ella se habla de la presencia de testigos, se interpreta el sentido de la acción, el Señor se compromete a cumplir lo simbolizado y existe relación entre la acción simbólica y el futuro anunciado (romper la jarra, romper a la ciudad). Sólo falta el relato de la realización, que el profeta considera innecesario.
A continuación nos fijaremos en una cadena de acciones simbólicas realizadas por Ezequiel, todas ellas relacionadas entre sí, y que encuentran un final sorprendente en la interpretación. El texto, que ha sufrido numerosos añadidos y comentarios, lo reduzco a su probable formulación primitiva:

"Y tú, hijo de Adán, coge un adobe,
póntelo delante y graba en él una ciudad,
ponle cerco, construye torres
de asalto contra ella,
y haz un terraplén contra ella;
pon tropas contra ella
y emplaza arietes a su alrededor (4,1-2).

Y tú, coge trigo y cebada,
alubias y lentejas, mijo y escanda;
échalo todo en una vasija
y con ello hazte de comer.
Comerás tasado tu alimento:
una ración diaria de ocho onzas (=250 gramos),
a una hora fija la comerás.
Beberás el agua medida:
la sexta parte de una cantarilla,
a una hora fija la beberás (4,9-11).

Y tú, hijo de Adán, coge una cuchilla afilada,
coge una navaja barbera
y pásatela por la cabeza y por la barba.
Después coge una balanza y haz porciones.
Un tercio lo quemarás en la lumbre
en medio de la ciudad
un tercio lo sacudirás con la espada,
un tercio lo esparcirás al viento (5,1-2).

Dirás a la casa de Israel:
Esto dice el Señor:
Se trata de Jerusalén:
la puse en el centro de los pueblos,
rodeada de países,
y se rebeló contra mis leyes y mandatos
pecando más que otros pueblos,
más que los países vecinos.
Por eso, así dice el Señor:
Aquí estoy contra ti para hacer justicia en ti
a la vista de todos los pueblos.
Por tus abominaciones
haré en ti cosas que jamás hice
ni volveré a hacer.
Te haré escombros a la vista de los que pasen.
Serás escarnio y afrenta para los pueblos vecinos,
cuando haga en ti justicia con castigos terribles.
Yo, el Señor, lo he dicho" (5,5-6.8-9.14-15).

Hay que colocarse en la situación que presupone el libro. Ezequiel se encuentra deportado en Babilonia, junto con otros paisanos judíos. Estos esperan que su trágica situación pase pronto y puedan volver a la tierra prometida. Lo inimaginable es que Jerusalén pueda sufrir una nueva desgracia. En este ambiente, Ezequiel comienza su acción cogiendo un ladrillo y grabando en él el escueto plano de una ciudad, que luego asedia con torres, terraplenes y tropas. Como un niño que juega con sus ejércitos de plástico. Los espectadores saben que no se trata de un juego de niños. Y piensan que esa ciudad sitiada debe ser su mortal enemiga, Babilonia. El profeta no dice nada. Sigue con una nueva acción relacionada con el asedio: el hambre. Y añade una tercera, que sugiere las terribles consecuencias de la caída de la ciudad: un tercio de la población muere en el incendio, un tercio muere a espada, un tercio se dispersa huyendo. Los paisanos han comprendido la relación entre las distintas acciones. Pero seguro que las han interpretado mal, depositando en ellas falsas esperanzas. Por eso es imprescindible la interpretación, que evita los malentendidos: ?Se trata de Jerusalén!. Las palabras siguientes no se detienen en explicar el sentido de las acciones, obvio para los espectadores, sino en justificar la actitud de Dios con la capital.
En los pasajes anteriores predomina el elemento visual. A veces, el relato de la acción simbólica adquiere un tinte más literario u oratorio, con claro predominio de la palabra. Es lo que ocurre en este otro texto de Ez 21, 24-27:

"Y tú, hijo de Adán, traza dos rutas para la espada del rey de Babilonia; las dos arrancarán del mismo país. Pon una se?al en el arranque de cada ruta para la espada: 'A Rabat de los amonitas; a Judá, que tiene en Jerusalén su plaza fuerte'. Ha hecho alto el rey de Babilonia en la bifurcación de la calzada, donde se dividen las dos rutas, para consultar el vaticinio: baraja las flechas, pregunta a los ídolos, inspecciona el hígado. Ya tiene en su mano derecha el vaticinio: ?A Jerusalén! ?A prorrumpir en alaridos y lanzar gritos de algazara, a emplazar arietes contra las puertas, a hacer un terraplén y construir torres de asalto!"

De nuevo juega el profeta con el elemento sorpresa. El rey de Babilonia está a punto de comenzar su campa?a anual. Y se le trazan dos posibilidades: contra los amonitas, contra los judíos. Los espectadores esperan lo primero. En este momento, la acción simbólica se convierte en descripción literaria, con tensión creciente. El lector contiene el aliento cuando el rey ?hace alto en la bifurcación de la calzada!. Es preciso leer el texto despacio, dando tiempo a la imaginación para ver cómo se barajan las flechas, se consulta a los ídolos, se inspecciona el hígado de un animal muerto. Hasta que, finalmente, se obtiene la respuesta, contraria a los deseos del espectador: ??A Jerusalén!! Magnífico ejemplo de la libertad con que emplean los profetas las estructuras literarias habituales.

En los ejemplos citados, se emplean elementos externos para simbolizar algo: un adobe, alimentos de diverso tipo, un cinturón de lino. Hay casos en que la misma persona del profeta se convierte en objeto central de la acción. Es lo que le ocurre a Isaías en el relato del capítulo 20. Para entenderlo conviene cambiar el orden de los versos, restituyendo su orden cronológico. Todo comienza con un mandato impensable de Dios: -?Anda, desátate el sayal de la cintura, quítate las sandalias de los pies. El lo hizo y anduvo desnudo y descalzo!.

Es difícil imaginar a un personaje como Isaías, tan sobrio y casi hierático, paseando de esta forma por Jerusalén durante meses y meses. ?Qué quiere expresar con ello? La respuesta tiene lugar mucho más tarde:
El año en que el general enviado por Sargón, rey de Asiria, llegó a Azoto, la atacó y la conquistó. Entonces el Señor habló por Isaías, hijo de Amós:
Como mi siervo Isaías ha caminado desnudo y descalzo durante tres años, como signo y presagio contra Egipto y Cus [= Etiopía], así el rey de Asiria conducirá a los cautivos de Egipto y a los deportados de Cus, jóvenes y viejos, descalzos y desnudos. Sentirán miedo y vergüenza por Cus, su confianza, y por Egipto, su orgullo. Y aquel día los habitantes de esta costa dirán: Ahí tenéis a los que eran nuestra confianza, a los que acudíamos en busca de auxilio para que nos libraran del rey de Asiria; pues nosotros, ?cómo nos salvaremos?

Nos encontramos en el a?o 715 a.C. cuando Isaías comienza su acción simbólica. Desde el 734, Judá está pagando tributo a Asiria. Políticos y pueblo desean liberarse de ese yugo. Cuentan con la ayuda de egipcios y etíopes para levantarse contra sus dominadores. Pero Isaías desconfía de ellos y adopta la costumbre de marchar por Jerusalén desnudo y descalzo, igual que los prisioneros de guerra. El sentido queda claro dos a?os más tarde, 713, cuando las tropas asirias conquistan Azoto, demostrando con ello su superioridad. La rebelión es un locura, como ha estado sugiriendo Isaías desde el comienzo.

Otras veces es la forma de vida del profeta, o ciertas actitudes concretas, las que se convierten en símbolo de un trágico futuro. Es lo que ocurre en la triple orden que recibe Jeremías de Dios (16, 1-9 )..
Me vino la palabra del Señor:
-No te cases, no tengas hijos ni hijas en este lugar. Porque así dice el Señor a los hijos e hijas nacidos en este lugar, a las madres que los parieron, a los padres que los engendraron en esta tierra: Morirán de muerte cruel, ni serán llorados ni sepultados (...).
Así dice el Señor:
-No entres en casa donde haya luto,
no vayas al duelo, no les des el pésame,
porque retiro de este pueblo -oráculo del Señor-
mi paz, misericordia y compasión.
Morirán en esta tierra grandes y peque?os,
no serán sepultados ni llorados,
ni por ellos se harán incisiones
o se raparán el pelo;
no asistirán al banquete fúnebre
para darle el pésame por el difunto,
ni les darán la copa del consuelo
por su padre o su madre.
No entres en la casa
donde se celebra un banquete
para comer y beber con los comensales;
porque así dice el Se?or de los ejércitos,
Dios de Israel:
Yo haré cesar en este lugar,
en vuestros días, ante vosotros,
la voz alegre, la voz gozosa,
la voz del novio, la voz de la novia.

Para completar estas ideas sobre las acciones simbólicas nos fijaremos en dos cuestiones:


a) ?Se trata de acciones reales o de ficción literaria?

Algunos autores consideran de interés secundario esta pregunta. A principios de siglo escribía Tobac: ?Sea real o ficticia la acción simbólica, el resultado desde el punto de vista de la enseñanza es sensiblemente el mismo, y no perdemos mucho al no poder determinar siempre con exactitud su carácter!. Van den Born también subraya que para el fin esencial 'simbolizar lo que Dios hará´ no es imprescindible que se ejecute la acción. Es suficiente ?contarla!. Sin embargo, otros comentaristas consideran muy probable que fuesen llevadas a cabo.

Según Fohrer, no existen motivos válidos para dudar de la historicidad de los relatos y ofrece en favor de ella los siguientes argumentos:

- el mandato divino es tan serio que se supone que el profeta lo cumplirá; aunque en más de la mitad de los casos no se cuente la ejecución de la orden, esto no prueba que se trate de ficciones literarias;
- el hecho de que los espectadores exijan a Ezequiel una interpretación de sus acciones demuestra que éstas son reales.
- los relatos ofrecen pormenores de la vida diaria;
- la acción simbólica debe ser un signo para el pueblo, y esto requiere que sean llevadas a cabo;
- muchas acciones se realizan en circunstancias históricas concretas y muy importantes.


Estoy básicamente de acuerdo con Fohrer, pero no tendría inconveniente en admitir que algunas de ellas son mera creación literaria.


b) Acción simbólica y magia

Para algunos comentaristas, como Van de Born, las acciones simbólicas de los profetas son los últimos vestigios de las prácticas mágicas. Fohrer lo niega por los siguientes motivos:

- El origen de la acción simbólica es una orden de Dios y no el deseo del profeta ni la voluntad de otros hombres. Es raro que falte este mandato.
- La interpretación que da el profeta demuestra que la acción simbólica no se asemeja a la magia, que opera por su propia fuerza. Ordinariamente, la acción mágica carece de interpretación.
- La garantía divina de que ejecutará lo simbolizado la diferencia aún más de la magia, donde nunca estamos seguros del resultado. En la acción simbólica, el elemento mágico queda dominado, porque es el poder de Dios el que opera en la realidad humana.
- Los profetas no deseaban las calamidades simbolizadas; en los magos ocurre lo contrario.
- La magia procede generalmente con un ritual complicado, del que no encontramos huella en los profetas.
- La acción mágica pretende modificar el curso del destino. La simbólica, por el contrario, revelar los planes de Dios; no intenta modificarlos, sino que el hombre se someta a ellos.
?Entre la magia y el profetismo bíblico existe todo el abismo que separa la voluntad o el deseo del hombre de la voluntad de Dios, a menudo incondicional. La religión bíblica constituye probablemente la confrontación más decisiva con la magia que conoció la Antigüedad. Representa la oposición decidida a las recetas humanas para evadirse de la gracia divina, protectora y creadora de un mundo nuevo! (Ramlot).


* * *

Nuestro conocimiento de los profetas de Israel se basa en dos clases de documentos: los relatos contenidos en los libros de Samuel, Reyes y Crónicas y los llamados libros proféticos. Los problemas que plantean son muy distintos y conviene conocerlos aunque sea de forma somera.


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Publicado el 20 octubre 2007 - 10:46

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José L. Sicre sj

LOS PROFETAS DE ISRAEL
Y SU MENSAJE



6. Las narraciones sobre profetas



Nos ponen en contacto con numerosos personajes (reales o ficticios) de interés para los primeros siglos del profetismo y con otros posteriores que no dejaron obra escrita.

Son los siguientes:

Samuel (1 Sam 1-3; 7-13; 15-16; 28,3-5).
Gad (1 Sam 22,5; 2 Sam 24).
Natán (2 Sam 7; 12; 1 Re 1,11-48 ).
Ajías de Siló (1 Re 11, 29-39; 14,1-8 ).
Samayas (1 Re 12,21-24; 2 Cr 12,5-8 ).
Un profeta anónimo (1 Re 13).
Jehú, hijo de Jananí (1 Re 16,1-4; 2 Cro 19,1-3).
Un profeta anónimo (1 Re 20,13-28).
Uno de la comunidad de profetas (1 Re 20, 35-43).
Miqueas ben Yimlá (1 Re 22).
Elías (1 Re 17-19; 21; 2 Re 1)
Eliseo (2 Re 2; 3,4-27; 4,1-8,15; 9,1-10; 13,14-21).
Julda (2 Re 22,13-20).
Azarías, hijo de Oded (2 Cro 15,1-8 ).
Jananí (2 Cro 16,7-10)
Yajziel (2 Cro 20, 13-17)
Azarías, hijo de Yehoyadá (2 Cro 24,17-22)
Un profeta anónimo (2 Cro 25,5-10).
Otro profeta anónimo (2 Cro 25,5-10).
Otro profeta anónimo (2 Cro 25,14-16).
Oded (2 Cro 28,9-13).

Una lectura rápida de estos textos bastaría para advertir grandes diferencias entre ellos. A veces se trata de notas brevísimas; en otros se cuentan simples anécdotas; algunos presentan los hechos con sentido dramático y profundidad religiosa. Cada vez existe menos unanimidad en la forma de clasificarlos. Pero, sin entrar en profundidades, al lector puede ayudarle la división en tres grupos propuesta por Jepsen:

a) Un primer bloque de textos presenta a estos profetas a la luz de la historia, destacando su interés por la política exterior o interior; el profeta aparece como un hombre que aconseja al rey o le reprende, interviene en la guerra, fomenta la subida al trono de un personaje, etc. Por ejemplo, cuando el profeta Gad aconseja a David que abandone el refugio del desierto y se asiente en territorio de Judá (1 Sam 22,5), Natán condena a David por su adulterio y asesinato (2 Sam 12) y más tarde interviene de manera decisiva en la subida al trono de Salomón (1 Re 1,15-48); o cuando Eliseo interviene de forma indirecta en la unción de Jehú como rey (2 Re 9).

b) El segundo abarca leyendas proféticas, embellecidas por la tradición oral y, en ciertos casos, inventadas por ella. En este segundo grupo tiene más importancia el ideal del profeta que la realidad histórica. Aunque algunos de estos textos se fijan en intervenciones políticas de los profetas, su interés se centra en el aspecto humano, especialmente en sus numerosos milagros. Es típico de muchos de estos relatos subrayar el poder profético de adivinación. Es conveniente advertir que estos relatos no siempre contienen datos históricos para evitar interpretaciones erróneas.

En su libro ¿Por qué no soy cristiano? aduce Bertrand Russel la siguiente tradición profética:
Subió Eliseo desde Jericó a Betel, y según subía por el camino salieron del poblado unos chiquillos, que se burlaban de él:
¡Sube, calvo! ¿Sube, calvo!
Eliseo se volvió, se les quedó mirando y los maldijo invocando al Señor. Entonces salieron de la espesura dos osas que despedazaron a cuarenta y dos de aquellos niños (2 Re 2,23-24).


Si se interpreta el relato al pie de la letra, como un hecho histórico, es para escandalizar a cualquiera y decidir, como Russel, no creer en ese Dios. Pero lo que tenemos ante nosotros es una simple leyenda que intenta inculcar respeto a la persona del profeta y subrayar el poder de su palabra. Desde luego, la leyenda es bastante desafortunada; corresponde a una concepción religiosa muy primitiva, nada semejante a la cristiana. Y también es de tremenda ingenuidad. Porque dos osas podrán matar a cuatro o cinco niños; los restantes habrían huido inmediatamente. Quien inventó la historia entendía muy poco de osas y mucho menos de niños. Y lo que es peor, tampoco conocía bien a Eliseo, ese personaje tan preocupado por la gente pobre y sencilla, a los que alimenta, cuida y protege. Habría sido incapaz de maldecir a unos niños porque se burlasen de él. Este ejemplo nos demuestra que las tradiciones de este grupo debemos leerlas con ciertas reservas desde el punto de vista histórico y no escandalizarnos ni entusiasmarnos demasiado con ellas.

c) El tercer grupo está formado por discursos de profetas, que sintetizan en pocas palabras su mensaje; quizá porque estos hombres sólo tuvieron una o dos intervenciones, quizá porque no se conservó nada más de ellos. Pero también es posible que tales discursos fuesen creados por los historiadores posteriores, para ir dando una visión teológica de los acontecimientos o para justificar en nombre de Dios determinados hechos posteriores.

Un ejemplo típico lo encontramos en 1 Sam 2,27-36:

"Un profeta se presentó a Elí y le dijo:

Así dice el Señor: Yo me revelé a la familia de tu padre cuando eran todavía esclavos del Faraón en Egipto. Entre todas las tribus de Israel me lo elegí para que fuera sacerdote, subiera a mi altar, quemara mi incienso y llevara el efod en mi presencia, y concedí a la familia de tu padre participar en las oblaciones de los israelitas. ¿Por qué habéis tratado con desprecio mi altar y las ofrendas que mandé hacer en mi templo? ¿Por qué tienes más respeto a tus hijos que a mí, cebándolos con las primicias de mi pueblo, Israel, ante mis ojos?

Por eso, oráculo del Señor, Dios de Israel, aunque yo te prometí que tu familia y la familia de tu padre estarían siempre en mi presencia, ahora, oráculo del Señor, no será así. Porque yo honro a los que me honran y serán humillados los que me desprecian. Mira, llegará un día en que arrancaré tus brotes y los de la familia de tu padre, y nadie llegará a viejo en tu familia. Mirarás con envidia todo el bien que voy a hacer; nadie llegará a viejo en tu familia. Y si dejo a alguno de los tuyos que sirva a mi altar, se le consumirán los ojos y se irá acabando; pero la mayor parte de tu familia morirá a espada de hombres. Será una señal para ti lo que les va a pasar a tus dos hijos, Jofní y Fineés: los dos morirán el mismo día.

Yo me nombraré un sacerdote fiel, que hará lo que yo quiero y deseo; le daré una familia estable y vivirá siempre en presencia de mi ungido. Y los que sobrevivan de tu familia vendrán a prosternarse ante él para mendigar algún dinero y una hogaza de pan, rogándole: 'Por favor, dame un empleo cualquiera como sacerdote para poder comer un pedazo de pan'."

En principio podríamos pensar que se trata de un discurso histórico pronunciado por un profeta desconocido.

Nadie debe extrañarse de que alguien se levante en nombre de Dios contra los pecados de la familia del sumo sacerdote Elí. Pero al final del discurso encontramos un dato sorprendente: se anuncia que la dinastía sacerdotal de Elí será sustituida por otra que ¡vivirá siempre en presencia de mi ungido!. Ya que el ungido es el rey, se habla de una familia sacerdotal al servicio de los monarcas.

Pero en tiempos de Elí no existe monarquía ni se piensa todavía en ella. Se trata, pues, de un discurso creado posteriormente, cuando ya se sabía que la familia de Elí había pasado a segundo plano, siendo sustituida en importancia por la de Sadoc. Esto ocurrió muchos años más tarde, cuando Salomón desterró al sacerdote Abiatar, descendiente de Elí, por haberse puesto en contra de su nombramiento como rey.

El autor de la Historia deuteronomista (que abarca los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes) ha creado la figura de este profeta anónimo y le ha puesto un discurso en la boca para anticipar los acontecimientos y justificarlos como voluntad de Dios.

Este ejemplo no debe provocar en el lector una sospecha absoluta con respecto a todos los discursos de profetas pertenecientes a este bloque (1 Sam 2,27-36; 13,10-14; 15; 1 Re 11,29-39; 14,1-16; 16,1-4, etc.), pero sí precaverle para valorarles rectamente.

Los grupos de textos que hemos considerado en este apartado son muy importantes para conocer la historia del profetismo en sus orígenes y primeros siglos de existencia. Pero la aportación capital de los profetas se nos ha transmitido en los libros que analizaremos a continuación.



7. Los libros proféticos: su formación



La Biblia hebrea incluye en este bloque los libros de Isaías, Jeremías, Ezequiel y los Doce (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahún, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías). La traducción griega de los Setenta (LXX) realiza algunos cambios de orden dentro de los Doce (Oseas, Amós, Miqueas, Joel, Abdías, Jonás, etc.), y los sitúa antes de Isaías. Por otra parte, después de Jeremías introduce Baruc, Lamentaciones y la Carta de Jeremías (= capítulo 6 de Baruc en muchas ediciones actuales). Estos añadidos resultan comprensibles: Baruc fue secretario de Jeremías; las Lamentaciones las atribuyen los LXX a este gran profeta. No es raro que ambas obras fuesen situadas después de su libro. En realidad, el libro de Baruc no lo escribió el discípulo de Jeremías, y las Lamentaciones no son suyas. Pero estos detalles no se conocían en siglos pasados.

Por último, nuestras ediciones acostumbran incluir entre los libros proféticos a Daniel, aunque los judíos lo colocan entre los otros escritos! (Ketubim). La decisión actual parece acertada ya que Daniel es, al menos en parte, el representante más genuino de la literatura apocalíptica, hija espiritual de la profecía.

El principal problema que plantea esta serie de libros es el de su formación. La cuestión es tan complicada que podríamos dedicar muchas páginas a un solo libro. Nos contentaremos con unas ideas generales.
Nosotros estamos acostumbrados a atribuir una obra literaria a un solo autor, sobre todo, si al principio nos da su nombre, como ocurre en los libros proféticos. Pero en este caso no es cierto que todo el libro proceda de la misma persona. Podemos comenzar recordando el ejemplo más sencillo: Abdías. Este profeta no escribió un libro ni un folleto; una sola página con veintiún versos resume toda su predicación.

Sería normal atribuirle estas pocas líneas sin excepción. No obstante, los comentaristas coinciden en que los versos 19-20, escritos en prosa, fueron añadidos posteriormente; el estilo y la temática los diferencian de lo anterior. ¿Quién insertó estas palabras? No lo sabemos. Quizá un lector que vivió varios siglos después de Abdías.

Si el mensaje más breve de toda la Biblia plantea problemas insolubles, los 66 capítulos de Isaías, 52 de Jeremías o 48 de Ezequiel son capaces de desesperar al más paciente. Hay que renunciar por principio a comprenderlo todo. Limitándonos a ideas generales y, simplificando mucho, podemos indicar las siguientes etapas en la formación de los libros proféticos:

a) La obra original del profeta. Normalmente, lo primero sería la palabra hablada, pronunciada directamente ante el público, a la que seguiría su consignación por escrito. A veces, entre la proclamación del mensaje y su redacción pudieron transcurrir incluso varios años, como sugiere el capítulo 36 de Jeremías. Este relato es el más sugerente sobre los primeros pasos en la formación de un libro profético. Tras situarnos en el año 605 a.C. (¡el año cuarto de Joaquín, hijo de Josías, rey de Judá!), nos dice que el profeta recibió la siguiente orden del Señor:
"Coge un rollo y escribe en él todas las palabras que te he dicho sobre Judá y Jerusalén y sobre todas las naciones, desde el día en que comencé a hablarte, siendo rey Josías, hasta hoy. (...).
Entonces Jeremías llamó a Baruc, hijo de Nerías, para que escribiese en el rollo, al dictado de Jeremías, todas las palabras que el Señor le había dicho" (36,1-4).

A un hombre actual puede extrañarle que se deje pasar tanto tiempo entre la predicación y la redacción escrita. Si Jeremías recibió la vocación el año 627 a.C., como parece lo más probable, resulta curioso que sólo reciba orden de escribir el contenido esencial de su mensaje veintidós años más tarde. Pero la mentalidad de la época era distinta. Recordemos que, siglos más tarde, Jesús no dejará una sola palabra escrita. Volviendo a Jeremías, el volumen dictado a Baruc corre un destino fatal. Tras ser leído en presencia de todo el pueblo, luego ante los dignatarios, termina tirado al fuego por el rey Joaquín. Pero Dios no se da por vencido y ordena al profeta: ¡Toma otro rollo y escribe en él todas las palabras que había en el primer rollo, quemado por Joaquín! (v. 28). El capítulo termina con este interesante dato:
"Jeremías tomó otro rollo y se lo entregó a Baruc, hijo de Nerías, el escribano, para que escribiese en él, a su dictado, todas las palabras del libro quemado por Joaquín, rey de Judá. Y se añadieron otras muchas palabras semejantes" (v. 32).

Entre el primer volumen y el segundo existe ya una diferencia. El segundo es más extenso. Contiene el núcleo básico del futuro libro de Jeremías. Los comentaristas han hecho numerosos intentos para saber cuáles de los capítulos actuales se encontraban en aquel volumen primitivo. No existe acuerdo entre ellos, y carece de sentido perderse en hipótesis. Lo importante es advertir que el libro de Jeremías se remonta a una actividad personal del profeta.

Algo parecido debió de ocurrir con Isaías, Amós, Oseas, etc. Es probable que la palabra hablada diese lugar a una serie de hojas sueltas, que más tarde se agrupaban formando pequeñas colecciones: el ¡Memorial sobre la guerra siroefraimita! (Is 6,1-8,14), el ¡Librito de la consolación! (Jer 30-32), los oráculos ¡A la casa real de Judá! (Jer 30-32), los oráculos ¡A la casa real de Judá! (Jer 21,11-23,6), ¡A los falsos profetas! (Jer 23,9-32), ¡Sobre la sequía! (Jer 14), etc.

Hasta ahora nos hemos fijado en la palabra profética que fue consignada por escrito después de ser pronunciada oralmente. No podemos olvidar que en ciertos casos el proceso es inverso: primero se escribe el texto, luego se proclama. En este apartado adquieren especial relieve los relatos de vocación (Jer 1,4-10; Ez 1,3), las llamadas ¡Confesiones de Jeremías!, los relatos de acciones simbólicas no realizadas (ya hemos contado con esta posibilidad).

Y dentro de esta misma línea podríamos llegar a admitir que algunos profetas más que predicadores fueron escritores. Este caso se ha presentado con especial agudeza a propósito de los capítulos 40-55 de Isaías (¡Deuteroisaías!); muchos comentaristas creen que su autor fue un gran poeta que redactó su obra por escrito, comunicándola oralmente sólo en un segundo momento. También el gran ciclo de las ¡visiones! de Zacarías parece más obra literaria que redacción posterior de una palabra hablada.

b) La obra de los discípulos y seguidores del profeta. Con lo anterior no quedaron terminados, ni de lejos, los actuales libros proféticos. Les faltaba mucho camino por recorrer. El siguiente paso lo dará un grupo muy complejo que, a falta de mejor término, calificó de discípulos y seguidores. Utilizó una expresión bastante ambigua para no inducir a error al lector. Nosotros estamos acostumbrados a una relación muy directa entre el maestro y el discípulo. Decimos, por ejemplo, que Julián Marías es discípulo de Ortega y Gasset. Pero nadie diría que García Morente fue discípulo de Kant, por mucho que estimase y conociese la obra de este filósofo. En nuestra mentalidad, para que alguien sea discípulo es preciso que haya existido un contacto físico, directo, unos años de compañía y aprendizaje.

Esta relación directa entre maestro y discípulos se dio también en algunos de los profetas. Isaías nos habla de ellos. Pero, en la redacción de los libros, intervendrá no sólo este tipo de discípulos, sino también personas muy alejadas temporalmente del profeta, aunque dentro de su esfera espiritual. Como si Unamuno hubiese podido refundir y completar la obra de Kierkegaard. Un ejemplo que puede parecer absurdo, pero que ilumina nuestro caso.

Discípulos y seguidores contribuyeron especialmente en tres direcciones:

1) redactando textos biográficos sobre el maestro;

2) reelaborando algunos de sus oráculos;

3) creando nuevos oráculos.


De lo primero tenemos un ejemplo notable en el relato del enfrentamiento de Amós con el sumo sacerdote de Betel, Amasías (Am 7,10-17). Es el único pasaje biográfico de todo el libro. Pero no fue escrito por Amós, ya que se habla de él en tercera persona:
Amasías, sacerdote de Betel, envió un mensaje a Jeroboán, rey de Israel:
-"Amós está conjurando contra ti en medio de Israel; el país ya no puede soportar sus palabras. Así predica Amós: 'A espada morirá Jeroboán, Israel marchará de su país al destierro'.
Amasías ordenó a Amós:
-Vidente, vete, escapa al territorio de Judá; allí puedes ganarte la vida y profetizar. Pero no vuelvas a profetizar contra Betel, que es el santuario real y nacional."
"Respondió Amós a Amasías:
-Yo no soy profeta ni del gremio profético; soy ganadero y cultivo higueras. Pero el Señor me arrancó de mi ganado y me mandó ir a profetizar a su pueblo" (...).
Dentro de este apartado de relatos biográficos escritos por los discípulos el caso más importante y extenso es el de los capítulos 34 a 45 de Jeremías, atribuidos generalmente a su secretario Baruc.
En segundo lugar nos referíamos a la reelaboración de antiguos oráculos del maestro. Un ejemplo iluminará este procedimiento. Hacia el año 725 a.C., el Reino Norte (Israel) decidió rebelarse contra Asiria. Para Isaías se trata de una locura que costará cara al pueblo. Así lo indica en el siguiente oráculo:
¡Ay de la corona fastuosa, de los ebrios de Efraín,
y de la flor caduca, joya de su atavío,
que está en la cabeza de los hartos de vino!
Mirad: un fuerte y robusto, de parte del Señor,
como turbión de granizo y tormenta asoladora,
como turbión de aguas caudalosas y desbordantes,
con la mano derriba al suelo
y con los pies pisotea
la corona fastuosa de los ebrios de Efraín
y la flor caduca, joya de su atavío,
que está en el cabezo del valle ubérrimo.
Será como una breve temprana:
que el primero que la ve,
apenas la coge, se la traga (Is 28,1-4).

La capital del Reino Norte, Samaría, es presentada por el profeta como una ¡corona fastuosa!, una ¡flor!, ¡joya del atavío! de los israelitas. Pero las autoridades insensatas, ¡hartos de vino!, la están llevando a la ruina. Aunque el texto no habla expresamente de rebeliones ni revueltas, da a entender que el emperador asirio (¡un fuerte y robusto!) pondrá término al esplendor de la ciudad: ¡Con la mano derriba al suelo y con los pies pisotea la corona fastuosa de los ebrios de Efraín!.

Así ocurrió. El año 725 fue asediada Samaría, conquistada el 722, deportada el 720. Con ello se ha cumplido la palabra profética. Pero no era ésta la última palabra de Dios, porque El sigue fiel a su pueblo. Y un ¡discípulo! añade más tarde los versos 5-6, recogiendo las metáforas de la corona y la joya, aunque dándoles un sentido nuevo:
Aquel día será el Señor de los ejércitos
corona enjoyada, diadema espléndida
para el resto de su pueblo:
sentido de justicia
para los que se sientan a juzgar,
valor para los que rechazan
el asalto a las puertas.

Ahora se dirige a los israelitas del Norte una palabra de consuelo. El texto ya no habla de ¡hartos de vino!, sino de hombres responsables, capaces de juzgar y defender a su pueblo. Y su timbre de gloria no es una ciudad, sino el mismo Señor, ¡corona enjoyada, diadema espléndida!.

En el caso que acabamos de citar, la reelaboración no afecta directamente al texto primitivo. Lo respeta en su literalidad, aunque el añadido modifique o complete el sentido. Lo mismo ocurre en otro ejemplo, el magnífico poema de Is 14 sobre la derrota del tirano, que citaremos más adelante. Parece que esta terrible sátira fue escrita contra un rey asirio. Más tarde, cuando este Imperio desapareció de la historia, un ¡discípulo! consideró conveniente actualizar su sentido aplicándolo a los reyes babilonios. Para ello inserta el poema en medio de unas claras referencias a esta potencia:
Cuando el Señor te haya dado reposo
de tus penas y temores,
y de la dura esclavitud en que serviste,
entonarás esta sátira
contra el rey de Babilonia (Is 14,3-4a).

(Sigue el poema: Is 14,4b-21) y continúa:

Yo me levantaré contra ellos
-oráculo del Señor de los ejércitos-
y extirparé de Babilonia posteridad y apellido,
retoño y vástago,
la convertiré en posesión de erizos,
en agua estancada,
la barreré bien barrida,
hasta que desaparezca (Is 14,22-23).

A veces la reelaboración penetra en el texto primitivo. Puede tratarse de simples aclaraciones, que orienten al lector. Por ejemplo, en Is 7,7 dice el profeta que Dios hará subir contra Judá ¡las aguas del Eufrates, torrenciales e impetuosas!. La metáfora era clara para sus contemporáneos. Pero pudo dejar de serlo años más tarde, y un glosador añadió.. ¡El rey de Asiria, con todo su ejército!.

Así queda claro el sentido de la crecida amenazadora del río Eufrates: no se trata de una catástrofe natural (imposible por otra parte: a los andaluces no puede afectarles una crecida del Ródano), sino de una invasión militar.

En otras ocasiones, estos añadidos que se insertan dentro del texto primitivo tienen una intención más profunda. Citaré como ejemplo el discutido caso de Is 7,15. El profeta, hablando con el rey Acaz, le da el famoso signo del nacimiento del Emanuel:
"Mirad: la joven está encinta y dará a luz un hijo,
y le pondrá por nombre Dios-con-nosotros.
Comerá requesón con miel, hasta que aprenda
a rechazar el mal y a escoger el bien.
Porque antes que aprenda el niño
a rechazar el mal y escoger el bien,
quedará abandonada la tierra
de los reyes que te hacen temer" (Is 7,14-16).

Prescindiendo de algunos complejos problemas de traducción en la última frase, hay algo que llama la atención en este texto. Su estructura es la siguiente: nacimiento, imposición del nombre, dieta del niño, explicación del nombre.

Parece claro que el v.15, referente a la dieta del niño (¡comerá requesón con miel hasta que aprenda a rechazar el mal y a escoger el bien!) interrumpe la secuencia primitiva y ha sido añadido posteriormente. Así piensan, al menos, muchos comentaristas. Cuando nos encontramos ante un caso como éste no basta detectar el añadido posterior. Es preciso descubrir su sentido. En este ejemplo concreto, parece que la intención del glosador fue subrayar las características portentosas del niño, ya que se alimentaría con una dieta paradisíaca.

Rastrear las numerosas reelaboraciones del texto es una tarea interminable y que se presta, por desgracia, a mucho subjetivismo. Es fácil atribuir a un autor posterior los que en realidad procede del profeta.

Los discípulos y seguidores, además de redactar textos sobre la vida del maestro y de reelaborar sus oráculos, contribuyen creando nuevos poemas, mucho más numerosos de lo que cabría imaginar. Esta idea era impensable e inaceptable hace pocos años entre los católicos. Si al comienzo del libro de Isaías se dice: ¡Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén...! (Is 1,1), la consecuencia lógica para nuestros antepasados era que todo el libro, desde el capítulo 1 hasta el 66, procedían del profeta Isaías.


Quien lo negase, negaba la verdad de la palabra de Dios.

Hoy vemos las cosas de otra manera. La palabra de Dios es una realidad dinámica, y resultado secundario que todos los textos proceden del profeta Isaías o sólo algunos capítulos. Una obra es importante en sí misma, prescindiendo de quién la haya escrito. En términos musicales, la ¡Sinfonía de los juguetes! es hermosa, independientemente de que su autor sea Wolfgang Amadeus Mozart, como se pensó durante mucho tiempo, o su padre, Leopoldo Mozart.

c) La estructuración del libro . Todo el material anterior, acumulado a lo largo de años y siglos, debió de presentarse ante los redactores finales como un auténtico rompecabezas. ¿Cómo agruparlo y ordenarlo? Podemos decir que el criterio cronológico no les preocupó demasiado. Es cierto que los primeros capítulos de Isaías (1-5) parecen contener el mensaje de su primera época, y 28-33 el de sus últimos años.

Algo parecido podríamos decir de Ez 1-24 (primera etapa) y 33-48 (segunda). Sin embargo, las excepciones son tantas que más bien debemos rechazar el criterio cronológico. Parece que el orden pretendido por los redactores fue más bien el temático y, dentro de éste, una división de acuerdo con el auditorio o los destinatarios.

Así, en líneas generales, el resultado fue:
- oráculos de condenación dirigidos contra el propio pueblo
- oráculos de condenación dirigidos contra países extranjeros
- oráculos de salvación para el propio pueblo
- sección narrativa.


Pero no conviene absolutizar el esquema. Las excepciones superan con mucho a la regla. El libro que mejor se adapta a la estructura propuesta es el de Ezequiel. Bastante Jeremías, en el orden de los Setenta (LXX), que es distinto del de la Biblia hebrea. El caso de Isaías y de otros escritos es más complejo, aunque las ideas anteriores resultan útiles en muchos momentos para comprender su formación. Lo que no conviene olvidar, y esto es una conquista de los estudios más recientes sobre los libros proféticos, es la importancia capital de los redactores. Su labor no fue mecánica, de simple recogida y acumulación de textos. Sobre todo en algunos casos llevaron a cabo una auténtica tarea de filigrana, engarzando los poemas con hilos casi invisibles que reaparecen a lo largo de toda la obra. Analizar el libro de Isaías desde este punto de vista, como una ópera gigantesca con diversos temas que se entrecruzan y repiten, es una tarea apasionante, pero, por desgracia, tan complicada que cae fuera de las posibilidades de esta obra.

d) Los añadidos posteriores. Incluso después de las etapas que hemos reseñado, los libros proféticos siguieron abiertos a retoques, añadidos e inserciones. Tomando como ejemplo el libro de Isaías, después de estar estructurado su bloque inicial (capítulos 1,39) se añadieron los capítulos 40-66. Incluso es posible que lo último en formar parte del él fuera la llamada ¡Escatología! (cc. 24,27). Este proceso se repite en el libro de Zacarías, donde distinguiremos entre ¡Protozacarías! o ¡Primer Zacarías! (cc. 1-8 ) y ¡Deuterozacarías! (cc. 9-14), sin excluir que este último bloque sea obra de distintos autores.

Lo único que podemos asegurar es que hacia el año 200 a.C. los libros proféticos estaban ya redactados en la forma que los poseemos actualmente. Así se deduce de la cita que hace de ellos el Eclesiástico y de las copias encontradas en Qumrán.


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Publicado el 27 octubre 2007 - 11:05

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Sigamos aprendiendo... y aca ponemos fin a este documento enriquecedor para ateos y cristianos
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José L. Sicre sj

LOS PROFETAS DE ISRAEL
Y SU MENSAJE


8.- BREVE HISTORIA DEL MOVIMIENTO PROFÉTICO



Aunque el Antiguo Testamento concede el título de ¡profeta! a Abrahán, María (la hermana de Moisés) y Débora, parece más seguro situar los comienzos del fenómeno profético hacia el siglo XI a.C., en tiempos de Samuel. En esta época inicial ofrece una imagen bastante curiosa y extraña. Se trata de grupos de personas que, mediante la música y la danza, entran en éxtasis (1 Sam 10,5-13) o en trance (1 Sam 19,18-24).

Es posible que alentasen al pueblo a permanecer fieles al Señor y que acompañasen al ejército en sus batallas contra los filisteos. Pero su relación con los futuros profetas de Israel es mucho menor de lo que pudiéramos pensar. Según González Núñez no son profetas sino ¡testigos! de la presencia del Señor y auxiliares de los profetas. En realidad, no hablan en nombre de Dios, no anuncian el futuro, no son videntes, no hacen de intermediarios entre Dios y el pueblo; simplemente mantienen un quehacer religioso y llevan a cabo una forma de vida que lo facilita.

Samuel aparece en la tradición bíblica con rasgos muy diversos: héroe en la guerra contra los filisteos, juez que recorre Israel, vidente en relación con las asnas de Saúl. Ejerce también funciones sacerdotales, ofreciendo sacrificios de comunión y holocaustos. Pero lo que más subraya la tradición bíblica es su carácter profético: es el hombre que transmite la palabra de Dios. Este dato podemos observarlo ya en el capítulo sobre la vocación (1 Sam 3).. advertimos un contacto nuevo y especial con Dios a través de su palabra, y se le encarga una tarea típicamente profética: anunciar el castigo de la familia sacerdotal de Elí. Por si no fuera suficientemente claro, el resumen final afirma: ¡Todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel estaba acreditado como profeta del Señor! (1 Sam 3,20).

Otro rasgo profético de Samuel es su intervención en la política, ungiendo rey a Saúl. La tradición le hace ungir también a David cuando niño (1 Sam 16), pero esto quizá carezca de fundamento histórico. En cualquier caso, la unción de Saúl recuerda lo que hará Natán con Salomón (1 Re 1,11ss), el encargo que recibe Elías con respecto a Jehú (1 Re 19,16) y que ejecutará Eliseo a través de un discípulo (2 Re 9).
Por último, y más profético que lo anterior, es su denuncia del rey. En dos ocasiones se enfrenta Samuel a Saúl. La primera, con motivo de la batalla de Mikmás (1 Sm13,7b-15); la segunda, después de la guerra contra los amalecitas (1 Sam 15,10-23).

Ambos hechos, la unción del rey y la denuncia, plantean serios problemas históricos. Sobre el primero existen dos versiones, la monárquica y la antimonárquica. Respecto al segundo es posible que exista un duplicado, ya que 1 Sam 15,10-23 parece desconocer 1 Sam 13,7b-15. De todas formas, parece claro que los autores bíblicos interpretaron a Samuel como el primer gran profeta.
Dada la imposibilidad de tratar con detenimiento cada uno de los profetas posteriores, indicaré las principales líneas de evolución hasta el siglo VIII a.C., época en que la profecía adquiere un rumbo nuevo. En estos siglos que van desde la instauración de la monarquía hasta la aparición de Amós podemos detectar tres pasos, muy relacionados con la actitud que el profeta adopta ante la figura del rey.

1.- El primer paso podemos definirlo de cercanía física y distanciamiento crítico respecto al monarca. Los representantes más famosos de esta primera época son Gad y Natán. Gad interviene en tres ocasiones: aconsejando a David que vuelva a Judá (1 Sam 22,5), acusándolo de haber realizado el censo (2 Sam 24,11s) y ordenándole edificar un altar en la era de Ornán (2 Sam 24,18s). Desempeña, pues, una función de consejero de guerra, una función judicial y una función cultural. Es interesante notar que nunca se dirige al pueblo; siempre está en relación directa con David.

Natán tiene más importancia. Es el profeta principal de la corte en tres momentos decisivos de la vida de David: cuando pretende construir el templo (2 Sam 7), cuando comete adulterio con Bersabé y manda asesinar a Urías (2 Sam 12), cuando Salomón hereda el trono (1 Re 1,11-48).


Considerarlos profetas de la corte no es acusarlos de servilismo, ya que nunca se vendieron al rey. Por eso podemos definir su postura de cercanía física y distanciamiento crítico.

2.- El segundo momento se caracteriza por la lejanía física que se va estableciendo entre el profeta y el rey, aunque aquél sólo interviene en asuntos relacionados con el monarca. Un ejemplo significativo es el de Ajías de Siló, del que se conservan dos relatos (1 Re 11,29-39 y 14,1-8 ). En ambas ocasiones se dirige -directa o indirectamente- a Jeroboán I de Israel: la primera, para prometerle el trono; la segunda, para condenarlo por su conducta. Esto demuestra que el compromiso del profeta no es con el rey, sino con la palabra de Dios. Pero también resulta interesante comprobar que Ajías no vive en la corte ni cerca del rey. La primera vez le sale al encuentro en el camino, la segunda debe ir la esposa de Jeroboán a buscarlo.

Dentro de este apartado podemos clasificar también a Miqueas ben Yimlá, que sólo aparece en 1 Re 22, cuando Ajab de Israel se une a Josafat de Judá para luchar contra los sirios. Discuten los comentaristas si se trata de una persona real o ideal. En cualquier caso, el texto es muy interesante para la confrontación entre verdaderos y falsos profetas. Estos aparecen merodeando junto al rey, anunciando el éxito, deseando quedar bien. Miqueas no está presente; tiene que ir a buscarlo. Y no se compromete a nada, sólo a ¡decir lo que el Señor me mande! (v.14).


3.- El tercer momento concilia la lejanía progresiva de la corte con el acercamiento cada vez mayor al pueblo. El ejemplo más patentes es el de Elías. En los casos de Ajías y Miqueas ben Yimlá, cuando el rey busca al profeta, lo encuentra. Con Elías no ocurre así, como reconoce Abdías: ¡No hay país ni reino a donde mi señor no haya enviado gente a buscarte.... Cuando yo me separe de ti, el espíritu del Señor te llevará no sé dónde, yo informaré a Ajab, pero luego no te encuentra, y me mata! (1 Re 18,10ss). Efectivamente, Elías nunca pisa el palacio de Ajab. Una vez le sale al encuentro ¡en la viña de Nabot! (1 Re 21). Y en la otra ocasión que se acerca a él, por mandato expreso del Señor, exige la presencia de todo el pueblo (1 Re 18,19). sus relaciones con Ocozías no fueron muy distintas; nadie puede obligarlo, ni siquiera por la fuerza, a presentarse ante el rey; él lo hará voluntariamente para anunciarle su muerte (2 Re 1). Por otra parte, Elías se acerca a la gente, como lo demuestra el episodio de la viuda de Sarepta (1 Re 17,9-24) y el juicio en el monte Carmelo (1 Re 18). Estos tímidos pasos serán continuados por Eliseo, el profeta más ¡popular! del Antiguo Testamento.

A partir de ahora, los profetas se dirigirán predominantemente al pueblo. No dejan de hablar al rey, ya que éste ocupa un puesto capital en la sociedad y la religión de Israel, y de su conducta dependen numerosas cuestiones. Pero se ha establecido un punto de contacto entre el movimiento profético y el pueblo, y ambos irán estrechando sus vínculos cada vez más.

En el siglo VIII surge un fenómeno totalmente nuevo dentro de la profecía: la aparición de profetas que nos dejan su obra por escrito. Por ello se les conoce como ¡profetas escritores!, aunque el término clásico alemán Schriftpropheten debemos traducirlo más bien por ¡profetas con obra escrita!.

¿Tiene un sentido especial esta consignación por escrito del mensaje profético? En principio podríamos atribuirlo simplemente a la difusión cada vez mayor de la escritura. Pero numerosos autores piensan que la causa es más profunda. Si el mensaje de los profetas a partir de Amós se conservó por escrito fue debido a que su palabra causó honda impresión en los oyentes. Habían escuchado algo nuevo, totalmente diverso de lo anterior, que no podía ser olvidado. Eso nuevo consistirá en el rechazo del ¡reformismo! para dar paso a la ¡ruptura total! con las estructuras vigentes.

Podemos decir que los profetas anteriores a Amós eran reformistas. Admitían la estructura en vigor y pensaban que los fallos concretos podían ser solucionados sin abandonarla. A partir de Amós no ocurre esto. Este profeta advierte que todo el sistema está podrido, que el muro de Israel está abombado y no puede mantenerse en pie; el Reino Norte es como un cesto de higos maduros, maduros para su fin. Con palabras de Isaías, el pueblo de Dios es un árbol que debe ser talado hasta que sólo quede un tocón insignificante. Unica solución es la catástrofe, de la que emerge, al correr del tiempo, una semilla santa (Is 6,13).
Esta novedad tan grande, este corte radical con la predicación de los profetas anteriores, habría motivado que el mensaje de Amós se consignase por escrito. Y es posible que, a partir de él, se convirtiese en costumbre para los profetas siguientes, sin olvidar que a veces es el mismo Dios quien les ordena escribir sus oráculos (véase Is 30,8-10; Jer 36; ls 27-32, etc).

Otro dato que impresiona en la profecía del siglo VIII es la acumulación, en el breve espacio de medio siglo, de cuatro profetas de gran talla: Amós, Oseas, Isaías y Miqueas. Es, sin duda, la época de oro de la profecía israelí. Ya que resulta imposible tratar la vida y el mensaje de estos grandes protagonistas, sintetizaremos la problemática en la que se mueven, destacando tres aspectos fundamentales: social, político y religioso.
La problemática social, con sus diversos matices, aparece en los cuatro profetas. Amós y Miqueas son los más preocupados por el tema. Al primero le duele sobre todo la situación de los marginados sociales; a Miqueas, la opresión de los campesinos de la Sefela por parte de los terratenientes y las autoridades de Jerusalén. Isaías da la impresión de vivir en la capital y de enfocar el problema desde otro punto de vista, fijándose no sólo en la opresión de los pobres, sino también en la corrupción de los ricos.

Esta importancia tan grande de los problemas sociales no tiene nada de extraño en el siglo VIII. Tanto el Reino Norte como el Sur habían pasado rápidamente de una situación trágica, de gran pobreza, a un auge económico sólo comparable con el del reinado de Salomón. Pero este desarrollo de la agricultura y de la industria se consiguió a base de los más pobres. Es verdad que siempre se dieron desigualdades en el antiguo Israel, pero ahora adquieren proporciones alarmantes. El abismo entre ricos y pobres crece sin cesar, y Amós no duda en dividir la población de Samaría en dos grandes grupos: los ¡oprimidos! y ¡los que atesoran! (Am 3, 9-12).

La problemática religiosa tiene dos vertientes. Por una parte, encontramos el culto a dioses extranjeros, especialmente a Baal, que se da prácticamente desde el tiempo de los Jueces. Los israelitas, al asentarse en Palestina y dedicarse a la agricultura, no pensaban que Yavé pudiese ayudarles en este nuevo tipo de actividad. Se encomiendan a Baal, dios cananeo de la fecundidad, las lluvias, las estaciones, al que atribuyen ¡el pan y el agua, la lana, el lino, el vino y el aceite! (Oseas 2,7). Y surge la lucha religiosa más enconada de la historia de Israel, que adquiere matices trágicos en tiempos de Elías, con la matanza de los cuatrocientos sacerdotes de Baal, y en la revolución de Jehú (2 Re 10). Oseas no pretende solucionar el problema por las armas, incluso critica duramente a Jehú, que intentó purificar el culto a base de sangre. Lo que el profeta desea es que el pueblo adquiera un mayor conocimiento de Dios y se convierta.
La segunda vertiente del problema religioso es más grave y aparece en los cuatro profetas del siglo VIII. Se trata de la falsa idea de Dios fomentada por un culto vacío, por una piedad sin raigambre, por unas verdades de fe mal interpretadas. En definitiva, se trata de un intento de manipular a Dios, de eliminar sus exigencias éticas, contentándolo con ofrendas, sacrificios de animales, peregrinaciones y rezos. El Dios de la justicia, que quiere un pueblo de hermanos y no tolera la opresión de los débiles, se convierte para la inmensa mayoría del pueblo en un dios como otro cualquiera, satisfecho con que el hombre le rinda culto en el templo y le ofrezca sus dones. Y la alianza del Sinaí, condicionada a la respuesta ética del pueblo, se transforma en una promesa incondicional, que ata las manos a Dios y sitúa a Israel por encima de los demás pueblos. Los cuatro profetas reaccionarán duramente contra esta perversión de la idea de Dios.

La problemática política es también fundamental en esta época, debido a las graves circunstancias nacionales e internacionales. Donde aparece con mayor fuerza es en Oseas e Isaías. La chispa que hará estallar la bomba es la subida al trono de Asiria de Tiglatpileser III (año 745 a.C.). Su política imperialista y la de sus sucesores (Salmanasar V, Sargón II, Senaquerib) transformarán el Antiguo Oriente en un campo de batalla donde Asiria intenta imponer su hegemonía sobre pueblos pequeños y tribus dispersas.
Frente a ella, Egipto aparece como la única potencia capaz de oponérsele. Y así surgirán en Israel y Judá dos partidos contrarios, uno asirófilo y otro egiptófilo, que harán oscilar la política hacia uno u otro extremo. Lo típico de Oseas e Isaías es su defensa de la neutralidad, su oposición radical a las rebeliones contra Asiria y a las alianzas con este país o con Egipto. Algunos han acusado a estos profetas, especialmente a Isaías, de ¡política utópica!. Otros los defienden como hombres de gran intuición y prudencia política. Lo cierto es que ambos fracasaron. Ni las autoridades ni el pueblo les hicieron caso.

A la edad de oro de la profecía siguen muchos años de silencio. Bastantes comentaristas dirán que unos setenta y cinco. En gran parte se explica por el largo reinado de Manasés (cincuenta y cinco años), hombre despótico, que ¡derramó ríos de sangre inocente, de forma que inundó Jerusalén de punta a cabo! (2 Re 21,16). Es posible que en su tiempo surgiesen profetas, aunque la frase anterior sugiere que no les darían la oportunidad de decir muchas cosas. Quizá podamos datar durante su reinado la profecía de Nahún, en contra de lo que piensan muchos comentaristas.

Pero es a finales del siglo VII cuando volvemos a encontrar un grupo de grandes figuras: Sofonías, Jeremías, Habacuc. No resulta fácil sintetizar su problemática porque tienen puntos de vista muy distintos. Sofonías alienta la reforma religiosa y política del rey Josías. Habacuc se plantea el problema de la historia, de esa serie ininterrumpida de potencias opresoras (Asiria, Egipto, Babilonia), difícil de conciliar con la bondad y la justicia de Dios.

Pero la gran figura de la época es Jeremías, que recoge el tema de la catástrofe anunciada por los profetas del siglo VIII. No es masoquismo ni sadismo lo que le guía, sino la negativa del pueblo a convertirse. Ante esta actitud, Dios impone un castigo menor, el sometimiento a Babilonia, nueva dominadora del mundo antiguo. Pero el rey y las autoridades se niegan a aceptarlo. Confiando una vez más en la ayuda de Egipto, promueven la rebelión. Y ésta llevará a la catástrofe definitiva. El año 586 cae Jerusalén, desaparece la monarquía, el templo es incendiado junto con la ciudad y tiene lugar la segunda y más importante deportación. Jeremías, que no descuida los problemas sociales ni la crítica a la falsa religiosidad, es el punto culminante de la profecía anterior al exilio. En su época se cumplen las amenazas formuladas un siglo antes por sus predecesores.

La caída de Jerusalén marca una nueva etapa en la historia de la profecía. Antes de ella estuvo dominada por el tema del castigo y la amenaza. A partir de ahora, los profetas hablan de esperanza y consuelo. Ezequiel y el Deuteroisaías, los dos grandes representantes de la profecía exílica, van en esta línea. Ezequiel había comenzado su actividad en Babilonia antes de la caída de Jerusalén; igual que Jeremías, anunció entonces la catástrofe inminente. Pero en la segunda etapa de su actividad anuncia la renovación total, política, social, económica, religiosa. Su visión del futuro es quizá demasiado ambiciosa y perfecta, no falta ningún aspecto y se extiende hasta los últimos tiempos, los que siguen a la victoria definitiva de Dios sobre sus enemigos.

Los profetas posteriores a Ezequiel participan de su esperanza, pero se mantienen a niveles más modestos. El Deuteroisaías, por ejemplo, centra su esperanza en la liberación de Babilonia y en la posterior restauración de Jerusalén. Si tiene que anunciar algo inaudito no es la victoria de Dios en la guerra, sino su triunfo por medio del sufrimiento y la muerte del Siervo.

Ageo, Zacarías y el grupo de profecías, anónimas que conocemos como el Tritoisaías (Is 56-66), se sitúan en las primeras décadas posteriores a la vuelta de Babilonia. El primero insiste en la reconstrucción del templo y fomenta la esperanza de un nuevo rey davídico, al que identifica con Zorobabel, cerrando sus profecías con la victoria de Judá sobre sus enemigos. Zacarías se mueve en una temática parecida, aunque la desarrolla con cuadros e imágenes de suma originalidad, aprovechados posteriormente por la literatura apocalíptica. La problemática de Is 56-66 es demasiado amplia para poder resumirla. Pero se advierte en estos capítulos un fenómeno importante: la profecía se aísla cada vez más de la situación presente y se refugia en el futuro, en ¡el cielo nuevo y la tierra nueva! (Is 65,17). La diferencia con los autores del siglo VIII e incluso con los del VII es manifiesta. Malaquías, en el siglo V, representa un punto de vista distinto, centrado totalmente en lo concreto; pero resulta una problemática demasiado pequeña y cotidiana.
La época posexílica aporta también el librito de Joel, la llamada ¡Apocalipsis de Isaías! (Is 24,27), la colección conocida como ¡Deuterozacarías! (Zac 9,14) y otros textos. Una producción interesante, pero que no logra evitarnos la impresión de que la profecía va languideciendo. Hasta que desaparece por completo. Russel piensa que las causas que contribuyeron a la desaparición de la profecía fueron:

- La canonización de la ¡ley! (pentateuco), que probablemente tuvo lugar en el siglo V. A partir de entonces, el pueblo tiene un medio seguro de conocer la voluntad de Dios, no es preciso estar pendiente de la palabra profética.

- El empobrecimiento creciente de la temática profética. Por una parte, se centra demasiado en el futuro lejano. Por otra, cuando habla del presente, no trata los grandes temas y le falta el carácter incisivo de los antiguos profetas.

- El pulular creciente de las religiones de salvación, magos, adivinos, que el pueblo identifica a veces con los profetas. Esta peligrosa identificación hace que el profetismo caiga en descrédito.
De cualquier forma, la profecía siguió gozando de gran prestigio en Israel. Pero con un matiz importante. Se estimaba grandemente a los antiguos profetas y se esperaba la venida de un gran profeta en el futuro (ver 1 Mac 4,46; 14,41). Según una corriente, se trataría de un profeta como Moisés (ver Dt 18,18 ); de acuerdo con otra, inspirada en Malaquías 3,23, sería Elías quien volviese. Esta esperanza se cumplirá, para los cristianos, en las personas de Juan Bautista y Jesús.

Las páginas anteriores nos han puesto en contacto con los principales profetas de Israel en una visión rápida, excesivamente fría. En el fondo sigue latiendo la pregunta misteriosa con que abríamos la introducción: ¿qué es un profeta? ¿Qué siente?

Termino respondiendo en parte con unos versos de José María Valverde a propósito de los poetas. El profeta es muchas veces un poeta, y lo que vale para éstos es válido también para aquéllos.

Señor, ¿qué nos darás en premio a los poetas?
Mira, nada tenemos, ni aun nuestra propia vida;
somos los mensajeros de algo que no entendemos.
Nuestro cuerpo lo quema una llama celeste;
si miramos, es sólo para verterlo en voz.
No podemos coger ni la flor de una vallado
para que sea nuestra y nada más que nuestra,
ni tendernos tranquilos en medio de las cosas,
sin pensar, a gozarlas en su presencia sólo.
(...)

Tú no nos das el mundo para que lo gocemos.
Tú nos lo entregas para que lo hagamos palabra.
Y después que la tierra tiene voz por nosotros
nos quedamos sin ella, con sólo el alma grande...
Ya ves que por nosotros es sonora la vida,
igual que por las piedras lo es el cristal del río.
Tú no has hecho tu obra para hundirla en el silencio,
en el silencio huyente de la gente afanosa;
para vivirla sólo, sin pararse a mirarla...
Por eso nos has puesto a un lado del camino
con el único oficio de gritar asombrados.
(...)

Esto que nos exalta sólo puede ser tuyo.
Sólo quien nos ha hecho puede así destruirnos
en brazos de una llama tan cruel y magnífica...
Tú que cuidas los pájaros que dicen tu mensaje,
guarda en la muerte nuestros cansados corazones;
dales paz, esa paz que en vida les negaste,
bórrales el doliente pensamiento sin tregua.
Tú nos darás en Ti el Todo que buscamos;
nos darás a nosotros mismos, pues te tendremos
para nosotros solos, y no para cantarte.

(¡Oración por nosotros los poetas!, de Enseñanzas de la edad).




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Publicado el 12 noviembre 2007 - 12:28

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José L. Sicre sj

LOS PROFETAS DE ISRAEL Y SU MENSAJE

2a PARTE

¡PARA ARRANCAR Y ARRASAR!

LA DENUNCIA




Contenido:

1. Una Historia de Pecado

El doble pecado e Israel
Historia de dos hermanas
La historia de Jerusalén



2. La Manipulación de Dios

La Alianza
El Templo
¡El Día del Señor!



3. La Injusticia Social

3.1. La situación en Samaría
3.2. La situación en Jerusalén
3.3. Los problemas concretos
3.4. Culto y justicia



4. El Imperialismo Militar

4.1. Asiria
4.2. Babilonia
4.3. Persia
4.4. Siria
4.5. Conclusión



5. El Imperialismo Económico

Contra Tiro
Contra el rey de Tiro




PROLOGO


Como indiqué en el Prólogo, el mensaje profético se puede organizar en torno a dos grandes nœcleos: la denuncia y el anuncio. Con palabras de Jeremías, ¡para arrasar, edificar y plantar!.

En épocas anteriores, el estudio de los profetas se centró especialmente en el anuncio, considerándolos mensajeros del futuro y, sobre todo, anunciadores de la venida del Mesías, Jesœs. Actualmente, quizás se subraye con más fuerza el aspecto de denuncia. Para muchos contemporáneos, el profeta es quien denuncia las injusticias sociales, económicas, el falso culto a Dios, etc.

Pero es importante no caer en una interpretación demasiado materialista y mundana de la denuncia profética. Para ellos, la dimensión religiosa es esencial en la vida del pueblo y del individuo. Dios es lo absoluto, lo más importante. Abandonarlo es el mayor pecado, y raíz de todos los otros males. Por eso, esta primera parte comienza con unas páginas sobre la historia de Israel como ¡Una historia de pecado!. Y sigue otro breve capítulo sobre ¡La manipulación de Dios! a través de las grandes verdades religiosas.
Sólo a la luz de esta ingratitud para con Dios adquieren pleno sentido los otros aspectos de la denuncia profética, que he sintetizado en ¡La injusticia social!, ¡El imperialismo militar! y ¡El imperialismo económico!.
He procurado en algunos momentos ofrecer sugerencias que ayuden a captar la actualidad del mensaje profético. Pero prefiero ser parco, y que el lector saque las consecuencias por su cuenta.


1. Una Historia de Pecado


Es frecuente entre nosotros hablar del Antiguo Testamento como ¡Historia de la salvación!. Y es exacto. Pero hace falta evitar un equívoco. ¡Historia de la salvación! no significa historia ideal, maravillosa, pletórica de portentos. Significa que Dios, a pesar de las infidelidades continuas de su pueblo, permanece fiel a él y siempre termina salvándolo. Ambos aspectos son esenciales: el amor de Dios y el pecado del pueblo. Porque sólo así se da auténtica historia de la ¡salvación!.

Los profetas no cayeron en las visiones idealizadas y simplistas que a veces se nos han transmitido a los cristianos. En todo caso, pecaron de pesimistas, subrayando la infidelidad continua de sus compatriotas. Sin embargo, considero más objetivo afirmar que su postura, aplicada al conjunto de la historia, se caracteriza por un profundo realismo, aunque acentœe los claroscuros del pasado. No lo hacían por desmitificar ni criticar destructivamente, sino con el deseo de invitar a la conversión.

Esta visión crítica del pasado ha dejado algunos poemas excelentes en Oseas, Jeremías y Ezequiel. Por desgracia, el primero se expresa a veces de forma tan condensada y oscura que prefiero no incluir sus textos en esta antología. Requieren un comentario demasiado extenso, que cae fuera de nuestra intención. Quien lo desee, puede leer de este profeta desde 9,10 hasta 14,1, ayudándose de algœn comentario, que puede ser el de L. Alonso Sch›kel/ J.L. Sicre, Profetas II (Ediciones Cristiandad, Madrid 1980) 905-918. Aquí sólo recogeremos un poema de Jeremías y otros textos de Ezequiel.



El doble pecado de Israel

(Jeremías 2,2-19)
Si exceptuamos el v.18 , que parece haber sido añadido por Jeremías posteriormente, el poema contiene ocho estrofas de cuatro versos cada una (versos hebreos en sentido literario, no ¡versículos!. Para facilitar al lector la comprensión de este extenso poema pondré títulos a cada estrofa.

1È El amor inicial

Así dice el Señor:
Recuerdo tu cariño de joven, tu amor de novia,
cuando me seguías por el desierto, por tierra yerma.
Israel era sagrada para el Señor, primicia de su cosecha:
quien osaba comer de ella lo pagaba,
la desgracia caía sobre él -oráculo del Señor-

2È El olvido de Dios

Escuchad la palabra del Señor, casa de Jacob,
tribus todas de Israel: Así dice el Señor:
¿Qué delito encontraron en mí vuestros padres
para alejarse de mí?
Siguieron tras vaciedades y se quedaron vacíos,
en vez de preguntar: ¿Dónde está el Señor?

(Las ¡vaciedades! es una referencia a los Baales, dioses cananeos de la fecundidad).

3È Los beneficios divinos

El que nos sacó de Egipto y nos condujo por el desierto,
por estepas y barrancos, tierra sedienta y sombría,
tierra que nadie atraviesa, que el hombre no habita.
Yo os conduje a un país de huertos,
para que comieseis sus buenos frutos;
pero entrasteis y contaminasteis mi tierra,
hicisteis abominable mi heredad

4È La culpa de los dirigentes

Los sacerdotes no preguntaban: ¿Dónde está el Señor?
Los doctores de la ley no me reconocían,
los pastores se rebelaron contra mí,
los profetas profetizaban en nombre de Baal,
siguiendo a dioses que de nada sirven.
por eso vuelvo a pleitear con vosotros
y con vuestros nietos pleitearé -oráculo del Señor-.

5È El contraste con los otros pueblos

Navegad hasta las costas de Chipre y mirad,
despachad gente a Cadar y observad atentamente:
¿Cambia un pueblo de dios? Y eso que no es dios.
Pues mi pueblo cambió su Gloria por el que no sirve.

6È Los dos grandes pecados
¡Espantaos, cielos, de ello, horrorizaos y pasmaos!
-oráculo del Señor-,
porque dos maldades ha cometido mi pueblo:
me abandonaron a mí, fuente de agua viva,
y se cavaron aljibes, aljibes agrietados,
que no retienen el agua.

7È Consecuencias de la apostasía

¿Era Israel un esclavo o un nacido en esclavitud?
Pues, ¿cómo se ha vuelto presa de leones
que rugen contra él con gran estruendo?
Arrasaron su tierra, incendiaron sus poblados
hasta dejarlos deshabitados.
Incluso gente de Menfis y Tafnes
te raparon la coronilla.

8È La amargura del pecado

¿No te ha sucedido todo esto
por haber abandonado al Señor tu Dios?
Tu maldad te escarmienta, tu apostasía te enseña:
Mira y aprende que es malo y amargo
abandonar al Señor, tu Dios, sin sentir miedo
-oráculo del Señor de los ejércitos-.


Este poema parece pertenecer a la primera etapa de Jeremías, cuando predicó a las tribus del Norte un mensaje de conversión y de esperanza. Exactamente un siglo antes, los asirios habían conquistado Samaría y deportado a 27.290 samaritanos, al mismo tiempo que traían extranjeros de otros pueblos para sustituirlos. El tema de la vuelta de los desterrados lo tratará el profeta en otro momento. Aquí nos ofrece una meditación histórica sobre la apostasía del Reino Norte, que tan trágicas consecuencias tuvo para él. Ya desde el principio se denuncian los dos pecados fundamentales: alejarse de Dios y seguir a los ídolos. Luego desarrolla la idea con otras imágenes. Alejarse del Señor equivale a no preguntar por él, rebelarse contra él, abandonar la fuente de agua viva, no respetarle. La idolatría consiste en seguir vaciedades, profanar la tierra con cultos de fecundidad, profetizar por Baal, cavar aljibes agrietados. La expresión más lograda del pecado es ¡me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados que no retienen el agua!. Sustituir a Dios por cualquier realidad absurda y sin contenido.

Jeremías insiste en lo incomprensible que resulta el pecado. Dios no ha dado motivos ( ¡¿qué falta encontraron en mí vuestros padres?!), sino todo lo contrario (véase la estrofa 3È sobre los beneficios divinos); ningœn pueblo abandona a su Dios; en sí misma, la apostasía es absurda.

También subraya las consecuencias del pecado: devastación de la tierra (estrofa 7È), en contraste con la espléndida tierra de huertos (estrofa 3); amargura y tristeza (8), en contraste con el amor y cariño iniciales (1È).

Se advierte la gran unidad del poema, incluso su estricta lógica, en medio de un estilo tan poético y apasionado. Su mensaje es de enorme actualidad para cualquiera de nosotros, ya que desvela la ingratitud y tragedia de nuestros pecados. Pero debemos evitar el peligro de contentarnos con una interpretación individualista. Jeremías no se refiere primordialmente a los pecados del individuo, sino a los de la colectividad, el pueblo de Dios. Estas palabras sólo pueden actualizarse reflexionando como Iglesia sobre nuestra situación. ¿Hemos abandonado a Dios para seguir a los ídolos? ¿Cuáles son nuestros ídolos? ¿Qué pérdidas nos han provocado? Me limito a dos sugerencias:

a) En los profetas anteriores al exilio es fundamental la idea de que no se puede servir a dos señores, Yavé y Baal (recordar el enfrentamiento protagonizado por Elías en el monte Carmelo: 1 Re 18,21). Este principio se actualiza a veces aplicándolo a la política: no es posible aliarse con Dios y aliarse con Egipto y Asiria. Se caería en una idolatrización de las grandes potencias. Tampoco es posible servir a Dios y a la riqueza, como dirán los mismos profetas y subrayará especialmente Jesœs. Estas ¡reinterpretaciones! demuestran que la idolatría siempre tiene actualidad.

b) Aunque en nuestra situación de idolatría es posible que la mayor culpa la tengan los dirigentes (como dice Jeremías en la estrofa 4È), la actitud cristiana no debe ser de simple crítica demagógica; cada uno debe incluirse en el pecado y reconocer la necesidad de convertirse.


Historia de dos hermanas


(Ezequiel 23,1-27)

El núcleo principal del extenso capítulo 23 se encuentra en los versos 1,-27, de los que conviene omitir en una primera lectura ciertos añadidos y glosas posteriores. Ezequiel, partiendo de la imagen de las dos hermanas (inspirada quizá en Jeremías 3,6-13), se remonta a los comienzos, presentando su tendencia a la fornicación desde entonces. Las dos hermanas representan a Israel y Judá, los dos reinos que se separaron a la muerte de Salomón. Lo más original del poema es que expone la historia de los dos pueblos desde el punto de vista de la idolatría, pero de una idolatría ¡política!, en la que se cae al divinizar a los grandes Imperios. Este poema lo he comentado más detenidamente en Los dioses olvidados". "Poder y riqueza en los profetas preexílicos (Ed. Cristiandad, Madrid 1979) 73-77.

Introducción

Me vino esta palabra del Señor:
-Hijo de Adán, había dos mujeres
hijas de la misma madre;
fornicaron en Egipto, doncellas eran y fornicaron.
Allí tantearon sus pechos
y desfloraron su seno virginal.
Ohlá se llamaba la mayor y Oblibá su hermana.
Después fueron mías y dieron a luz hijos e hijas.

Historia de Ohlá (Israel)

Ohlá, siendo mía, fornicó y se enamoró de sus amantes:
guerreros vestidos de pœrpura, gobernantes y regidores,
todos ellos galanes gallardos, jinetes cabalgando en corceles.
y fornicó con ellos, que eran la flor de los asirios.
Por eso la entregué en poder de sus amantes.
Ellos desnudaron sus vergŸenzas,
le arrebataron sus hijos e hijas
y a ella la mataron a espada.

Historia de Ohlibá (Judá)
Ohlibá, su hermana, que lo vio,
se envició aœn más que ella
y fornicó más que su hermana.
Vio grabados de hombres en las paredes,
figuras de caldeos pintadas en bermellón,
ceñidos los lomos con talabartes,
tocados con turbantes las cabezas,
todos con fachas de capitanes,
fiel retrato de los babilonios,
naturales de Caldea.
Y se enamoró de ellos a primera vista
y les envió mensajeros a Caldea.
Y acudieron a ella los babilonios
a su lecho de mancebía,
contaminándola con sus fornicaciones,
añorando su juventud,
cuando se prostituía en Egipto.
Y volvió a enamorar de sus rufianes,
que tienen sexo de garañones
y esperma de sementales.
Por tanto, Ohlibá, esto dice el Señor:
Mira, yo azuzo contra ti a tus amantes,
de los que sentiste hastío;
los traigo contra ti de todas partes;
a los babilonios y a todos los caldeos,
a Pecod y Soá y Coa.
Vienen contra ti infantes y jinetes y carros,
multitud de tropas;
te cercan con escudos y adargas y yelmos;
les encomiendo la justicia y ejecutarán en ti su sentencia.
Descargaré sobre ti mi pasión
y te tratarán con rabia;
y te cercenarán nariz y orejas
y tu prole caerá a espada.
Pondré fin a tu infamia
y el meretricio que comenzaste en Egipto;
y no volverás a levantar los ojos a ellos
ni a acordarte de Egipto.

En la introducción, las dos hermanas aparecen entregadas a una multiplicidad de amantes innominados, que luego son sustituidos por un œnico esposo. Y la pasión estéril da paso a un amor fructífero que produce hijos e hijas. Esencial en estos versos introductorios es la relación matrimonial que se establece entre los dos hermanas y Dios (¡fueron mías!), ya que ofrece la clave de todo el poema.

Al lector puede extrañarle la desproporción tan grande entre la historia de Ohlá (Israel) y Ohlibá (Judá). Es fácil de entender si recordamos que Ezequiel es judío, y le interesa sobre todo el pecado de su pueblo. Pero lo más curioso es la manera de exponer la historia de ambos reinos. Ezequiel emplea como un filtro que oculta la visión de cualquier otro tema que no le interesa en este momento. Para él, lo importante es la relación entre Dios y sus esposas. Lo más grave que puede ocurrir es la infidelidad. Lo mismo habían dicho Oseas y Jeremías. Pero el peligro no lo representa ahora los dioses cananeos de fecundidad (los Baales), sino las grandes potencias (Asiria, Egipto, Babilonia).

El texto, famoso por la dureza de sus expresiones, puede provocar también en nosotros la idea de un Dios cruel y vengativo. Baste indicar por ahora que los libros proféticos deben leerse en conjunto. El castigo nunca es la œltima palabra, sino la salvación de Dios. Para entender rectamente la historia de Dios con las dos hermanas hay que esperar hasta el capítulo 37 de Ezequiel, cuando los dos reinos, simbolizados en este caso por dos varas, queden unidos en una sola realidad política, libres de pecado, y en unión estrecha con el Señor: ¡Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios! (37,23). Sobre esto volveremos más adelante.

Pero la esperanza de un futuro mejor no debe restar fuerza a la denuncia de un presente marcado por la culpa. Lo importante del texto de Ezequiel es que nos obliga a reflexionar sobre la diversidad de circunstancias en que podemos abandonar a Dios y fabricarnos ídolos. Las numerosas veces que la Iglesia se ha aliado con el poder político deben ser motivo de meditación y de arrepentimiento, porque ese poder, no obstante su hermosa apariencia y su pretendida utilidad, sólo ha servido para alejarnos de Dios y traernos muchos males.



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#52 Ge. Pe.

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Publicado el 23 noviembre 2007 - 02:55

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No es fácil... pero da mucho...
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LOS PROFETAS DE ISRAEL Y SU MENSAJE

José L. Sicre sj

2a. Parte

¡PARA ARRANCAR Y ARRASAR!

La denuncia



La historia de Jerusalén
(Ezequiel 16)


¿Qué significa Jerusalén para un judío? ¡La ciudad de nuestro Dios, su monte santo!, ¡altura hermosa, alegría de toda la tierra!, responde el Salmo 48.

Algo tan querido que sólo se puede admirar y desearle la paz (Salmo 122). Desde que David conquistó Jerusalén, la elección divina de la ciudad pasó a convertirse en uno de los pilares religiosos de Judá. Entre los profetas no faltaron voces críticas, como las de Isaías y Miqueas, que pusieron en guardia frente a esta exaltación apasionada de Jerusalén, que podía pasar por alto sus numerosos crímenes. Pero fue Ezequiel quien adoptó la postura más dura. Se remonta a los orígenes y, continuo de Dios, al que la capital siempre responde con nuevas infidelidades. De este larguísimo capítulo recojo sólo los versos que Zimmerli atribuye al poema original.

¡Jerusalén!
Eres cananea de casta y de cuna:
tu padre era amorreo y tu madre era hitita.
El día en que naciste,
no te cortaron el ombligo,
no te bañaron ni frotaron con sal,
ni te envolvieron en pañales
Nadie se apiadó de ti
haciéndote uno de estos menesteres,
por compasión,
sino que te arrojaron a campo abierto,
asqueados de ti,
el día en que naciste.

Pasando yo a tu lado, te vi
chapoteando en tu propia sangre,
y te dije mientras yacías en tu sangre:
¡Sigue viviendo y crece como brote campestre!.
Creciste y te hiciste moza,
llegaste a la sazón;
tus senos se afirmaron
y el vello te brotó,
pero estabas desnuda y en cueros.

Pasando de nuevo a tu lado, te vi
en la edad del amor;
extendí sobre ti mi manto
para cubrir tu desnudez;
te comprometí con juramento,
hice alianza contigo
-oráculo del Señor-
y fuiste mía:
Te bañé, te limpié la sangre,
y te ungí con aceite.
Te vestí de bordado.
Te calcé de marsopa;
te ceñí de lino,
te revestí de seda.
Te engalané con joyas:
te puse pulseras en los brazos
y un collar al cuello.
Te puse un anillo en la nariz,
pendientes en las orejas
y diadema de lujo en la cabeza.
Lucías joyas de oro y plata
y estabas lindísima.

Te sentiste segura en tu belleza
y amparada en tu fama fornicaste
y te prostituiste con el primero que pasaba.
En las encrucijadas instalabas tus puestos
y envilecías tu hermosura;
abriéndote de piernas al primero que pasaba,
continuamente te prostituías.

Por eso, prostituta
escucha la palabra del Señor:
Voy a reunir a todos tus amantes.
te entregaré en sus manos:
derribarán tus alcobas,
demolerán tus puestos;
te quitarán los vestidos,
te arrebatarán las alhajas,
dejándote desnuda y en cueros.
Traerán un tropel contra ti
que te apedreará
y te descuartizará a cuchilladas,
Prenderán fuego a tus casa,
y ejecutarán en ti la sentencia
en presencia de muchas mujeres.


El desarrollo del poema primitivo es muy simple. Jerusalén no tiene motivo alguno del que gloriarse por su origen: ¡cananea de casta y de cuna!, sin que nadie se preocupase por ella el día de su nacimiento. Pero, en medio de este abandono, tiene lugar lo extraordinario. Dios que pasa junto a ella, la cuida y más tarde se enamora, engalanándola como a una novia. Pero Jerusalén olvida sus beneficios y se vuelca en multitud de amantes, mereciendo por ello el castigo. El mismo Ezequiel, o discípulos suyos, concretaron más tarde este tema de la traición a Dios: culto a ídolos paganos, sacrificios humanos, alianzas políticas con egipcios, asirios y babilonios. Luego se compara a Jerusalén con Samaría, ¡que no pecó ni la mitad que tœ! (versos 46-58, omitidos aquí).
Pero todas estas concreciones, necesarias sin duda, no deben distraer la atención de la idea central: a los beneficios de Dios, Jerusalén ha respondido con toda clase de infidelidades. A partir de aquí, todos debemos recorrer nuestra propia historia, como individuos y como Iglesia.

El poema se completó finalmente con unas palabras de esperanza y de perdón, meta œltima de toda reflexión sobre el pecado:

Pero yo me acordaré de la alianza
que hice contigo cuando eras joven
y haré contigo una alianza eterna.

Yo mismo haré alianza contigo
y sabrás que yo soy el Señor,
para que te acuerdes y te sonrojes
y no vuelvas a abrir la boca de vergŸenza,
cuando yo te perdone todo lo que hiciste
-oráculo del Señor- (16,60.62-63)


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#53 Ge. Pe.

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Publicado el 25 noviembre 2007 - 10:33

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LOS PROFETAS DE ISRAEL Y SU MENSAJE

José L. Sicre sj

2a. Parte

¡PARA ARRANCAR Y ARRASAR!

La denuncia




2.- LA MANIPULACIÓN DE DIOS


En un breve pero interesante artículo sobre ¡La realidad de Dios! y el problema de la idolatría afirmaba Gerhard von Rad: ¡Precisamente el hombre piadoso es el que corre más peligro de configurar a Dios a su imagen o segœn otra imagen!. Y añade poco después: ¡También los cristianos corremos el peligro incesante de creer en mitos y adorar imágenes. No existe ni una sola verdad de fe que no podamos manipular idolátricamente!

En mi libro Los dioses olvidados. Poder y riqueza en los profetas preexílicos (Ediciones Cristiandad, 1979) he intentado demostrar cómo los profetas detectaron una actitud idolátrica en la confianza que el pueblo ponía en las grandes potencias y en el dinero. Pero no es éste el tema que ahora nos ocupa. La idolatría tiene dos vertientes: una que se orienta contra el primer mandamiento (¡no tendrás otros dioses frente a mí!) y otra que se dirige contra el segundo mandamiento: La prohibición de fabricar imágenes de Yavé. Aunque se ha discutido mucho sobre el sentido de esta prohibición, la interpretación más aceptada es que intenta impedir la manipulación de Dios. Cuando uno construye una imagen corre siempre el peligro de manipular a la divinidad. Si concede lo que se le pide, se la premia ofreciéndole incienso y perfumes, unido con aceite, presentándole ofrendas. Si niega sus dones, se la castiga privándola de todo eso.

Esta mentalidad antigua, que los israelitas quisieron evitar, pervive todavía en algunos reductos cristianos, aunque sean escasos. Pero existen formas más graves de manipular a Dios. Como indica Von Rad, ¡no existe ni una sola verdad de fe que no podamos manipular idolátricamente!. En este error cayeron numerosos israelitas y judíos, y los profetas se vieron obligados a denunciarlos.

Este capítulo será breve, pero sus afirmaciones son muy duras y deben hacernos reflexionar a todos. Me limitaré a cuatro temas, aparentemente muy distintos, pero que reflejan todos ellos una falsa seguridad religiosa y un intento de manipular a Dios: el Exodo, la Alianza, el Templo y el ¡Día del Señor!.

Si existe una verdad capital en la religión de Israel y en su idea de la historia de la salvación es el Exodo. La confesión de que ¡el Señor nos sacó de Egipto!, atraviesa todo el Antiguo Testamento. ¡Yo soy el Señor, tu Dios. Yo te saqué de Egipto, de la esclavitud!, es la solemne introducción histórica al Decálogo (Ex 20,2; Dt 5,6). Y el tema resuena en los salmos (135,8; 136,10-15), aparece en boca de paganos como Rajab (Jue 2,10) y Ajior (Jdt 5,10-14), es objeto de profunda reflexión por parte del autor del libro de la Sabiduría.

Pero, como todas las verdades, también este dogma se presta a falsas interpretaciones, que provocan una falsa seguridad religiosa. Como si Dios se hubiese comprometido de forma definitiva y exclusiva con Israel, y éste pudiese abusar de dicho privilegio.

La denuncia más enérgica de esta postura se encuentra en el libro de Amós. Se trata de un pasaje muy breve, pero tan radical que debió resultar blasfemo a sus oyentes y lectores:

¿No sois para mí como etíopes, israelitas?
-oráculo del Señor-
Si saqué a Israel de Egipto,
saqué a los filisteos de Creta
y a los sirios de Quir (Am 9,7).

Es imposible decir algo tan duro en menos palabras. De un golpe, Amós tira por tierra todo privilegio. Lo que Israel considera como un episodio œnico y exclusivo en la historia universal, su salida de Egipto, es puesto al mismo nivel de las emigraciones de filisteos y sirios, precisamente esos pueblos que fueron de los mayores enemigos de Israel. Amós no niega la intervención de Dios en Egipto; pero la amplía a la historia de todos los países. No desmitifica la historia de Israel, sino que hace sagrada toda la historia universal, eliminando con ello presuntos privilegios del que se considera ¡pueblo elegido!.

Para que comprendamos lo blasfemas que debieron de sonar estas palabras en oídos israelitas propongo la siguiente actualización, aun con riesgo de aparecer como hereje:

¡¿No sois para mí
como los demás hombres cristianos?
si a vosotros os envié a Jesœs,
a los musulmanes les envié a Mahoma
y a los budistas les envié a Buda!.

El que nos pongan a Jesœs al mismo nivel que Mahoma o Buda, nos resulta hiriente, a pesar de todo el respeto que podamos sentir por esos personajes. Algo parecido ocurriría a los israelitas. Pero lo que el profeta pretende no es herir la sensibilidad, sino hacer caer en la cuenta de una verdad profunda. Que las confesiones de fe, los dogmas, son palabras totalmente vacías cuando no se vive de acuerdo con ellas. Con palabras de Jesœs: ¡No basta decirme: '¡Señor, Señor!' para entrar en el reino de los cielos; no, hay que poner por obra el designio de mi Padre del cielo! (Mateo 7,21). La confesión de Jesœs como ¡el Señor! es capital en el Nuevo Testamento, la que nos salva. Pero no automáticamente, de forma mágica, sino unida a una vida conforme con esa confesión.



La Alianza



Estrechamente unida al éxodo está la idea de la Alianza. Es el momento capital que sigue a la salida de Egipto; sellada en el Sinaí, por ella Yavé se compromete a ser ¡el Dios de Israel! y éste se compromete a ser ¡el pueblo del Señor!. Unión tan estricta se presta de nuevo a ser interpretada como un privilegio, que garantiza contra toda amenaza futura. Y, aunque el Antiguo Testamento insiste continuamente en que esta alianza quedará rota si el pueblo no cumple sus cláusulas (los mandamientos), en el pueblo pervivió la idea de un compromiso incondicional por parte de Dios, que le ataba las manos para cualquier castigo. Frente a esta opinión se alza de nuevo Amós, que ve en la alianza no un motivo para sentirse seguro, sino un argumento para mayor responsabilidad.

Escuchad, israelitas, esta palabra
que os dice el Señor;
a todas las tribus que saqué de Egipto:
A vosotros solos os escogí
entre todas las tribus de la tierra.
Por eso os tomaré cuentas
de todos vuestros pecados (Am 3,1-2)


El Templo


A diferencia del Exodo y la Alianza, el Templo no es una verdad de fe, un dogma. Pero, como espacio sagrado especialmente elegido por Dios, se presta también a una confianza idolátrica. La mayor denuncia de este hecho la encontramos en Jeremías. Se trata de un duro enfrentamiento con la mentalidad oficial, que estuvo a punto de costarle la vida, como indica el capítulo 26, que recoge las circunstancias históricas que rodearon al discurso.
Aquí nos limitaremos a reproducir las palabras del profeta, contenidas en el capítulo 7,1-15. Es posible que el discurso haya sufrido ampliaciones posteriores de los discípulos, pero es preferible reproducir el texto actual, renunciando a hipotéticas reconstrucciones del discurso original.

Palabra del Señor que recibió Jeremías:
Ponte a la puerta del templo y proclama allí=
Escuchad judíos, la palabra del Señor,
los que entráis por estas puertas a adorar al Señor.
Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel:
Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones,
y habitaré con vosotros en este lugar;
no os hagáis ilusiones con razones falsas, repitiendo:
¡el templo del Señor, el templo del Señor,
el templo del Señor!.
Si enmendaís vuestra conducta y vuestras acciones,
si juzgáis rectamente los pleitos,
si no explotáis al emigrante, al huérfano y a la viuda,
si no derramáis sangre inocente en este lugar,
si no seguís a dioses extranjeros, para vuestro mal,
entonces habitaré con vosotros en este lugar,
en la tierra que di a vuestros padres,
desde antiguo y para siempre.
Os hacéis ilusiones con razones falsas, que no sirven:
¿de modo que robáis, matáis, cometéis adulterio,
juráis en falso, quemáis incienso a Baal,
seguís a dioses extranjeros y desconocidos,
y después entráis a presentaros ante mí
en este templo que lleva mi nombre,
y decís: ¡Estamos salvados!,
para seguir cometiendo tales abominaciones?
¿Creéis que es una cueva de bandidos
este templo que lleva mi nombre?
Atención, que yo lo he visto - oráculo del Señor-.
Andad, id a mi templo de Siló,
al que di mi nombre antaño,
y mirad lo que hice con él,
por la maldad de Israel, mi pueblo.
Pues ahora, por haber cometido tales acciones
-oráculo del Señor-,
porque os hablé sin cesar y no me escuchásteis,
porque os llamé y no me respondisteis,
por eso trataré al templo que lleva mi nombre,
y os tiene confiados,
y al lugar que di a vuestros padres y a vosotros
lo mismo que traté a Siló;
a vosotros os arrojaré de mi presencia,
como arrojé a vuestros hermanos,
la estirpe de Efraín.

Si, con la mayoría de los comentaristas, identificamos este discurso con el que se menciona en el capítulo 26, podemos decir que tuvo lugar ¡al comienzo del reinado de Joaquín! (Jer 26,1), es decir, el año 609 a.C. El momento histórico es muy grave. El rey Josías, en el que el pueblo había depositado tantas esperanzas, ha muerto pocos meses antes en la batalla de Meguiddo. Su sucesor, Joacaz, sólo reina tres meses, ya que al cabo de ese tiempo los egipcios, lo destronan y deportan, nombrando rey a su hermano, el cruel Joaquín.

En estos momentos de tensión e incertidumbre, el pueblo pone su confianza en ¡el templo del Señor!. Creen que garantiza la seguridad de Jerusalén. Pero Jeremías tira por tierra tales esperanzas, basadas ¡en razones que no sirven!. Los judíos conciben el templo como una cueva de ladrones, en la que pueden refugiarse después de robar, asesinar y cometer adulterio. (Nos viene a la memoria la cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones). Y Dios no tolera esta mentalidad. El no se compromete con un espacio físico, sino con una forma de conducta ética y religiosa. Por eso, si el pueblo no cambia, el destino del templo de Jerusalén será idéntico al del antiguo templo de Siló, el más importante en la época de los Jueces, pero que terminó borrado de la historia.


¡El Día del Señor!


No estamos ahora ante un dogma, sino ante una tradición que arraiga con gran fuerza en Israel, provocando muchos malentendidos. Aunque es difícil rastrear los orígenes del tema, resulta indudable que los israelitas del siglo VIII a.C., contemporáneos de Amós, esperaban que el Señor se manifestase de forma grandiosa para exaltar a su pueblo y ponerlo a la cabeza de las naciones. Esto ocurriría ¡el día del Señor!. Y la expresión condensa toda una serie de discutibles privilegios y falsas esperanzas.

Amós se enfrenta a ellas poniendo una concepción totalmente distinta:
¡Ay de los que ansían el día del Señor!
¿De qué os servirá el día del Señor
si es tenebroso y sin luz?
Como cuando huye uno del león y topa con el oso,
o se mete en casa, apoya la mano en la pared
y le pica la culebra.
¿No es el día del Señor tenebroso y sin luz,
oscuridad sin resplandor? (Am 5,18-20).
Aquel día -oráculo del Señor-
haré ponerse el sol a mediodía
y en pleno día oscureceré la tierra.
Convertiré vuestras fiestas en duelo,
vuestros cantos en elegías,
vestiré de sayal toda cintura
y dejaré calva toda cabeza;
les daré un duelo como por el hijo œnico,
el final será un día trágico (Am 8,9-10).

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#54 Ge. Pe.

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Publicado el 08 diciembre 2007 - 06:38

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LOS PROFETAS DE ISRAEL Y SU MENSAJE

José L. Sicre sj

2a. Parte

¡PARA ARRANCAR Y ARRASAR!
La denuncia




3. - LA INJUSTICIA SOCIAL


Uno de los aspectos más importantes y actuales del mensaje profético lo constituye su denuncia de las injusticias. El tema lo he tratado ampliamente en mi libro: Con los pobres de la tierra. La justicia social en los profetas de Israel (Ediciones Cristiandad, 1985), al que me remito para mayor profundización. Tres profetas son especialmente famosos por su crítica social: Amós, Isaías y Miqueas. Pero, prescindiendo de la fama, también Oseas, Jeremías, Ezequiel, Zacarías y otros profetas anónimos le concedieron gran importancia. Es difícil seleccionar un material tan abundante y presentarlo de forma coherente. La mejor solución que se me ocurre es presentar ante todo los textos referentes a las capitales de los dos reinos (Samaría y Jerusalén); lo que ocurre en ellas es síntoma y causa de las injusticias que se dan en el resto del país. Luego descenderemos a los problemas concretos tratados por los profetas.

La exposición quedaría incompleta si no hablásemos también de la solución que entrevén para dichos problemas. Algo insinuaremos sobre ellos, pero un tratamiento más detenido lo dejamos para la parte final de esta obra cuando hablemos de la esperanza profética, especialmente de la figura del Mesías.


3.1. La situación en Samaría

A lo largo de sus dos siglos de existencia (931-720), el Reino Norte, Israel, contó con tres capitales, que se fueron sucediendo como residencia de los reyes. Tras un breve período en Siquén, la capital se trasladó a Tirsá, hasta que Omrí, en el siglo IX, construyó Samaría. Esta fue la œltima y más importante de todas, además de la más lujosa. Este lujo se consiguió, inevitablemente, a costa de los sectores más modestos de la población, especialmente del campesinado, que atravesó un momento muy difícil en el siglo VIII a.C.
Oseas, profeta del Reino Norte, no se fija especialmente en este tema, ya que le preocupan más las continuas revueltas y luchas de partidos que se entablan en su época. Pero Amós, judío de origen, enviado por Dios a predicar en Israel, nos ofrece su punto de vista sobre la capital. El texto, enigmático para un lector moderno, adquiere enorme fuerza con una sencilla explicación.

Pregonad en los palacios de Asdod
y en los palacios de Egipto:
Reuníos en los montes de Samaría,
contempladla sumida en el terror,
repleta de oprimidos.
No saben obrar rectamente -oráculo del Señor-
los que atesoran violencia
y robo en sus palacios (Am 3,9-10)


Amós nos presenta a Samaría como un gran escenario en el que se representa una obra que comenzó hace años. Pero sólo puede entenderla un pœblico especializado en la materia. Por eso comienza invitando a los filisteos (Asdod) y egipcios. Para los israelitas, estos dos pueblos son enemigos tradicionales, prototipos de la opresión. Los egipcios oprimieron a Israel antes del Exodo; los filisteos, cuando se establecieron en Canaán. A este pœblico, entendido en oprimir, invita Amós para que contemple un espectáculo de opresión. En la escena se distinguen dos grupos: el de los oprimidos y el de los que atesoran. Los primeros son víctimas pasivas de la injusticia. Los segundos se benefician de ella.

Lo más sorprendente del pasaje es cómo juega Amós con el elemento ¡sorpresa!. Frente a lo que podríamos llamar una visión ¡turística!, él ofrece la visión ¡profética!. Unos espectadores invitados a visitar Samaría habrían escrito algo muy distinto. Se sentirían admirados de su riqueza, su lujo, sus espléndidos palacios construidos con piedras sillares. Amós no descubre una ciudad próspera y en paz, sino sumida en el terror. El turista admiraría el lujo de las grandes familias, su habilidad financiera, su sabiduría humana, sus espléndidos edificios repletos de objetos caros y lujosos.

Amós desvela el trasfondo de mentira, de violencia criminal que los rodea. No son dignos de admiración, sino de desprecio y de castigo.

A lo largo del libro desarrolla en rápidas pinceladas este juicio sintético y global:

Así dice el Señor: A Israel, por tres delitos
y por cuatro, no lo perdonaré.
Porque venden al inocente por dinero
y al pobre por un par de sandalias;
pisotean a los pobres
y evitan el camino de los humildes;
un hombre y su padre abusan de la criada;
se acuestan sobre ropas dejadas en fianza
junto a cualquier altar,
beben vino de impuestos
en el templo de su Dios (Am 2,6-8 ).


Cada una de estas frases exigiría un extenso comentario. Limitémonos a la idea capital: los más débiles desde el punto social y económico son maltratados, humillados, incluso vendidos como esclavos, por parte de personas sin escrœpulos, que a sus injusticias añaden el descaro de cometerlas incluso en el templo, ¡junto a cualquier altar!.

Estos poderosos pueden permitirse toda clase de lujos:
Os acostáis en lechos de marfil, arrellanados en divanes;
coméis carneros del rebaño y terneras del establo;
vociferan al son del arpa,
inventan, como David, toda clase de cantos.
Beben vino en copas,
se ungen con perfumes exquisitos
y no se duelen del desastre de José (Am 6,4-6).


Y este lujo encubre una actitud de codicia, que hace olvidarse de Dios y del prójimo, como indica el oráculo contra los comerciantes:

Escuchad esto, los que pisoteáis a los pobres
y arruináis a los indigentes,
pensando: ¿Cuándo pasará la luna nueva
para vender el trigo,
y el sábado para ofrecer el grano
y vender incluso el salvado del trigo?
Encogéis la medida, aumentáis el precio
y usáis balanza con trampa;
compráis por dinero al desvalido
y al pobre por un par de sandalias.
Jura el Señor por la gloria de Jacob
no olvidar jamás lo que han hecho (Am 8,4-7).


En este caos social, la institución más responsable es la encargada de la administración de la justicia. De ella depende que los pobres triunfen en sus reivindicaciones justas, o que se los oprima y explota mediante decisiones arbitrarias.

Ay de los que convierten el derecho en ajenjo
y tiran por tierra la rectitud.
Odian al que interviene con valor en el tribunal
y detestan al que depone exactamente.
Pues por haber impuesto tributo al indigente,
exigiéndole cargas de grano,
si construís casas sillares, no las habitaréis;
si plantáis viñas selectas, no beberéis de su vino.
Sé bien vuestros muchos crímenes
e innumerables pecados:
estrujáis al inocente, aceptáis sobornos,
atropelláis a los pobres en el tribunal (Am 5,7.10-12).


Piensan bastantes comentaristas que todas estas injusticias tienen una meta: eliminar a los campesinos pobres, reduciéndolos a la miseria, para apoderarse de sus campos y que los poderosos puedan hacerse con grandes latifundios. La teoría resulta bastante verosímil. Pero nos interesa más constatar que esta actitud va acompañada de una intensa preocupación por el culto, como si Dios se contentase con peregrinaciones, víctimas y ofrendas, mientras los pobres son pisoteados. Amós aborda a veces el problema con profunda ironía:

Marchad a Betel a pecar,
en Guilgal pecad de firme:
ofreced por la mañana vuestros sacrificios
y al tercer día vuestros diezmos;
ofreced ázimos, pronunciad la acción de gracias,
anunciad dones voluntarios,
que eso es lo que os gusta, israelitas
-oráculo del Señor- (Am 4,4-5).


Como si fuese un sacerdote apasionado por el culto, Amós invita a acudir a los santuarios más famosos (Betel, Guilgal), anima a ofrecer sacrificios, diezmos, ázimos, dones voluntarios. Pero estas peregrinaciones sólo sirven para ¡pecar! y ¡aumentar los pecados!, porque no responden a la voluntad de Dios, sino al gusto de los israelitas. Para comprender la ironía y el escándalo que debieron provocar en los oyentes estas palabras del profeta ofrezco una posible actualización:

Marchad a Santiago y pecad,
en el Pilar aumentad los pecados.
Acudid a misa todos los días,
ofreced vuestras velas y ofrendas;
encended el botafumeiro,
que ardan los incensarios,
que eso es lo que os gusta, católicos
-oráculo del Señor-.


En otras ocasiones, Amós no sigue el camino de la ironía. Critica duramente, pero con ansias de instruir sobre la recta voluntad de Dios:

Detesto y rehuso vuestras fiestas,
no me aplacan vuestras reuniones litœrgicas;
por muchos holocaustos y ofrendas que me traigáis,
no los aceptaré ni miraré vuestras víctimas cebadas.
Retirad de mi presencia el barullo de los cantos,
no quiero oír la mœsica de la cítara.
Que fluya como agua el derecho
y la justicia como arroyo perenne (Am 5,21-24).


No se trata de que Amós odie al culto. A los comerciantes los ha denunciado por su desprecio de las fiestas religiosas, que les impiden la actividad económica. Lo que el profeta no acepta es un culto acompañado de terribles injusticias, como si a Dios le interesase más recibir ofrendas que el bienestar de los pobres. Sólo en el amor a los hermanos más débiles se muestra el auténtico amor a Dios.



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Publicado el 16 diciembre 2007 - 03:44

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Leerlo lleva días, pero al final uno termina con deseos de saber mas...sigo pensando lo difícil que es ser cristiano...
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LOS PROFETAS DE ISRAEL Y SU MENSAJE

José L. Sicre sj

2a. Parte

¡PARA ARRANCAR Y ARRASAR!
La denuncia




3.2. - LA SITUACIÓN EN JERUSALÉN


Para conocer las injusticias de Samaría sólo contamos con el testimonio de Amós. El caso de Jerusalén es distinto, porque Isaías, Miqueas, Jeremías y Ezequiel nos ponen en contacto con ellas. Cada cual lo enfoca a su manera, pero todos coinciden en denunciar la situación.


LA CIUDAD INFIEL
(Is 1,21-26)

¡Cómo se ha vuelto una ramera la Villa Fiel!
Antes llena de derecho, morada de justicia,
y ahora de asesinos.
Tu plata se ha vuelto escoria,
tu cerveza está aguada;
tus jefes son rebeldes, socios de ladrones;
todos amigos de sobornos, en busca de regalos.
No defienden al huérfano,
no se encargan de la causa de la viuda.
Oráculo del Señor de los ejércitos,
el héroe de Israel:
Tomaré satisfacción de mis adversarios,
venganza de mis enemigos.
Volveré mi mano contra ti:
te limpiaré de escoria con potasa
separaré de ti la ganga.
Te daré jueces como los antiguos,
consejeros como los de antaño.

Entonces te llamarás Ciudad Justa, Villa Fiel.

El diagnóstico de Isaías se asemeja al que muchos contemporáneos emiten sobre nuestra sociedad. Vivimos en un mundo que ha traicionado y abandonado a Dios, infiel, falso. Pero los motivos parecen distintos. ¿En qué pensamos nosotros al decir que el mundo ha abandonado a Dios, ha perdido la fe, etc.? ¿En iglesias vacías? ¿En poco interés por la doctrina tradicional? ¿Inmoralidad? ¿Qué tipo de inmoralidad?

Para Isaías, Jerusalén ha traicionado a Dios porque ha traicionado a los pobres. Y esta traición la llevan a cabo las autoridades (¡tus jefes!), que se encuentran ante dos grupos sociales: los ricos, que se han enriquecido robando (estamos ante un caso manifiesto de demagogia profética) y los pobres, representados por los seres más débiles de la sociedad, huérfanos y viudas. Los primeros pueden ofrecer dinero antes de que se trate un problema y recompensar con regalos los servicios prestados. Los segundos no pueden ofrecer nada; sólo pueden pedir que se les escuche. Ante esta diferencia, las autoridades se asocian con los ricos/ladrones.

Comparada con la visión que tiene Amós de Samaría, la de Isaías es más compleja e interesante. Habla de quienes acumulan tesoros robando; en esto coincide con Amós. Pero detecta una causa profunda: los ricos pueden robar porque las autoridades se lo permiten. Y éstas lo permiten porque están dominadas por el afán de lucro. Con ello se convierten en ¡rebeldes!; traicionan su profesión, traicionan a los pobres y traicionan a Dios.

Por eso la solución deberá venir en una línea institucional, eliminando a esas autoridades y nombrando en Jerusalén ¡jueces como los antiguos, consejeros como los de antaño!.


PROSPERIDAD A BASE DE CRIMENES
(Miqueas 3,9-12)

Miqueas, contemporáneo de Isaías, es mucho más duro cuando habla de Jerusalén.

Escuchadme, jefes de Jacob, príncipes de Israel:
vosotros que detestáis la justicia
y torcéis el derecho,
edificáis con sangre a Sión,
a Jerusalén con crímenes.
Sus jefes juzgan por soborno,
sus sacerdotes predican a sueldo,
sus profetas adivinan por dinero
y encima se apoyan en el Señor diciendo:
¿No está el Señor en medio de nosotros?
No nos sucederá nada malo.
Pues por vuestra culpa Sión será un campo arado,
Jerusalén será una ruina,
el monte del Señor un cerro de breñas.


Este oráculo, uno de los más duros y famosos del Antiguo Testamento, comienza denunciando a las autoridades por sus sentimientos (¡detestáis la justicia!) y su actitud global (¡torcéis el derecho!). Pero a estos temas ya conocidos añade algo nuevo: esas personas tienen un centro de interés: Sión-Jerusalén. Se preocupan por ella, quieren mejorar y ampliar la capital.

Para un campesino como Miqueas, Jerusalén debía de ser un gran espectáculo:

Dad vueltas en torno a Sión
contando sus torreones;
fijaos en sus baluartes,
observad sus palacios (Salmo 48,13-14).
Y debía resultar fácil inculcarle los sentimientos del Salmo 122:
¡Qué alegría cuando me dijeron:
¡Vamos a la casa del Señor!!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.
Jerusalén está construida como ciudad bien trazada (...).
En ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.
Desead la paz a Jerusalén:
¡Los que te quieren vivan tranquilos,
haya paz dentro de tus muros,
tranquilidad en tus palacios!.
En nombre de mis hermanos y compañeros,
te saludo con la paz;
por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.



Pero Miqueas no pertenece a este grupo. No ama Jerusalén, ni sus edificios ni su progreso. No cree en sus tribunales de justicia. No se siente contento de estar en la ciudad. No desea su paz. Porque, igual que Amós, no es un turista ni un peregrino. Es un profeta, que descubre el revés de la trama. Prosperidad y progreso están construidos con la sangre de los pobres, a base de injusticias.

No sabemos a qué hechos concretos se refiere: quizá a los trabajos forzados, sin remuneración, a que las autoridades someten al pueblo para llevar a cabo su actividad constuctora (algo parecido a lo que hará el rey Joaquín un siglo más tarde y denunció Jeremías); quizá a los duros tributos que hacen posible el esplendor de la capital. En cualquier caso, se trata de medidas crueles, criminales y sangrientas.

¿Cómo ha podido llegarse a esta situación de injusticia? Porque la codicia se adueña de todos, incluso de los responsables religiosos. Al ritmo del dinero danzan todas las personas importantes de Jerusalén. Y lo más grave es que encima presumen de religiosos e invocan la presencia de Dios para sentirse seguros. Cometen el pecado que más tarde denunciará Jesœs: pretenden dar culto a Dios y al dinero. Pero sólo reservan para Dios las palabras; las obras y los corazones están lejos de él, centrados en la ganancia.


LA CIUDAD CRIMINAL E INCORREGIBLE
(Sofonías 3,1-7)

Un siglo después de Isaías y Miqueas la situación no ha cambiado, como lo demuestran estas palabras de Sofonías, profeta de la segunda mitad del siglo VII a.C.

¡Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora!
No obedeció ni escarmentó.
No confiaba en el Señor ni acudía a su Dios.
Sus príncipes en ella eran leones rugiendo;
sus jueces, lobos a la tarde, sin comer desde la mañana;
sus profetas, unos temerarios, hombres desleales;
sus sacerdotes profanaban lo sacro, violentaban la ley.
En ella está el Señor justo, que no comete injusticia;
cada mañana establece su derecho, al alba sin falta;
pero el criminal no reconoce su culpa.
Aniquilé naciones, derruí sus almenas,
llené de escombros sus calles para que nadie transitase,
quedaron arrasadas sus ciudades, sin hombres, sin habitantes.
Pensé.. ¡Ahora me temerás, escarmentarás!,
no perderá de vista todo lo que he decretado contra ella.
Pero ellos madrugaban para prevenir sus acciones.


Sofonías, como Isaías, concreta especialmente la ¡rebeldía! contra Dios en el terreno social. Y hay grupos especialmente responsables: las autoridades civiles, judiciales, religiosas. Las acusaciones del profeta resultan bastante vagas. Nos gustaría encontrar referencias a hechos concretos. Sofonías no cae en esa tentación. Lo que denuncia no son actos aislados, aunque frecuentes, sino una actitud global.


LA CIUDAD SANGUINARIA
(Ezequiel 22,23-31)

Me vino esta palabra del Señor:
Hijo de Adán, dile a Jerusalén:
Eres tierra no limpiada ni llovida
en el día de mi furor.
Sus príncipes dentro de ella
eran león que ruge al desgarrar la presa;
devoraban a la gente,
arrebataban riquezas y objetos preciosos,
multiplicaban dentro de ella el nœmero de viudas.
Sus sacerdotes violaban mi ley
y profanaban mis cosas santas;
no separaban lo sacro de lo profano,
ni declaraban lo que es puro o es impuro.
Ante mis sábados cerraban los ojos
y así fui profanado en medio de ellos.
Sus gobernantes dentro de ella
eran lobos que desgarran la presa
derramando sangre y eliminando
gente para enriquecerse.
Sus profetas eran enjabelgadores,
que les engañaban con visiones falsas y vaticinios,
diciendo: ¡Así dice el Señor!,
cuando el Señor no hablaba.
Los terratenientes cometían
toda clase de atropellos y robos,
explotaban al pobre y al indigente
y trataban injustamente al emigrante.
Busqué entre ellos uno que levantara una cerca,
que por amor a la tierra
aguantara en la brecha frente a mí,
para que yo no la destruyera;
pero no lo encontré.
Entonces derramé mi furor sobre ellos,
los consumí en el fuego de mi furia;
di a cada uno su merecido -oráculo del Señor-.


El poema, escrito después de la destrucción de Jerusalén por los babilonios en el año 586 a.C., intenta justificar esta tragedia.

Las causas que aduce el profeta en nombre de Dios son preponderantemente de tipo social, denunciado las injusticias de cinco grupos: príncipes, sacerdotes, gobernantes, falsos profetas y terratenientes. Lo que Sofonías decía con simples metáforas, Ezequiel lo recoge y concreta, ampliándolo con la mención de los terratenientes. De estas personas importantes esperaba Dios que intercedieran por el país y lo protegieran con su buena conducta de la posible amenaza divina. Se presupone una historia semejante a la de Sodoma y Gomorra. Sin embargo, esta gente sólo busca su propio interés: están dispuestos a sacrificar a los demás, no a sacrificarse por los demás. Todo el capítulo 22 de Ezequiel está dedicado al tema de la ciudad sanguinaria.


3.3. - LOS PROBLEMAS CONCRETOS


Hasta ahora nos hemos fijado en la visión global que los profetas tienen de las dos capitales, en cuanto a las injusticias que en ellas se cometen. Ahora centraremos nuestra atención en algunos de los problemas concretos que denuncian. En las 444-447 de "Con los pobres de la tierra" expongo las diez cuestiones que más llaman la atención: administración de la justicia en los tribunales, comercio, esclavitud, latifundismo, salario, tributos e impuestos, robo, asesinato, garantías y préstamos, lujo. Algunas de ellas han aparecido ya en los textos precedentes. Para no alargarme demasiado, selecciono ciertos puntos de vital interés.


a) La administración de la justicia.

De ella depende los bienes e incluso la vida de muchas personas. Pero, en opinión de bastantes profetas, es de las cosas que peor funcionan. Es frecuente la denuncia del soborno, que lleva a absolver al culpable y condenar al inocente. Esta codicia lleva al perjurio, a desinteresarse de las causas de los pobres e incluso a explotarlos con la ley en la mano.

Este ultimo aspecto lo presenta de forma magistral un texto de Isaías:

Ay de los que decretan decretos inicuos
y redactan con entusiasmo normas vejatorias
para dejar sin defensa a los débiles
y robar su derecho a los pobres de mi pueblo;
para que las viudas se conviertan en sus presas
y poder saquear a los huérfanos.
¿Qué haréis el día de la cuenta,
cuando la tormenta venga desde lejos?
¿A quién acudiréis buscando auxilio
y dónde dejaréis vuestras riquezas?
Iréis encorvados con los prisioneros
y caeréis con los que mueren (Is 10,1-4).


Resulta difícil identificar a las personas denunciadas por el profeta (legisladores, jueces injustos, funcionarios reales), pero queda claro que tienen poder de manipular la ley en su favor, redactando ¡con entusiasmo! una serie de normas complementarias.

Con ello pretenden cuatro cosas: a) excluir a los débiles de la comunidad jurídica; b) robar a los pobres toda reivindicación justa; c) esclavizar a las viudas; d) apropiarse de los bienes del huérfano.

Hay algo que llama la atención en este texto. Cuando la reina Jezabel, un siglo antes, quiso apoderarse de la viña de Nabot, tuvo que matarlo (1 Re 21). Ahora, los métodos de explotación se han refinado. Ya no es preciso suprimir a la persona; basta con suprimir sus derechos. Es un procedimiento menos escandaloso y más eficaz. Puede aplicarse a infinidad de casos. No se trata, pues, del frecuente pecado de soborno y corrupción, sino de algo nuevo: ¡La clase alta quiere crear el fundamento jurídico que legalice la expansión de su capital! (Wildberger). Es la manipulación más descarada del poder legislativo al servicio de los poderosos.


b) La esclavitud


A pesar del drama humano que supone, no es tema frecuente en los profetas. Llama la atención que Amós le conceda importancia tan grande 91,6.9; 2,6; 8,6) y los otros lo silencien, a excepción de Jeremías, aunque es posible que Isaías y Miqueas tengan presente el problema cuando hablan de los huérfanos que se convierten en ¡botín! de los poderosos (Is 10,1-2) y de los niños a los que roban su dignidad (Miq 2,9). De los diversos textos selecciono un discurso de Jeremías (34,8-20).

Palabra que recibió Jeremías del Señor después que el rey Sedecías pactó con el pueblo de Jerusalén para proclamar una remisión: que cada cual manumitiese a su esclavo hebreo y a su esclava hebrea, de modo que ningœn judío fuese esclavo de un hermano suyo. Todos los nobles y el pueblo aceptaron este pacto de dejar libres cada cual a su esclavo y a su esclava, de modo que ninguno siguiera en esclavitud. Obedecieron y los pusieron en libertad. Pero después se volvieron atrás, cogieron otra vez a los esclavos y esclavas que habían manumitido y los sometieron de nuevo a esclavitud.

Entonces vino a Jeremías la palabra del Señor:

Así dice el Señor, Dios de Israel: Yo pacté con vuestros padres cuando los saqué de Egipto, de la esclavitud, diciendo: Al cabo de cada siete años, todos dejarán libre a su hermano hebreo que haya comprado y que les haya servido siete años: lo despedirán en libertad. Pero vuestros padres no me escucharon ni me prestaron oído. Vosotros os habíais convertido haciendo lo que yo apruebo, proclamando cada cual la manumisión de su prójimo y habíais hecho un pacto ante mí, en el templo que lleva mi nombre; cada cual ha vuelto a tomar al esclavo y a la esclava que había dejado libres y los ha sometido de nuevo a esclavitud. Por eso, así dice el Señor: Vosotros no me obedecisteis proclamando cada cual la manumisión para su prójimo y su hermano; pues mirad, yo proclamo la manumisión para la espada y el hambre y la peste, y os haré escarmiento de todos los reyes de la tierra. A los hombres que quebrantaron mi pacto no cumpliendo las estipulaciones del pacto que hicieron conmigo, los trataré como al novillo que cortaron en dos para pasar entre las dos mitades. A los dignatarios de Judá y Jerusalén, a los eunucos y sacerdotes, a todo el pueblo que pasó entre las mitades del novillo, los entregaré en manos de sus enemigos.

El punto de vista de Jeremías, aunque interesante, no llega a la altura del de Amós. Este œltimo rechaza la esclavitud en cualquier circunstancia, nunca la encuentra justificada. Jeremías se contenta con pedir el cumplimiento de la ley de remisión cada siete años. Pero, si pensamos en lo que fue práctica y mentalidad difundida entre los países esclavistas hasta el siglo XIX, hemos de reconocer que la postura del profeta es bastante más avanzada. (El rito del novillo al que hace referencia significa lo siguiente: cuando se hacía un pacto, se descuartizaba a veces un animal y se pasaba entre las dos mitades, queriendo expresar: ¡así descuartice Dios al que no cumpla este pacto!.)


c) El latifundismo


Es tema de gran importancia, dada la economía básicamente agraria de Israel. Pero sólo lo denuncian de forma expresa Isaías y Miqueas.

Ay de los que añaden casas a casas
y juntan campos con campos,
hasta no dejar sitio
y ser vosotros los œnicos ciudadanos del país.
Lo ha jurado el Señor de los ejércitos:
Las muchas casas serán arrasadas,
sus magníficos palacios quedarán deshabitados.
Diez yugadas de viñas darán sólo un tonel,
una carga de simiente dará una canasta (Is 5,8-10).


Algunos comentaristas afirman que el pecado consiste en comprar tierras, cosa prohibida por la ley, ya que ¡la tierra pertenece al Señor! (Lev 25,23). Prescindiendo de que esta interpretación del Levítico es muy discutida, las diferencias entre dicha ley y las palabras de Isaías son evidentes; por otra parte, tal principio no puede aplicarse a la compra de casa. Lo que denuncia el profeta es una práctica tremendamente peligrosa: con la compra de casas y campos, los ricos son los œnicos que conservan plenos derechos dentro de la comunidad. La prosperidad de la tierra les concede la capacidad de decidir en cuestiones políticas, sociales, económicas; en términos modernos, Isaías denuncia la acumulación del capital en pocas manos, mientras a la mayoría sólo le queda su trabajo (con una diferencia esencial con respecto a nuestros tiempos, ya que ahora el simple trabajador puede intervenir en la vida política, cosa entonces imposible).

El texto de Miqueas es más complejo y difícil de entender, pero mucho más rico de contenido.

¡Ay de los que planean maldades
e iniquidades en sus camas!
Al amanecer las ejecutan, porque pueden hacerlo.
Codician campos y los roban,
casas, y las ocupan.
Oprimen al varón con su familia,
al hombre y a su heredad.
Por eso, así dice el Señor:
Mirad, yo planeo una desgracia contra esta gente
de la que no podréis caminar erguidos,
porque será una hora funesta.
Aquel día entonarán contra vosotros una sátira,
cantarán una triste elegía. Dice:
¡Estamos totalmente perdidos.
Cambia la propiedad de mi familia.
¿Cómo osa arrebatármela?
Distribuye nuestros campos al infiel!.
Ciertamente, no tendréis quién os atribuya por sorteo
un pedazo de tierra en la asamblea del Señor (Miq 2,1-5).


La mayor novedad del texto radica en su œltima parte, donde se anuncia un nuevo reparto de la tierra, sin que corresponda nada a los latifundistas. Su reacción de ira y sorpresa la expresa un canto irónico que entona el mismo pueblo contra ellos.

Las diferencias entre este oráculo y el anterior de Isaías son interesantes. Isaías no habla de la actitud interna de codicia, que Miqueas considera esencial. Isaías utiliza dos verbos sin connotación ética (¡añadir, juntar!), mientras Miqueas presenta todo como contravención del décimo mandamiento (¡No codiciarás!) y emplea un verbo muy negativo (¡robar!). También es curioso el distinto punto de vista a propósito de las consecuencias: Isaías piensa exclusivamente en las ventajas económicas y políticas que esta actividad reporta a los poderosos; Miqueas, por el contrario, tiene presentes a los robados y oprimidos, junto con sus familias; a él no le preocupa sólo un hecho político, socioeconómico o religioso, sino también el problema hondamente humano de la gente pobre.

Así comprendemos las diferencias en el castigo: mientras Isaías sólo habla de la ruina de casa y campos, que fundamentan el orgullo y reflejan el egoísmo de los poderosos, Miqueas abre una puerta a la esperanza de los pobres, refiriéndose a un nuevo reparto de la tierra. Sería injusto deducir de esta comparación una superioridad de Miqueas con respecto a Isaías. Pero es interesante constatar cómo el mismo problema puede ser abordado de forma tan distinta por dos profetas contemporáneos. Quizá por el simple hecho de que uno procedía del campo y otro de la ciudad. En las páginas 262-270 de Con los pobres de la tierra puede verse un excurso sobre ¡Distintas actitudes ante el problema del latifundismo!.


d) El salario


Expresamente trata la cuestión Jeremías, cuando acusa al rey Joaquín de construirse un palacio sin pagar a los obreros. Malaquías denuncia a los propietarios que defraudan de su jornal al que trabaja para ellos (3,5). Esta aparición tardía del tema, y su ausencia en los profetas anteriores, puede ser indicio de que en el siglo V aumenta el nœmero de asalariados sin propiedades.

Pero, ya que este fenómeno es muy antiguo, también podemos afirmar que los profetas de los siglos VIII-VII no le concedieron especial importancia.

Recojo el texto de Jeremías, donde el problema del salario se convierte en punto de partida para el tratamiento de una cuestión más importante: la concepción de la realeza.

¡Ay del que edifica su casa con injusticias,
piso a piso, inicuamente!
Hace trabajar de balde a su prójimo,
no le paga su salario.
Piensa: ¡Me construiré una casa espaciosa,
con amplios salones; abriré una ventana,
la revestiré de cedro, la pintaré de bermellón!.
¿Piensas que eres rey porque compites en cedros?
Tu padre comió y bebió,
practicó la justicia y el derecho y le fue bien;
hizo justicia a pobres e indigentes
y eso sí que es conocerme -oráculo del Señor-.
Tœ, en cambio, tienes ojos y corazón
sólo para el lucro,
para derramar sangre inocente,
para el abuso y la opresión.
Por eso, así dice el Señor a Joaquín,
hijo de Josías, rey de Judá..
No le harán funeral cantando:
¡Ay hermano mío, ay hermana!
No le harán funeral: ¡Ay señor, ay majestad!
Lo enterrarán como a un asno: lo arrastrarán
y lo tirarán fuera del recinto de Jerusalén (Jer 22,13-19).


El texto parte de un hecho concreto: la construcción de un nuevo palacio en momentos de graves dificultades económicas para el país. Joaquín sólo podía permitirse este lujo haciendo trabajar de balde a los obreros, en contra de lo prescrito por Dt 24,14-15: ¡No explotarás al jornalero pobre y necesitado, sea hermano tuyo o emigrante que vive en tu tierra, en tu ciudad; cada jornada le darás su jornal, antes que el sol se ponga, porque pasa necesidad y está pendiente del salario!. Joaquín no contraviene sólo esta ley; al actuar en contra de la justicia y del derecho falta a su obligación de rey.

El profeta profundiza en el tema contraponiendo las actitudes de Joaquín y de su padre, Josías. Este œltimo lo pasó bien, gozó de lo necesario, pero cumplió con su compromiso fundamental de preocuparse de los más pobres. Por eso ¡conocía a Dios!. Joaquín, en cambio, no entiende la realeza como un servicio a los débiles, sino como un rivalizar en lujo, aunque tenga que cometer toda clase de injusticias e incluso derramar sangre inocente. La ironía del caso es que esta concepción egoísta (excluye al prójimo) y atea (excluye a Dios) resulta también alienante (excluye a Joaquín). A pesar de su actividad y sus proyectos, del dinero robado y la sangre derramada, Jeremías no puede decir de él que le vayan bien las cosas. Sí puede asegurar que le irán mal. Sólo encontrará odio y rencor. No trató al pueblo como rey, y el pueblo no le tratará como tal en el momento de la muerte. El que pretendía competir en cedros acabará arrastrado como un asno.



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#56 Ge. Pe.

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Publicado el 13 enero 2008 - 03:36

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LOS PROFETAS DE ISRAEL Y SU MENSAJE

José L. Sicre sj

2a. Parte

¡PARA ARRANCAR Y ARRASAR!

La denuncia



3.4. - CULTO Y JUSTICIA


Al hablar de la situación en Samaría citamos el texto de Am 5, 21-24 donde Dios, en vez de una actividad cultural abundante, pide ¡que fluya el derecho como agua y la justicia como arroyo perenne!. El tema se encuentra también en Oseas, Isaías y Miqueas. Selecciono algunos de los pasajes más interesantes.

Oíd la palabra del Señor, príncipes de Sodoma;
escuchad la enseñanza de nuestro Dios,
gente importante de Gomorra.
¿Qué me importa el nœmero de vuestros sacrificios?
-dice el Señor.
Estoy harto de holocaustos de carneros,
de grasa de cebones;
la sangre de novillos,
corderos y machos cabríos no me agrada.
Cuando entráis a visitarme (¿...?)
¿quién os pide esto al pisar mis atrios?
No me traigáis más dones vacíos,
el incienso me resulta execrable.
Novilunios, sábados, asambleas...
no aguanto iniquidad y festividad.
Vuestras solemnidades y fiestas las detesto,
se me han vuelto una carga que no soporto más.
Cuando extendéis las manos (en oración),
cierro los ojos;
aunque multipliquéis las plegarias,
no os escucharé.
Vuestras manos están llenas de sangre.
Lavaos, purificaos,
apartad de mi vista vuestras malas acciones,
cesad de obrar mal, aprended a obrar bien.
Preocupaos por el derecho, enderazad al oprimido,
defended al huérfano, proteged a la viuda (Is 1,10-17).


El texto contiene una crítica de los sacrificios de comunión, que intentan fomentar la unión con la divinidad repartiendo la víctima entre Dios, el sacerdote y el oferente; de los holocaustos, que suponían el máximo desprendimiento, ya que toda la víctima se quemaba, después de derramar la sangre sobre el altar; de las ofrendas vegetales, que sólo se ofrecían en casos especiales y la mayoría de las veces eran el complemento de un sacrificio sangriento; del incienso, enormemente costoso; de los novilunios, sábados y asambleas, de las grandes fiestas anuales e incluso de la oración.

Dios no puede reprochar en este caso falta de interés por el culto. No ocurre aquí como siglos más tarde, en tiempos de Malaquías, cuando se ofrecen al Señor ¡víctimas robadas, cojas y enfermas! (Mal 1,13). Mas bien impresiona la abundancia y calidad de los animales: carneros, cebones, novillos, corderos, machos cabríos. Es una inundación de carne, grasa y sangre, que desborda los altares y los quemaderos del templo, con humo que se mezcla al olor del incienso, y reuniones multitudinarias de fieles que alzan sus manos y multiplican sus plegarias. El cuadro dibujado por Isaías, fundiendo elementos dispares, provoca una sensación de agobio, casi de náusea. Y no sólo para nuestra sensibilidad de hombres modernos. También a Dios le repugna.

Todo el sistema cultural queda en entredicho tras esta enumeración, la más exhaustiva que encontramos en un texto profético. Después de la acusación (¡vuestras manos están llenas de sangre!), cabría esperar una condena a muerte de los culpables. Pero sigue una exhortación, con nueve imperativos que avanzan cada vez más en sus exigencias. Los dos primeros (¡lavaos, purificaos!) piden lo imprescindible dadas las circunstancias. Pero no se trata sólo de cubrir las apariencias. Hay que cambiar radicalmente el comportamiento y la actitud ante la vida. Los cuatro imperativos siguientes pasan de la desaparición de lo negativo (¡apartad de mi vista vuestras malas acciones!, ¡cesad de obrar el mal!) a la implantación de lo positivo (¡aprended a obrar el bien!, ¡preocupaos por el derecho!). Son frases que corren el peligro de perderse en vaguedades. Por eso los tres œltimos imperativos concretan sus exigencias. El ¡bien! y el ¡derecho!, abstractos a primera vista, se realizan en la preocupación por las personas más débiles: ¡enderezad al oprimido, defended al huérfano, proteged a la viuda!.

El hombre, a través del culto, intenta agradar a la divinidad, reconocer el puesto capital de Dios en su vida. Pero Isaías recuerda que no hay mejor forma de agradar a Dios que la de interesarse por las personas que él más ama.

Sin embargo, no creo que este texto signifique una condena sistemática del culto. Lo que Dios no soporta es la mezcla de ¡festividad e iniquidad!. En consecuencia, debemos evitar dos peligros: 1) utilizar este pasaje para criticar al culto por sistema; 2) aprovechar que este texto no critica sistemáticamente el culto para seguir uniendo ¡festividad e iniquidad!.
En el profeta Miqueas encontramos otra instrucción de contenido semejante, aunque el desarrollo literario es muy distinto. Comienza Dios pleiteando con el pueblo en un juicio solemne, con la naturaleza como testigo. Motivo: la ingratitud ante los beneficios pasados. Ante este reproche, el pueblo desea mostrarse agradecido, acercarse al Señor, pero sólo se le ocurre un camino: el culto. Miqueas le recuerda verdades más antiguas e importantes:

Escuchad lo que dice el Señor:
Levántate, llama a juicio a los montes,
que los collados escuchen tu voz.
Escuchad, montes, el juicio del Señor,
firmes cimientos de la tierra:
el Señor entabla juicio con su pueblo,
pleitea con Israel.
Pueblo mío, ¿qué te hice? ¿En qué te molesté?
Testimonia contra mí.
Te saqué de la tierra de Egipto,
te redimí de la esclavitud,
enviando por delante a Moisés, Aarón y María.
Pueblo mío, recuerda lo que maquinaba Balac, rey de Moab,
y que respondió Balaán, hijo de Beor.
(Recuerda) desde Sittim a Guilgal,
para que comprendas que el Señor tiene razón.

¿Con qué me presentaré al Señor,
inclinándome ante el Dios del cielo?
¿Me presentaré con holocaustos,
con becerros añojos?
¿Aceptará el Señor un millar de carneros
o diez mil arroyos de aceite?
¿Le ofreceré mi primogénito por mi culpa
o el fruto de mi vientre por mi pecado?

Hombre, ya te ha explicado (Dios) qué está bien,
qué desea el Señor de ti:
que practiques el derecho,
ames la bondad
y seas atento con tu Dios (Miq 6,1-8 ).


La relación entre los beneficios iniciales y las exigencias que se plantean al final es más clara de lo que puede parecer a primera vista. Todo lo que Dios ha hecho por el pueblo: liberación de Egipto, salvación a través de Moisés y sus hermanos, protección en el desierto, bendición, paso de Jordán, entrada en Palestina, surgen del deseo divino de que su pueblo goce de libertad, de unas leyes y una tierra. Cuando se desprecia el derecho y la bondad se destruye el plan de Dios. Por el contrarios, cuando se practica el derecho y se ama la bondad, se continœa su obra salvífica. Esto es lo más grande que el hombre puede ofrecer al Señor: toda su vida, su actividad, sus sentimientos, al servicio de sus planes. De las exigencias finales, las dos primeras, referentes al derecho y la bondad, coinciden con lo dicho por otros profetas. La tercera (¡y seas atento con Dios!, o ¡que camines humildemente con tu Dios!) representa algo nuevo e importante. Sólo quien reconoce con humildad su condición de creatura es capaz de vivir pendiente del Señor.

Terminemos con el texto de un profeta anónimo de finales del siglo VI a. C. que se conserva en el libro de Isaías. En esta época adquiere especial auge la práctica del ayuno, conocida antes del destierro, pero que ahora se celebra en fechas fijas: aniversario del asedio de Jerusalén, del día de la caída de la capital, del incendio de la ciudad y del templo, del asesinato del gobernador Godolías. Se trata de un día de humillación y mortificación para conseguir el favor divino. Pero el autor de este texto piensa que el único camino para obtener la salvación pasa por la justicia y el amor al prójimo.

Grita a voz en cuello, sin cejar,
alza la voz como trompeta,
denuncia a mi pueblo sus delitos,
a la casa de Jacob sus pecados.
Me consultan a diario, desean conocer mis caminos,
-como un pueblo que practicara la justicia
y no abandonase el derecho de su Dios-,
me preguntan las normas justas,
desean estar cerca de Dios.
¿Para qué ayunar, si no haces caso?
¿Mortificarnos, si no te fijas?
Mirad: ayunáis entre pleitos y peleas,
dando puñetazos sin piedad.
No ayunéis como ahora,
haciendo oír en el cielo vuestras voces,
¿es ése el ayuno que el Señor desea,
el día en que el hombre se mortifica?
Mover la cabeza como un junco,
acostarse sobre estera y ceniza,
¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor?
el ayuno que yo quiero es éste:
abrir las cadenas injustas,
soltar las correas del yugo,
dejar libres a los oprimidos,
romper todos los yugos;
partir tu pan con el hambriento,
hospedar a los pobres sin techo,
vestir al que ves desnudo
y no cerrarte a tu propia carne.
Entonces romperá tu luz como la aurora,
en seguida te brotará la carne sana;
te abrirá camino tu justicia,
detrás de ti irá la gloria del Señor.
Entonces clamarás al Señor y te responderá;
pedirás auxilio y te dirá.. Aquí estoy.
Si destierras de ti los yugos,
la acusación con falso testimonio,
si te entregas al hambriento
y sacias el estómago del indigente,
surgirá tu luz en las tinieblas,
tu oscuridad se volverá mediodía.
El Señor te guiará siempre,
hará fuertes tus huesos, serás huerto bien regado,
un manantial de aguas cuya vena no engaña.
Reconstruirás viejas ruinas,
levantarás sobre cimientos de antaño,
te llamarán ¡tapiador de brechas!,
¡restaurador de sendas transitables! (Is 58,1-12).


Como punto de partida conviene recordar la situación histórica. El país está asolado, Jerusalén casi arrasada. El poema lo expresa con imágenes de oscuridad, enfermedad, aridez, que más tarde se concretan en ruinas, brechas, sendas intransitables. En estas circunstancias, el pueblo (al menos gran parte de él) necesita que Dios le preste atención. Para ganárselo, organizan los días de ayuno. Pero, con sorpresa, e incluso indignación, advierten que esa práctica no les sirve de nada.

El profeta justifica ese silencio de Dios, indicando en un primer momento que el ayuno va acompañado de egoísmo, codicia y reyertas. ¡En el mismo momento en que pretendéis honrar a Dios, vuestro padre, molestáis el prójimo, vuestro hermano! (Bonnard). Luego habla de los ritos que acompañan al ayuno (mover la cabeza, acostarse sobre estera y ceniza). Frente a esas acciones poco comprometedoras, Dios indica los verdaderos ritos que deben constituir el ayuno, y que están orientados en beneficio de los oprimidos, hambrientos, pobres sin techo y desnudos. Compartir con ellos pan, casa y vestido es lo que Dios espera de su pueblo. Estas exigencias las resume la frase final, ¡no cerrarte a tu propia carne!, que podríamos explicar: ¡no te desentiendas del prójimo, que es algo tuyo!. como subrayan muchos comentaristas, no se dice ¡tu hermano!, sino ¡tu carne!, refiriéndose con ello a cualquier hombre, aunque no sea israelita.

Indirectamente, el autor pone el dedo en la llaga y desvela una de las causas capitales de la injusticia: la falta de identificación con el que sufre, el no sentirnos afectados personalmente por el hambre, la desnudez o la pobreza de los otros, considerando estos hechos ¡datos! fríos de una posible encuesta sobre problemas sociales. Cuando alguien pasa hambre, eres tú quien pasa hambre. Cuando alguien va desnudo, eres tu quien va desnudo. Cuando te desentiendas del prójimo, te cierras a ti mismo, porque no es algo ajeno a ti, sino tu propia carne. Este es el presupuesto del autor. Cuando el pueblo adopte esta postura, cambiará la situación y podrá gozar con la alegría de la salvación de Dios.


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#57 Ge. Pe.

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Publicado el 20 enero 2008 - 09:37

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LOS PROFETAS DE ISRAEL Y SU MENSAJE

José L. Sicre sj

2a. Parte

¡PARA ARRANCAR Y ARRASAR!

La denuncia



4. El Imperialismo Militar



Advertencia previa


Es posible que a algunos lectores no le resulte demasiado sugerente el tema de este capítulo, y quizá se asusten de su extensión. Sin embargo, no les aconsejaría que se lo saltasen por completo.

A los interesados por la teología de la historia, por ese vaivén continuo de injusticias que cometen las grandes potencias, les aconsejo que lean al menos lo referente a Habacuc. Es el único caso en que no selecciono fragmentos sueltos, sino incluyo el texto completo con breves comentarios.

Porque se trata de un profeta prácticamente desconocido, pero de los más profundos.

Otro texto capital es Isaías 14, incluido en el apartado sobre Babilonia. Poema magnífico desde el punto de vista literario y teológico, que todos deberían conocer.

También aconsejo la lectura de las dos visiones contenidas en el libro de Daniel, ya que representan el punto final de la reflexión profética.

Ya que el tema es complejo, y las posturas muy diferentes a veces, a muchos lectores podrá serles œtil comenzar leyendo las conclusiones con que cierro el capítulo.

La existencia de grandes potencias que dominan el mundo e imponen su ley de forma indiscutible es algo que muchos aceptan casi con naturalidad. Otros se indignan con sus arbitrariedades y sus injerencias en la actividad política y económica de los países más pequeños. Pero raras veces se reflexiona teológicamente sobre el tema. Sin embargo, dentro de la Biblia, el problema del imperialismo es uno de los más candentes y continuos. Asiria, Egipto, Babilonia, Persia, Grecia, Siria, Roma, dominaron sucesivamente al pueblo judío desde el siglo VIII a.C. hasta que dejó de existir como nación. Este fenómeno del imperialismo no podía pasar inadvertido para los profetas.


Todos ellos escucharon ¡las botas que pisan con estrépito! y contemplaron ¡los mantos manchados de sangre! (Isaías 9,4). Fueron testigos de esas invasiones militares que Joel compara con plagas de langosta:

... como crepúsculo que se extiende por los montes
es el ejército denso y numeroso (...).
En vanguardia el fuego devora,
las llamas abrasan en retaguardia;
delante la tierra es un vergel,
detrás es una estepa desolada (...).
Asaltan la ciudad, escalan las murallas,
suben a las casas,
penetran como ladrones por las ventanas.
Ante ellos la tierra tiembla y se conmueve el cielo,
sol y luna se oscurecen (Joel 2,2-10).


Estas palabras nos ayudan a comprender que el problema del imperialismo no es para los profetas una cuestión teórica, sino un drama que plantea serios interrogantes. Porque, ¿cómo conciliar el amor de Dios y su justicia con la desolación, la opresión y la muerte que provocan las potencias invasoras? El material es abundante, y se presta a un análisis detenido sobre las diversas formas en que los profetas abordan el tema. En la revista ¡Proyección! 26 (1979) 171-180 y 313-323 le dediqué dos artículos. Ahora me limito a seleccionar los textos más representativos, aunque en este caso considero necesario añadir breves consideraciones históricas para que resulten más comprensibles. Me ha parecido importante ofrecer una visión cronológica, siguiendo el orden en que los imperios fueron dominando a Israel: Asiria, Babilonia, Persia, Siria.


4.1. Asiria


Cuando Israel se constituye como pueblo, hacia los siglos XIII-XII a.C., el problema del imperialismo no existe en el Antiguo Oriente. Precisamente la debilidad de las grandes potencias (Egipto y Mesopotamia) permitirá a David durante el siglo X ampliar notablemente sus dominios, invadiendo Amón, Moab, Amón y Siria. Su política debemos calificarla al menos de mini-imperialistas; y su actitud con los vencidos rayó en la crueldad (ver 1 Re 11,15-18 ). Pero nadie, ni siquiera Natán, le criticó por ello. Los judíos, como todos los pueblos, han demostrado siempre una sensibilidad finísima para las injusticias que padecen, pero la pierden cuando se trata de las injusticias que cometen.

El imperialismo a gran escala amenaza el horizonte de Israel a mediados del siglo IX a.C., cuando Salmanasar III sube al trono de Asiria. Su política expansionista no tuvo éxito; los reyes de Damasco, Jamat e Israel consiguieron frenar sus ímpetus en la batalla de Qarqar (año 853) y alejar momentáneamente el peligro. Pero, un siglo más tarde, cuando Tiglatpileser III sube al trono de Asiria (año 745), ya no hay solución. Este gran organizador y hábil militar revoluciona la técnica de la guerra: en los carros de combate sustituye las ruedas de seis radios por las de ocho, más resistentes; emplea caballos de repuesto, que permiten mayor rapidez y facilidad de movimientos; provee a los jinetes de coraza y a la infantería de botas. En pocos años, el Imperio extiende sus dominios desde el golfo pérsico hasta el Mediterráneo.

Tiglatpileser y sus sucesores adoptan con los demás países una política centrada en los siguientes puntos:

a) el primer paso consiste en una demostración de fuerza, que lleva a esos estados a una situación de vasallaje, con pago anual de tributo;

b) si más tarde tiene lugar, o se sospecha, una conspiración contra Asiria, las tropas imperiales intervienen rápidamente, destituyen al monarca y colocan en su puesto a un príncipe adicto; al mismo tiempo aumentan los impuestos, la política exterior es controlada con más severidad y gran parte del territorio pasa a convertirse en provincia asiria;

c) al menor signo de nueva conspiración intervienen de nuevo las tropas, todo el país queda anexionado al Imperio y se deporta a gran nœmero de habitantes, a fin de destruir la cohesión nacional e impedir nuevas revueltas.


Tanto Israel como Judá fueron víctimas de esta política imperialista Asiria. El primero debió padecer paso a paso la conducta descrita anteriormente:

a) pago del tributo en tiempos de Menajén (2 Re 15,19-20);

b) pérdida de territorios con Pécaj ( 2 Re 15,29); c) pérdida de la independencia y deportación durante el reinado de Oseas ( 2 Re 17,4-6). todo esto en el espacio de unos veinte años (743-720).

Judá salió aparentemente mejor librada. En un primer momento, el rey Acaz intentó congraciarse a Tiglatpileser III buscando su apoyo contra pueblos enemigos. Obtiene el favor, pero a un precio muy alto (2 Re 16,8 ). Además, a partir de aquel momento queda sometido a Asiria en el primer grado de vasallaje, debiendo pagar tributo anual. Su hijo Ezequías se rebelará contra Asiria el año 705, aprovechando la muerte de Sargón II. Pero su audacia le costará muy cara. El nuevo emperador, Senaquerib, invade el territorio judío, conquista cuarenta y seis fortalezas, asedia Jerusalén y se lleva un enorme botín (2 Re 18,13-16). A partir de entonces, el dominio asirio se acepta como algo inevitable.

El largo reinado de Manasés se halla bajo este signo. Mientras, los asirios siguen su política expansionista; las tropas de Asurbanipal llegan a la primera catarata del Nilo, consiguiendo lo inimaginable: someter a Egipto. Pero el punto culminante señala también el comienzo de la decadencia: Asiria es incapaz de gobernar tan vasto Imperio. Y aunque los países occidentales sólo son capaces de incubar un odio creciente o de tímidos intentos de independencia, en Babilonia y Media va fraguando el derrocamiento de la gran potencia. Efectivamente, el año 612 cae Nínive, capital del Imperio, y el 610 Jarán, su œltimo baluarte. En definitiva, el dominio asirio sobre Judá duró un siglo aproximadamente: desde el año 734, fecha en que Acaz solicita su ayuda, hasta el 632, cuando el rey judío Josías comienza su reforma político-religiosa.

Los textos proféticos más importantes proceden de los libros de Isaías y Nahœn.

Descripción del ejército (Isaías 5,26-29)

Izará (el Señor) una enseñanza para un pueblo remoto,
le silbará hacia el confín de la tierra;
miradlo llegar veloz y ligero.
No hay cansancio, no hay tropiezo,
no se acuesta, no se duerme,
no se desciñe el cinturón de los lomos,
no se desata la correa de las sandalias.
Sus saetas están aguzadas y todos los arcos tensos;
las pezuñas de sus caballos son pedernal,
y las ruedas, torbellinos.
Su rugido es de león, ruge como los cachorros,
gruñe y atrapa la presa,
la retiene, y nadie se la arranca.


A nivel descriptivo, el interés del texto radica en presentar la fuerza y rapidez del ejército, que supera todos los obstáculos. Pero es más interesante fijarse en otros detalles de tipo teológico. El libro de Isaías inserta este breve poema como final de la llamada ¡sección de los ayes! (5,7-25), donde se han descrito los diversos pecados que dominan en el reino de Judá.. latifundismo, lujo y francachelas, despreocupación por los planes de Dios, corrupción de los valores, etc. Como ha dicho previamente la ¡canción de la viña! (Is 5,1-7), Judá, ¡la viña del Señor de los ejércitos!, se ha corrompido totalmente, y en vez de dar uvas da agrazones.

En este contexto de pecado contra Dios y contra el prójimo es donde adquiere sentido el anuncio de la invasión enemiga. El profeta no la ve como un hecho casual, sino como castigo por los pecados del pueblo judío. Por eso, el ejército no lo pone en marcha una orden del emperador, sino la decisión del mismo Dios que ¡iza una enseña al pueblo remoto! y le silba, como a un perro, para que acuda al lugar que desea castigar. ¿Es justa esta visión de la historia? ¿Es Asiria un simple instrumento en manos de Dios, que se acomoda plenamente a sus planes? Isaías se mostró demasiado optimista en este primer momento. El texto siguiente refleja un profundo cambio de postura.

El orgullo de Asiria (Isaías 10,5-16)

¡Ay Asur, vara de mi ira,
bastón de mi furor!
Contra una nación impía lo envié,
lo mandé contra el pueblo de mi cólera,
para entrarlo a saco y despojarlo,
para hollarlo como barro de las calles.
Pero él no pensaba así,
no eran éstos los planes de su corazón.
Su propósito era aniquilar,
exterminar naciones numerosas.
Decía: ¡¿No son mis ministros reyes?
¿No fue Calno como Cárquemis?
¿No fue Jamat como Arpad?
¿No fue Samaría como Damasco?
Lo que hice con Samaría y sus imágenes,
¿no lo voy a hacer con Jerusalén y sus ídolos?!.


El decía:

¡Con la fuerza de mi mano lo he hecho,
con mi saber, porque soy inteligente.
Cambié las fronteras de las naciones,
saqueé sus tesoros
y derribé como un héroe a sus jefes.
Mi mano cogió, como un nido,
las riquezas de los pueblos;
como quien recoge huevos abandonados,
cogí toda su tierra,
y no hubo quien batiese las alas,
quien abriese el pico para piar!.
¿Se envanece el hacha contra quien la blande?
¿Se gloría la sierra contra quien la maneja?
Como si el bastón manejase a quien no es leño.
Por eso, el Señor de los ejércitos
meterá enfermedad en su gordura.
y debajo del hígado le encenderá un fiebre,
como incendio de fuego.


El texto precedente presentaba a Asiria como un animal que acude al silbido del Señor. Isaías mantiene su postura, hablando ahora del Imperio como de una vara o un bastón que Dios utiliza para castigar. Pero en su teología de la historia se produce un cambio, provocado por la realidad. Los hechos demuestran que los planes de Dios y los de Asiria son incompatibles. Hay una diferencia radical entre el plan del Señor (¡castigar a una nación impía!) y el proyecto del emperador (¡aniquilar, exterminar naciones numerosas!). Es una diferencia a nivel intensivo (castigar-exterminar) y extensivo (una nación-naciones numerosas). Esta crueldad, esta voluntad de dominio universal, unida a la arrogancia y a la blasfemia, es lo que atrae sobre el emperador asirio la cólera de Dios.

¿Significa esto que un Imperio moderado, ¡comprensivo!, es compatible con la voluntad de Dios? Posiblemente Isaías lo habría afirmado en este momento, en caso de que el Señor quisiera castigar a su pueblo. Pero sólo con este presupuesto, y sólo de forma transitoria. Porque el imperialismo no constituye un ideal, como demostrarán otros textos. De esto hablaremos más adelante. Por ahora queda claro que Asiria actuó de forma cruel y soberbia (peligro que difícilmente puede evitar cualquier gran potencia), y la que fue enviada a castigar terminará castigada.

El castigo de Asiria (Isaías 30,27-33)

Mirad: el Señor en persona viene de lejos,
arde su cólera con espesa humareda;
sus labios están llenos de furor,
su lengua es fuego devorador;
su aliento es torrente desbordado
que alcanza hasta el cuello:
para cribar a los pueblos con criba de exterminio,
para poner bocado de extravío
en la quijada de las naciones.
Vosotros entonaréis un cántico
como en noche sagrada de fiesta:
se alegrará el corazón al compás de la flauta,
mientras vais al Monte del Señor,
a la Roca de Israel.
El Señor hará oír la majestad de su voz,
mostrará su brazo que descarga
con ira furiosa y llama devoradora,
con tormenta, aguacero y pedrisco.
A la voz del Señor se acobarda Asiria,
golpeada con la vara.
Cada golpe de la vara de castigo
que el Señor descargue sobre ella
se dará entre panderos y cítaras y danzas.
Que está preparada hace tiempo en Tofet,
está dispuesta, ancha y profunda,
un pira de leña abundante:
y el soplo del Señor, como torrente de azufre,
le prenderá fuego.


Este terrible poema, que recuerda en parte al capítulo 3 de Habacuc, se desarrolla con elementos semejantes a los de la gran liberación de Egipto: la noche de la venganza, la teofanía del Sinaí, las plagas o golpes, el brazo que descarga; el acontecimiento se celebra en una fiesta nocturna, con mœsica y danzas, con una marcha al Monte Santo. Otros elementos, como la pira de fuego, son nuevos. El Tofet es un lugar cercano a Jerusalén donde parece que se llevaron a cabo sacrificios humanos por el fuego (ver Jer 7,31-34; 19,3-9). Este lugar se convierte en el puesto del castigo del Señor para Asiria.

Asedio y destrucción de Nínive (Nahœn 2,2-14; 3,1-19)

Nínive, capital del Imperio asirio a partir de Senaquerib, terminará convirtiéndose para los judíos en símbolo de la opresión y del imperialismo. Así la presentará el librito de Jonás. Pero lo que a Nahœn le interesa es describir el final de la ciudad. Se trata de una visión dantesca, que comienza con el primerísimo plano de un escudo para ir abriendo el objetivo, hasta abarcar a los soldados, los carros, las plazas, las murallas, las puertas de la ciudad, el palacio. A la conquista siguen destierro, saqueo, deportación. Pero, incluso en estos momentos en que ¡el temple se funde y vacilan las rodillas!, el profeta saca fuerzas para reflexionar sobre la situación anterior de la capital, su pecado, y el influjo decisivo de Dios en este acontecimiento.

Que te asaltan los arietes
y se estrecha el cerco:
vigila los accesos,
apréstate y redobla tus fuerzas.
El escudo de la tropa está rojo
y los soldados visten de pœrpura;
es un ascua el revestimiento
de los carros en formación.
Los jinetes vertiginosos,
los carros enloquecidos
se lanzan por calles y callejas
revolviéndose como teas o relámpagos.
Pasa revista a sus capitanes
que tropiezan en sus recorridos,
se apresuran hacia las murallas
y se asegura la barrera.
Se abren las esclusas de los ríos
y el palacio se derrumba;
hacen formar y salir a los cautivos,
conducen a las esclavas,
que se golpean el pecho gimiendo como palomas.
Nínive es una alberca cuyas aguas se escapan:
¡Deteneos, deteneos!, pero nadie se vuelve.
Saquead plata, saquead oro,
el depósito es inacabable,
qué abundancia de toda clase de enseres preciosos.
¡Destrucción, desolación, devastación!
El temple se funde, vacilan las rodillas,
se doblan los ijares, el rostro pierde el color.
¿Dónde está el cubil de los leones,
la guarida de los cachorros,
adonde iban sin asustarse
el león con la leona y sus crías?
El león que hacía presa para sus cachorros
y despedazaba para sus leonas,
su cueva se llenaba de víctimas,
su guarida de despojos.
¡Aquí estoy contra ti!
-oráculo del Señor de los ejércitos -.
Arderán humeando tus carros
y la espada devorará tus cachorros,
extirparé de la tierra tus presas
y no volverá a sonar la voz de tus pregoneros.


El capítulo tercero del profeta está dedicado al mismo tema. Los versos iniciales describen con estilo rapidísimo cómo la guerra y la muerte se apoderan de la ciudad; luego se indican las causas del castigo y se habla de la intervención de Dios. La sección central recuerda la caída de No-Amón, la famosa Tebas egipcia, que el año 652 pasó a poder de los asirios, y se amenaza a Nínive con el mismo castigo. Toda resistencia es inœtil: los capitanes y las autoridades serán los primeros en desertar. Los versos finales presentan el desastre como ya sucedido; los príncipes y reyes han muerto, el pueblo está disperso por las montañas. Nínive ha desaparecido de la historia a causa de su maldad.

¡Ay de la ciudad sanguinaria y traidora,
repleta de rapiñas, insaciable de despojos!
Escuchad: látigos, estrépito de ruedas,
caballos al galope, carros rebotando,
jinetes al asalto, llamear de espadas,
relampagueo de lanzas, multitud de heridos,
masas de cadáveres, cadáveres sin fin,
se tropieza en cadáveres.
Por las muchas fornicaciones de la prostituta,
tan hermosa y hechicera,
que compraba pueblos con sus fornicaciones
y tribus con sus hechicerías.
¡Aquí estoy contra ti!
-oráculo del Señor de los ejércitos.
Te arrojaré basura encima
y te expondré a la pœblica vergŸenza.
Los que te vean se apartarán de ti diciendo:
Desolada está Nínive, ¿quién la compadecerá?
¿Dónde encontrar quien la consuele?

¿Eres tú mejor que No-Amón,
señora del Nilo, rodeada de aguas?
Su fuerza era el mar, las aguas su muralla,
incontables cusitas, egipcios sin nœmero,
libios y etíopes eran sus defensores.
También ella fue al desierto, marchó prisionera,
sus hijos fueron estrellados en las encrucijadas,
se rifaron a los nobles
y encadenaron a los notables.
También tœ te embriagarás y te esconderás,
también tœ buscarás asilo lejos del enemigo.
Tus plazas fuertes son higueras cargadas de brevas,
al sacudirlas caen en la boca que las come.
Mira, tus soldados
se han vuelto mujeres frente al enemigo;
abiertas están las puertas de tu territorio
y el fuego ha consumido los cerrojos.
Haz acopio de agua para el asedio,
fortifica las defensas,
pisa lodo, aplasta arcilla,
métela en el molde:
que el fuego consumirá,
como devora la langosta,
y la espada te aniquilará.
Aunque te multipliques como la langosta,
te multipliques como los saltamontes,
la langosta muda de piel y vuela;
aunque sean tus buhoneros
más que las estrellas del cielo,
tus capitanes como langostas,
tus jefes como insectos,
posados en la tapia durante el frío,
al brillar el sol se marchan sin dejar huella.
Tus pastores, rey de Asiria, se han dormido,
y tus capitanes se han tumbado,
la tropa está dispersa por los montes y no hay quien la reœna.
No hay remedio para tu fractura,
tu herida es incurable.
Los que oyen noticias tuyas palmotean,
pues, ¿sobre quién no descargó tu perpetua maldad?


Nahún es quizá el profeta más duramente criticado por algunos comentaristas. Se le acusa de ignorar los pecados de su pueblo, de saña sanguinaria contra Nínive, de alegría cruel, de despreciar a los paganos. En definitiva, de ser un falso profeta, que se ha colado de rondón en el canon.

Desde luego, nos sentimos más a gusto leyendo lo que dice Jonás sobre Nínive. Nahœn nos entusiasma como poeta. Nos duele como profeta. Sin embargo, algo muy serio debe haber en su mensaje para que se nos haya transmitido como palabra de Dios. No pensamos que sea sólo su nacionalismo a ultranza o su espíritu vengativo. Lo que está en juego para él es la justicia de Dios en la historia, un problema que angustió a los judíos de todos los tiempos y sigue preocupando a nuestros contemporáneos. ¿Puede tolerar Dios a un imperio que despedaza sin compasión a sus víctimas? ¿A la ciudad sanguinaria y traidora, ¡repleta de rapiñas, insaciable de despojos!, que ha descargado sobre todos los pueblos ¡su perpetua maldad!? Para Nahœn, la respuesta es evidente: no. La justicia no se lo permite, su fidelidad a los que confían en él no lo tolera. Por eso el castigo de Nínive es preciso. Nahœn lo canta, lo describe. Con la rabia del oprimido, sin concesiones a la compasión. Su actitud nos resulta muy dura. Pero es un elemento imprescindible si queremos esbozar una teología de la historia. Una pieza más en ese rompecabezas que componen oráculos muy distintos del Antiguo Testamento.

Por otra parte, el escándalo que podemos experimentar leyendo a Nahœn puede ser bastante farisaico. El Apocalipsis de Juan muestra la misma alegría cruel cuando anuncia la caída de Roma, nueva Babilonia, la gran prostituta, ¡borracha de la sangre de los consagrados y de la sangre de los testigos de Jesús! (Ap 17,6; ver los capítulos 17-19). No es lo mismo teorizar sobre la opresión y el imperialismo que padecerlos.



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#58 Ge. Pe.

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Publicado el 13 febrero 2008 - 08:12

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LOS PROFETAS DE ISRAEL Y SU MENSAJE

José L. Sicre sj

2a. Parte

¡PARA ARRANCAR Y ARRASAR!

La denuncia






4.2.- Babilonia


La caída de Nínive y Jarán, con la siguiente desaparición del Imperio asirio, va a dar paso a una nueva potencia: Babilonia. Famosa ya desde antiguo, es precisamente a finales del siglo VII y primera mitad del VI a.C. cuando vuelve a recuperar su poderío, gracias a Nabopolasar y a su hijo, Nabucodonosor. Para los judíos supondrá la experiencia más trágica de toda su historia: el año 586, Jerusalén es conquistada, se destruyen las murallas, se incendia el templo, el pueblo marcha al destierro y desaparece la monarquía. Todos los pilares de la fe de Israel caen por tierra, al menos aparentemente. Hombres ilustres, de profunda fe en Dios, convertirán esta ¡siembra entre lágrimas! en una ¡cosecha entre cantares!. Sabrán sacar una profunda enseñanza de la historia, sin perder nunca la esperanza de una posible restauración del pueblo unida a una honda conversión religiosa.

No nos interesa aquí analizar la trágica y rica experiencia de esta época. Sólo nos fijaremos en algunos de los textos proféticos que hablan de este nuevo Imperio. Hay posturas semejantes a las ya constatadas con respecto a Asiria. Pero han pasado años desde entonces, y la profecía se enriquece con nuevos puntos de vista. Es lo que observamos a través de Jeremías, algunos textos de profetas anónimos y, sobre todo, de Habacuc.

Este apartado lo estructuro de la forma siguiente. Hablo en primer lugar de Jeremías, con su compleja postura de aceptación y condena del poderío babilonio. Luego, de Habacuc, que no ve este Imperio como un fenómeno aislado, sino con uno más en la cadena del imperialismo, lo que le obliga a plantearse el tema de la justicia de Dios en la historia. Tanto Jeremías como Habacuc nos sitœan en los primeros años del apogeo neobabilónico. Más tarde, cuando tenga lugar la destrucción de Jerusalén y del templo, la deportación, aumentará notablemente el odio a Babilonia, expresado principalmente por profetas anónimos, cuya obra se ha conservado en los libros de Isaías y Jeremías. Entre estos textos adquiere especial relieve el capítulo 14 de Isaías, ya que supera la visión nacionalista y condena con gran fuerza poética y teológica el orgullo y la crueldad de los tiranos.

Babilonia, instrumento del castigo de Dios (Jeremías 25,1-11)


El año cuarto del reinado de Joaquín, hijo de Josías, en Judá, que corresponde al año primero del reinado de Nabucodonosor en Babilonia, recibió Jeremías este mensaje para todo el pueblo judío, y el profeta Jeremías se lo comunicó a todos los judíos y a todos los vecinos de Jerusalén:

Desde el año trece del reinado en Judá de Josías, hijo de Amón, hasta el presente día -en total veintitrés años-, he recibido la palabra del Señor y os la he predicado puntualmente, y no me habéis escuchado. El Señor os enviaba puntualmente a sus siervos los profetas, y no quisisteis escuchar ni prestar oído. Os exhortaban: "Que se convierta cada uno de su mala conducta y de sus malas acciones, y volverá a la tierra que el Señor os entregó a vosotros y a vuestros padres, desde siempre y para siempre. Y no sigáis a dioses extranjeros para servirles y adorarlos, y no me irritéis con las obras de vuestras manos, para vuestro mal".

No escuchasteis -oráculo del Señor-, me irritasteis con las obras de vuestras manos, para vuestro mal. Por eso, así dice el Señor de los ejércitos: Puesto que no escuchasteis mis palabras, yo mandaré a por los pueblos del norte y a por Nabucodonosor, rey de Babilonia, siervo mío; lo traeré a esta tierra, contra sus habitantes y los pueblos vecinos; los consagraré al exterminio, los convertiré en espanto, burla y ruina perpetua. Haré cesar la voz alegre y la voz gozosa, la voz del novio y la voz de la novia, el ruido del molino y la luz de la lámpara. Toda esta tierra quedará desolada, y las naciones vecinas estarán sometidas al rey de Babilonia durante setenta años.

El texto está fechado el año 605, precisamente cuando Nabucodonosor acaba de arrebatar a los egipcios la aparentemente inexpugnable fortaleza de Carquemis, permitiéndole la conquista de los países de Siria-Palestina. Como si la línea Maginot se hubiese derrumbado en un día, permitiendo la invasión de las tropas alemanas. Pero Jeremías, igual que Isaías un siglo antes, no contempla los hechos como resultado de simples causas políticas, militares o económicas. Los interpreta como decisión divina de castigar a su pueblo, que se niega durante años a obedecer a Dios, que le habla a través de los profetas. Sin embargo, a diferencia de Isaías, no considera a Nabucodonosor un simple instrumento en manos de Dios (¡vara, bastón!), sino que le da un título honorífico, ¡mi siervo!. Este tema quedará más claro en el texto siguiente.

Sumisión al rey de Babilonia (Jeremías 27,1-22)


Este nuevo texto está fechado el año 594 (¡el año cuarto del reinado de Sedecías!); han pasado, pues, once años desde el anterior. Nabucodonosor no es ahora un príncipe victorioso en el que los babilonios depositan su esperanza. Se ha convertido en el dominador del mundo antiguo, que impone su ley a numerosos pueblos. Ante esta amenaza. parece que el año 594 tiene lugar en Jerusalén una reunión de pequeños países cercanos a Judá, con vistas a ofrecer resistencia. Jeremías, sin embargo, pide el sometimiento a Babilonia como œnica respuesta posible a la voluntad de Dios.

El discurso se divide en tres partes. La primera habla a los ministros de los países extranjeros; la segunda al rey judío, Sedecías; la tercera a los sacerdotes y al pueblo. Para comprender esta œltima parte conviene recordar que cuatro años antes 595) había tenido lugar una primera deportación y los babilonios se habían llevado parte del ajuar del templo.

El año cuarto del reinado del Sedecías, hijo de Josías, rey de Judá, recibió Jeremías esta palabra del Señor:

El señor me dijo: Hazte unas coyundas y un yugo y encájatelo en el cuello, y envía un mensaje a los reyes de Edom. Moab, Amón, Tiro y Sidón, por medio de los embajadores que han venido a Jerusalén a visitar al rey Sedecías. Diles que informen a sus señores: Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: Decid a vuestros señores:


Yo he creado la tierra y hombres y animales
sobre la faz de la tierra,
con mi gran poder y con mi brazo extendido:
y la doy a quien me parece.
Pues bien, yo entrego todos estos territorios
a Nabucodonosor, rey de Babilonia, mi siervo;
incluso las fieras agrestes
se las doy como vasallos;
todas las naciones serán vasallos de él,
de su hijo y nieto,
hasta que le llegue a su país
la hora de ser vasallo
de pueblos numerosos y reyes poderosos.
Si una nación y su rey no se someten
a Nabucodonosor, rey de Babilonia,
y no rinden el cuello
al yugo del rey de Babilonia,
con espada y hambre y peste
castigaré a esa nación,
hasta entregarla en sus manos -oráculo del Señor-.
Y vosotros no hagáis caso
a vuestros profetas y adivinos
intérpretes de sueños, agoreros y magos,
que os dicen:
¡No seréis vasallos del rey de Babilonia!;
porque os profetizan embustes
para sacaros de vuestra tierra,
para que yo os disperse y os destruya.
Si una nación rinde el cuello
y se somete al rey de Babilonia,
la dejaré en su tierra,
para que la cultive y la habite -oráculo del Señor-.

A Sedecías, rey de Judá,
le hablé en los mismos términos:
Rendid el cuello al yugo del rey de Babilonia,
someteos a él y a su pueblo, y viviréis,
así no moriréis a espada, de hambre y peste,
como dijo el Señor
a los pueblos que no se sometan al rey de Babilonia.
No hagáis caso a los profetas que os dicen:
¡No seréis vasallos del rey de Babilonia!
porque os profetizan embustes;
yo no los envié -oráculo del Señor-
y ellos profetizaban embustes en mi nombre,
para que yo os tenga que arrojar y destruir
a vosotros con los profetas que os profetizan.

A los sacerdotes y al pueblo les dije:
Así dice el Señor:
No hagáis caso a esos profetas que os profetizan:
¡Muy pronto recobraremos de Babilonia
el ajuar del Templo!;
os profetizan embustes, no les hagáis caso.
Seguid sometidos al rey de Babilonia y viviréis,
y esta ciudad no se convertirá en ruinas.
Si son profetas y tienen la palabra del Señor,
que intercedan al Señor
para que no se lleven a Babilonia
el resto del ajuar del Templo
y del palacio real de Jerusalén.
Porque así dice el Señor de los ejércitos
acerca de las columnas, el depósito, el pedestal
y el resto del ajuar que aœn queda en la ciudad:
Se los llevarán a Babilonia y allí quedarán,
hasta que yo haga inventario -oráculo del Señor-
y los saque y los devuelva a este lugar.


¿De dónde deduce Jeremías esta certeza de que Dios ha decidido ¡entregar todos estos territorios a Nabucodonosor, rey de Babilonia!? Podríamos decir que de los acontecimientos y de una interpretación providencialista de la historia. Si Nabucodonosor ha vencido en Carquemis a los egipcios, ha extendido sus dominios por Siria y Palestina, ha deportado ya a buen número de judíos, es porque Dios está de su parte. De lo contrario, nada de eso habría ocurrido. Sin embargo, hay algo en esta argumentación que deja insatisfecho. Con ella podría probarse que Dios acompañó al rey babilonio en el pasado. Pero, ¿quién garantiza que ocurra lo mismo en el presente? ¿Por qué la rebelión es contraria a la voluntad de Dios? Al situarnos en esta perspectiva advertimos que la argumentación de Jeremías no parte simplemente de los hechos; más bien se basa en una revelación divina, que es lo que el profeta aduce.


Así se comprende que ese mismo año en que está fechado el texto anterior (594) se exprese - en privado, no en público- de forma totalmente distinta. Con motivo del intento de rebelión, parece que el rey Sedecías debió ir a Babilonia para aclarar su postura. Entre sus acompañantes figuras Serayas, amigo del profeta. y éste le encomienda el siguiente mensaje:

Castigo futuro de Babilonia (Jeremías 51,59-64)


Jeremías había escrito en un rollo todas las desgracias que iban a suceder a Babilonia. Y Jeremías dijo a Serayas:

-Cuando llegues a Babilonia, busca un sitio y proclama todas estas palabras. Dirás: "Señor, tœ has amenazado destruir este lugar hasta dejarlo deshabitado, sin hombres ni animales, convertido en perpetua desolación". Y cuando termines de leer el rollo, le atarás una piedra y lo arrojarás al Eœfrates, y dirás: "Así se hundirá Babilonia y no se levantará, por las desgracias que yo envío contra ella".

No hay motivos serios para dudar de la historicidad de este relato. Pero debemos reconocer que sus palabras nos desconciertan después de los textos anteriores. Son dos caras demasiado distintas para que formen la misma moneda. Sin embargo, así es. Jeremías pide el sometimiento a Babilonia en el mismo instante en que escribe un volumen anunciando la destrucción de dicho Imperio. Otros textos del libro, procedentes quizá de los discípulos, no del profeta, confirman esta idea. En el discurso del capítulo 25,1-14 se afirma:

Toda esta tierra (Judá) quedará desolada, y las naciones vecinas estarán sometidas al rey de Babilonia durante setenta años. Pasados los setenta años, pediré cuentas al rey de Babilonia y a su nación de toda sus culpas y convertiré en desierto perpetuo el país de los caldeos.

En el fondo, para Jeremías lo importante no es aceptar un imperio, sino aceptar los planes de Dios. Porque el imperio, en sí mismo, carece de justificación está abocado a la ruina desde el mismo instante en que comienza a imponer su ley. En la perspectiva teológica del profeta, el imperio recibe al mismo tiempo una palabra de vocación y otra de condenación. Por la palabra de Dios surge, por la misma voluntad desaparece. Sin embargo, entre ambos instantes hay que aceptar los planes de Dios con sus duras consecuencias. Jeremías lo hizo hasta el punto de ganarse entre sus contemporáneos fama de traidor a la patria y de quintacolumnista (ver 37,13-14;38,1-5).




#59 Ge. Pe.

Ge. Pe.

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Publicado el 23 febrero 2008 - 11:35


smile_031.gif...
muy dificil...



LOS PROFETAS DE ISRAEL Y SU MENSAJE

José L. Sicre sj

2a. Parte

¡PARA ARRANCAR Y ARRASAR!

La denuncia






Babilonia como problema teológico (Habacuc 1,2-17; 2,1-20; 3,2-19)


No existe acuerdo entre los comentaristas sobre la interpretación del libro de Habacuc. Pero no podemos dejar de mencionarlo, porque supone una de las reflexiones más ricas y profundas sobre la teología de la historia y el problema del imperialismo. Para no cansar al lector con multitud de opiniones me atengo a la que considero más probable. El profeta ha vivido los últimos años de dominio asirio, que dio paso en Judá a un sometimiento a Egipto, que a su vez cederá el puesto a Babilonia. Es este sucederse de Imperios en pocos años, con las funestas consecuencias de opresión e injusticias lo que hace levantar su voz al profeta. En este caso no se dirige a los hombres, sino a Dios, responsable último de los acontecimientos.

¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio
sin que me escuches;
te gritaré.. ¡Violencia!, sin que me salves?
¿Por qué me haces ver crímenes,
me enseñas trabajos,
me pones delante violencias y destrucción
y surgen reyertas y se alzan contiendas?
Pues la ley cae en desuso
y el derecho no sale vencedor,
los malvados cercan al inocente
y el derecho sale conculcado.

A esta queja del profeta responde Dios:

Mirad a las naciones, contemplad, espantaos:
en vuestros días haré una obra tal,
que si os la contasen, no la creeríais.
Yo movilizaré a un pueblo cruel y resuelto
que recorrerá la anchura de la tierra
conquistando poblaciones ajenas.
Es terrible y terrible: él con su sentencia
sacará adelante su derecho.
sus caballos son más veloces que panteras,
más afilados que lobos esteparios.
Sus jinetes brincan, sus jinetes vienen de lejos
volando como rauda águila sobre la presa.
Todos acuden a la violencia,
en masa, adelantando el rostro,
y juntan prisioneros como arena.
Se mofa de los reyes, se burla de los jefes;
se ríe de todas las plazas fuertes,
apisona tierra y las conquista.
Después toma aliento y continúa.
Su fuerza es su dios.

Habacuc se queja de las turbulencias, reyertas, violencias y crímenes provocadas en el pasado por los asirios, en el presente por los egipcios y el rey marioneta que han impuesto: Joaquín. Ante esta situación, la respuesta de Dios es que él traerá a un pueblo (los caldeos o babilonios, comenta expresamente el texto hebreo en el v.6), que pondrá fin a esa situación. Pero esta solución no puede dejar satisfecho al profeta. ¿Cómo se le ocurre al Dios santo, ¡que no puede contemplar la opresión!, terminar con la injusticia mediante un Imperio tan injusto como el babilonio?

¿No eres tú, Señor, desde antiguo
mi Dios santo que no muere?
Señor, lo has puesto en el tribunal;
Roca, lo has establecido para que juzgue.
Tus ojos son demasiado puros
para estar mirando el mal,
no puedes estar contemplando la opresión:
pues, ¿porqué contemplas en silencio
a los traidores,
al culpable que devora al inocente?
Tú hiciste a los hombres como peces del mar,
como reptiles sin jefe,
y él los saca a todos con el anzuelo,
los apresa en la red,
los reúne en el copo y luego ríe satisfecho;
ofrece sacrificios al anzuelo, incienso a la red,
porque le dieron rica presa, comida sustanciosa.
¿Y va a seguir vaciando sus redes
y matando pueblos sin compasión?
Habacuc no puede admitir que ésta sea la respuesta definitiva de Dios. Por eso continúa:
Me pondré de centinela, haré la guardia oteando
a ver qué me dice, qué responde a mi reclamación.
Efectivamente, el Señor le responde, con unas palabras que han hecho correr ríos de tinta, complicando más que explicando su sentido:
El Señor me respondió..
Escribe la visión, grábala en tablillas,
de modo que se lea de corrido:
la visión tiene un plazo, jadea hacia la meta,
no fallará; aunque tarde, espérala,
que ha de llegar sin retraso.
¡El arrogante tiene un alma torcida;
el inocente, por fiarse, vivirá!.
Aunque se lance el pérfido, un tipo fanfarrón,
nada conseguirá;
aunque ensanche sus fauces como el abismo
y sea insaciable como la muerte;
aunque arranque con todos los pueblos
y se adueñe de todas las naciones,
todos ellos entonarán contra él
coplas, sátiras y epigramas:


Sin duda, el texto es difícil. Pero, si nos atenemos a lo que se ha venido diciendo, la interpretación más obvia parece la siguiente: la invasión babilonia no es la solución definitiva prevista por Dios. Se completa con una visión posterior. Visión extraña, que ¡jadea hacia la meta! y ¡aunque tarde... llegará sin retraso!. Estas últimas palabras resultan desconcertantes. Contrastan el tiempo del hombre (desanimado por la tardanza de la liberación divina) y el tiempo de Dios (convencido de que su plan ¡llegará sin retraso!).

Pero, ¿cuál es ese plan de Dios? Lo dicen las palabras entrecomilladas: el arrogante, sea el Imperio babilonio o cualquier otro, tiene un alma torcida y nada conseguirá, aunque en un primer momento arramble con todos los pueblos y se adueñe de todas las naciones. En cambio, el inocente, los países sometidos, si confía en el auxilio divino, vivirá y terminará entonando un canto de victoria sobre el imperio derrotado. Así lo expresan los cinco ¡ayes! siguientes:

¡Ay del que acumula bien ajeno, ¿por cuánto tiempo?,
y amontona objetos empeñados!
De pronto se alzarán tus acreedores, despertarán
y, sacudiéndote bien, te desvalijarán;
porque saqueaste a tantas naciones,
los demás pueblos te saquearán;
por tus asesinatos y violencias
en países, ciudades y poblaciones.

¡Ay del que mete en su casa ganancias injustas
y anida muy alto para librarse de la desgracia!
Destruyendo a tantas naciones
has planeado la afrenta de tu casa
y has malogrado tu vida.
Las piedras de las paredes reclamarán
alternando con las vigas de madera.

¡Ay del que construye con sangre la ciudad
y asienta la capital en el crimen!
El Señor de los ejércitos ha decidido
que trabajen los pueblos para el fuego
y las naciones se fatiguen en balde,
cuando toda la tierra se llene
del conocimiento de la gloria del Señor,
como las aguas llenan el mar.

¡Ay del que emborracha a su prójimo,
lo embriaga con una copa drogada,
para remirarlo desnudo!
Bebe tú también y enseña el prepucio,
hártate de baldones y no de honores,
que te pasa la copa la diestra del Señor
y tu ignominia superará a tu honor.
El Líbano violentado te aplastará,
la matanza de animales te aterrará..
por tus asesinatos y violencias
en países, ciudades y poblaciones.

¡Ay del que dice a un leño: Despierta,
y a una piedra: Desperézate. ¿Te va a instruir?
Míralo forrado de oro y plata, y no tiene alma.
¿De qué le sirve al ídolo que lo talle el artífice
si es una imagen, un maestro de mentiras?
¿De qué le sirve al artífice confiar en su obra
o fabricar ídolos mudos?
En cambio, el Señor está en su santo templo:
¡silencio en su presencia todo el mundo!


Prescindiendo de ciertas dificultades de interpretación, esta copla es una de las acusaciones más enérgicas contra el imperialismo. No preocupa al profeta la opresión de Judá exclusivamente; se sitúa en una perspectiva universal, poniendo sus ojos en todos los países saqueados, destruidos, humillados por la gran potencia. A costa de ellos se ha enriquecido Babilonia. Pero esta actitud contiene un germen de autodestrucción:

¡destruyendo a tantas naciones han planeado la afrenta de tu casa y has malogrado tu vida!.

Hasta ahora, el profeta se ha quejado a Dios, ha discutido con él y esperado respuesta. Por último le pide que intervenga en su época como en tiempos antiguos, cuando se ganó fama de libertador. Y lo hace en un magnífico poema, una visión escalofriante, en la que Dios, como guerrero cósmico, sale de su morada sureña (Temán) para ¡salvar a su pueblo! y terminar con el enemigo.

¡Señor, he oído tu fama;
Señor, he visto tu acción!
En medio de los años manifiéstala,
en la ira acuérdate de la compasión.
El Señor viene de Temán,
el Santo del Monte Farán;
su resplandor eclipsa el cielo
y la tierra se llena de sus alabanzas;
su brillo es como el sol,
su mano destella velando su poder.
Ante él marcha la Peste,
la Fiebre sigue sus pasos.
Se detiene y tiembla la tierra,
lanza una mirada y dispersa a las naciones;
se desmoronan las viejas montañas,
se prosternan los collados primordiales,
los caminos primordiales, ante él.
Agobiadas veo las tiendas de Cusán,
sacudidas las lonas de Madián.
¿Es que arde, Señor, contra los ríos,
contra los ríos tu cólera, contra el mar tu furor,
cuando montes tus caballos, tu carro victorioso?
Desnudas y alertas tu arco,
cargas de flechas tu aljaba.
Hiendes con torrentes el suelo
y al verte tiemblan las montañas;
pasa una tromba de agua, el océano fragoroso
levanta sus brazos a lo alto.
Sol y luna se detienen en su morada
a la luz de tus flechas que cruzan,
al brillo del relámpago de tu lanza.
Caminas airado por la tierra,
pisoteas furioso a los pueblos,
sales a salvar a tu pueblo,
a salvar a tu ungido:
destrozas el techo de la casa del malvado,
desnudas los cimientos hasta la roca.
Con sus dardos atraviesas al capitán
y sus tropas se dispersan en torbellino,
cuando triunfantes iban a devorar
una víctima a escondidas.
Pisas el mar con tus caballos
y hierve la inmensidad de las aguas.
Lo escuché y temblaron mis entrañas,
al oírlo se estremecieron mis labios,
me entró un escalofrío por los huesos
y vacilaban mis piernas al andar.
Gimo por el día de la angustia
que se echa sobre el pueblo que nos oprime.


Se trata de una visión, un sueño. Algo que tendrá lugar en el futuro, en ese plazo fijado por Dios, que llegará sin retrasarse. Pero, ¿qué hacer mientras tanto? Habacuc lo expresa con unas palabras que desconciertan a muchos comentaristas, porque no hablan de acontecimientos históricos, sino de la naturaleza. Pero el poeta no cambia de temática. Simplemente, traspone el curso atormentado de la historia a imágenes del mundo agrícola y ganadero. Todo aparece abocado al fracaso (Babilonia seguirá dominando, diríamos nosotros), pero esto no impide al profeta mantener su postura de confianza en Dios.

Aunque la higuera no echa yemas
y las cepas no dan fruto,
aunque el olivo se niega a su tarea
y los campos no dan cosechas,
aunque se acaban las ovejas del redil
y no quedan vacas en el establo;
yo festejaré al Señor gozando con mi Dios salvador:
el Señor es mi fuerza, me da piernas de gacela,
me encamina por las alturas.


Nahún, preocupado por la opresión asiria, ofreció como respuesta el castigo de Nínive. A Habacuc esto no le basta. Porque el castigo de un imperio opresor supone su simple sustitución por otra potencia imperialista, más cruel quizá que la anterior. Con ello no se resuelve nada. El problema de la justicia de Dios sigue en pie. Y Habacuc, a pesar de sus diálogos con Dios, no le encuentra solución. Pero supera el problema con una postura de fe, convencido de que todo imperio opresor, cualquiera que sea, terminará siendo castigado. La novedad de Habacuc consiste en que Dios aparece no como quien juzga y condena a un imperio, sino como quien juzga y condena toda forma de imperialismo.

Es absurdo preguntarse si su postura resulta convincente. Habría que preguntarse también si nos convence la actitud final de Job. Porque ambos personajes, partiendo de temáticas distintas, recorren el mismo camino. Y ambos coinciden en no dejarse arrastrar por ideas preconcebidas, en discutir con Dios hasta hallar una respuesta que devuelva la paz y ayude a aceptar sus enigmáticos planes sobre la historia.

Destrucción de Babilonia I (Isaías 13,2-3.17-22)


Aunque el c. 13 se presenta como ¡oráculo contra Babilonia, que recibió el profeta Isaías, hijo de Amós!, la mayor parte de los comentaristas lo considera de autor anónimo. También se advierte que la gran sección central (versos 4-16) no trata de la destrucción de Babilonia, sino del castigo de todos los pecadores de la tierra. La suerte de Babilonia se convierte en punto de partida para el gran castigo del final de los tiempos. Omito esta sección.

Sobre un monte pelado izad la enseña,
gritadles con fuerza agitando la mano,
para que entren por las puertas de los príncipes.
Yo he dado órdenes a mis consagrados,
he reclutado a los soldados de mi ira,
entusiastas de mi honor.
Mirad, yo incito contra ellos a los medos,
que no estiman la plata ni les importa el oro:
sus arcos acribillan a los jóvenes,
no perdonan a los niños,
sus ojos no se apiadarán de las criaturas.
Quedará Babilonia, la perla de los reinos,
joya y orgullo de los caldeos,
como Sodoma y Gomorra en el catástrofe de Dios.
Jamás la habitarán ni la poblarán
de generación en generación.
El beduino no acampará allí
ni apriscarán los pastores.
Apriscarán allí las fieras,
los búhos llenarán sus casa,
anidará allí el avestruz y los chivos brincarán;
aullarán las hienas en las mansiones
y los chacales en los palacios de placer.
Ya está a punto de llegar su hora, su día no tardará.
Destrucción de Babilonia II
(Jeremías 50,22-40)
Suena el grito de guerra en el país,
un grave quebranto:

¡¡Ay, arrancado y quebrado el martillo del mundo!
¡Ay Babilonia, convertida en espanto de las naciones!!
Babilonia, te puse una trampa
y has caído sin darte cuenta;
te han sorprendido y apresado
porque retaste al Señor.
El Señor ha abierto su arsenal
y ha sacado las armas de su ira,
porque el Señor de los ejércitos
tiene una tarea en el país caldeo.
Le llegó la cosecha: abrid los graneros,
apilad sus gavillas,
destruid hasta no dejar resto;
matad sus novillos, que bajen al matadero;

¡Ay de ellos, les llega el día y la hora de la cuenta!
Reclutad contra Babel saeteros, a todos los arqueros;
cerrad el cerco, que no escape nadie;
pagadle sus obras, lo que hizo hacédselo:
se insolentó contra el Señor, el Santo de Israel.
Aquí estoy contra ti, insolente,
te llegó el día, la hora de rendir cuentas:
tropezará la insolente, caerá y nadie la levantará.

Así dice el Señor de los ejércitos:
Israelitas y judíos sufren juntos la opresión,
los que los desterraron los retienen
y se niegan a soltarlos.
Pero su rescatador es fuerte,
se llama Señor de los ejércitos:
él defenderá su causa, acallando la tierra,
agitando a los habitantes de Babilonia.
¡Espada!, contra los caldeos,
contra los vecinos de Babilonia
contra sus nobles y sus maestros.
¡Espada!, contra sus adivinos, que se desconcierten.
¡Espada!, contra sus soldados, que se aterroricen.
¡Espada!, contra sus caballos y carros,
contra la turba entre ellos, que se vuelvan mujeres,
contra sus tesoros, para que sean saqueados.
¡Espada!, contra sus canales, que se sequen,
porque es un país de ídolos
que se gloría de sus espantajos.
Habitarán allí chacales, hienas y avestruces,
por siempre jamás, de edad en edad estará despoblada.
Será como la catástrofe de Sodoma,
Gomorra y sus vecinas,
donde habita nadie ni mora hombre alguno
-oráculo del Señor-.


La condena del tirano (Isaías 14,5-21)


Este texto, atribuido a Isaías, pero probablemente de autor anónimo, es quizá el mejor de toda la Biblia sobre el problema del imperialismo. Aunque la introducción precedente (14-14) y el final (14,22-23), que omito, lo relacionan con el rey de Babilonia, su perspectiva parece más general. Algunos incluso piensan que describe originalmente la actitud de los emperadores asirios.

Desde el punto de vista literario, es interesante la estructura concéntrica del poema. Comienzan hablando los espectadores, toman la palabra las ¡sombras! o manes, se escucha el discurso del rey, vuelven a hablar las sombras, terminan los israelitas espectadores. La sección central pone de relieve el orgullo del emperador, que piensa escalar el cielo e igualarse al Altísimo. Pero el pecado del tirano no consiste sólo en esto. Hay algo más importante si cabe: su crueldad con las naciones extranjeras y con su propio pueblo. La perspectiva es ética y universal. En ningún momento menciona a Judá o Israel. Lo que preocupa al autor son todos los países golpeados y oprimidos por el tirano, que, con su funesta política, termina ¡arruinando a su país, asesinando a su pueblo!. En la visión del profeta, el imperialismo es un mal que padecen no sólo los pueblos vasallos, sino también el mismo pueblo dominador, víctima de la ambición de sus gobernantes, diezmado por campañas ininterrumpidas. La historia de todos los imperios confirma la verdad esta intuición.


¡Cómo ha acabado el tirano, ha acabado su arrogancia!
¡Ha quebrantado el Señor el cetro de los malvados,
la vara de los dominadores,
al que golpeaba furioso a los pueblos
con golpes incesantes,
y oprimía iracundo a las naciones
con opresión implacable!
la tierra entera descansa tranquila,
gritando de júbilo.
Hasta los cipreses se alegran de tu suerte,
y los cedros del Líbano:
¡desde que yaces no sube el talador contra nosotros!.
El Abismo, en lo profundo,
se estremece al salir a tu encuentro:
en tu honor despierta a las sombras,
a los potentados de la tierra,
levanta de su trono a los reyes de las naciones,
y cantan a coro, diciendo:
¡También tú consumido como nosotros, igual a nosotros,
abatido al abismo tu fasto y el son de tus arpas!
Por debajo tu lecho son gusanos;
tu cobertor, lombrices.
¿Cómo has caído del cielo,
lucero hijo de la aurora,
y estás derrumbado por tierra,
agresor de naciones?
Tú, que decías en tu corazón:
¡Escalaré los cielos,
por encima de los astros divinos
levantaré mi trono,
y me sentaré en el Monte de la Asamblea,
en el vértice del cielo;
escalaré la cima de las nubes,
me igualaré al Altísimo!.
¡Ay, abatido hasta el Abismo,
al vértice de la sima!
Los que te ven se te quedan mirando,
meditan tu suerte:
¡¿Es éste el que hacía temblar la tierra
y estremecerse los reinos,
que dejaba el orbe desierto, arrasaba sus ciudades
y no soltaba a sus prisioneros?!
Los reyes de los pueblos
descienden a sepulcros de piedra,
todos reposan con gloria, cada cual en su morada.
A ti, en cambio, te han arrojado de la tumba,
como carroña asquerosa;
te han cubierto de muertos traspasados a espada,
como a cadáver pisoteado.
No te juntarás a ellos en el sepulcro
porque arruinaste a tu país, asesinaste a tu pueblo.
no se nombrará jamás la estirpe del malvado.
Preparad la matanza de sus hijos
por la culpa de su padre:
no sea que se levanten y se adueñen de la tierra
y cubran al orbe de ruinas.



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#60 Ge. Pe.

Ge. Pe.

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Publicado el 16 marzo 2008 - 11:05




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Dificil.... y muy interesante... siempre se aprende...

Artículo completo.

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LOS PROFETAS DE ISRAEL Y SU MENSAJE

José L. Sicre sj

2a. Parte

¡PARA ARRANCAR Y ARRASAR!

La denuncia




4.3. - PERSIA



El Imperio neobabilónico entra en decadencia tras la muerte de Nabucodonosor, y aunque prolongue unos decenios su dominio no podrá resistir al ataque de Ciro, fundador del Imperio persa. Hacia el año 540 a.C. todos los pueblos sometidos a Babilonia tienen su esperanza puesta en este guerrero, famoso ya por sus campañas victoriosas contra medios y lidios.

El Deuteroisaías, el gran profeta anónimo del destierro, comparte el entusiasmo de sus contemporáneos. Ve avanzar a Ciro, canta sus hazañas, que presenta como victorias conseguidas por el mismo Dios.

Islas, callad ante mí;
naciones, esperad mi reto.
Que se acerquen a hablar,
comparezcamos juntos a juicio.
¿Quién lo ha suscitado en oriente
y convoca la victoria a su paso,
le entrega los pueblos, le somete a los reyes?
Su espada los tritura y su arco los dispersa como paja;
los persigue y avanza seguro
sin pisar el camino con sus pies.
¿Quién lo ha hecho y ejecutado?
El que anuncia el futuro de antemano.
Yo, el Señor, que soy el primero,
yo estoy con los últimos.
Vedlo, islas, y estremeceos,
tiemblen los confines del orbe (Is 41-1,5).


El texto que se expresa con más claridad en favor de Ciro se encuentra en el capítulo 45,1-8:


Así dice el Señor a su ungido, Ciro,
a quien lleva de la mano:
Doblegaré ante él las naciones,
desceñiré las cinturas de los reyes,
abriré ante él las puertas,
los batientes no se le cerrarán.
Yo iré delante de ti, allanándote los cerros;
haré trizas las puertas de bronce,
arrancaré los cerrojos de hierro,
te daré los tesoros ocultos, los caudales escondidos.
Así sabrás que yo soy el Señor,
que te llamo por tu nombre,
el Dios de Israel.
Por mi siervo Jacob, por mi elegido Israel,
te llamé por tu nombre, te di un título,
aunque no me conocías.
Yo soy el Señor, y no hay otro;
fuera de mí, no hay dios.
Te pongo la insignia, aunque no me conoces,
para que sepan de oriente a occidente
que no hay otro fuera de mí.
Yo soy el Señor, y no hay otro:
artífice de la luz, creador de las tinieblas,
autor de la paz, creador de la desgracia;
yo, el Señor, hago todo esto.
Cielos, destilad el rocío;
nubes, derramad la victoria;
ábrase la tierra y brote la salvación,
y con ella germine la justicia:
yo, el Señor, lo he creado.



Estos textos, y otras breves referencias sueltas en los capítulos 44 y 48 constituyen la visión más positiva de un Imperio extranjero que encontramos en la Biblia. Dios proclama a Ciro el ¡pastor! elegido para cumplir su voluntad (44-28), su ¡ungido! (45,1), su ¡amigo! (48-14). Son los títulos más grandes que podían atribuirse a un hombre; los que habían recibido personajes tan famosos como Abrahán y David. La relación entre el emperador y Dios alcanza aquí el máximo grado de intimidad, supera los binomios artífice-instrumento (Isaías) o señor-siervo (Jeremías). La explicación es bien sencilla. El poder de Ciro es liberador, trae la salvación para los desterrados. Igual que Asiria, Persia cumple una función punitiva; pero no contra el pueblo de Israel, sino contra sus enemigos. En realidad, Deuteroisaías no canta al Imperio, sino la llegada de la libertad.

En parte, se equivocó. La libertad estuvo muy condicionada. Es cierto que los desterrados pudieron volver a Palestina y comenzar una tímida reconstrucción de Jerusalén. Pero quedaron sometidos al dominio persa. Y así no nos extraña que pocos años más tarde otros dos profetas, Ageo y Zacarías, se opongan decididamente a este Imperio. El año 520, movidos quizá por las grandes perturbaciones internacionales que siguieron a la muerte del rey persa Cambises, proclamaron la inminencia de la libertad y la restauración de la dinastía davídica.

Recibió Ageo otra palabra del Señor: Di a Zorobabel, gobernador de Judea: Haré temblar cielo y tierra, volcaré los tronos reales, destruiré el poder de los reinos paganos, volcaré carros y aurigas, caballos y jinetes morirán a manos de sus camaradas. Aquel día, oráculo del Señor de los ejércitos, te tomaré, Zorobabel, hijo de Sealtiel, siervo mío, te haré mi sello, porque te he elegido (Ag 2,21-23).


4.4. - SIRIA


La gran campaña de Alejandro Magno puso fin al dominio persa sobre Judá e inició la época de dominación griega. Propiamente no fue Grecia, sino sucesores de Alejandro Magno en Egipto (Tolomeos) y en Siria (Seléucidas) quienes se disputaron la hegemonía de Palestina.

El siglo de dominio egipcio ( 323-198) comienza con malos presagios. Según Flavio Josefo, Tolomeo I se apoderó mediante engaño de Jerusalén y deportó a Egipto gran cantidad de judíos (Antiquitates Judaeorum XII). Sin embargo, sus descendientes se mostraron más benévolos y comprensivos. Por otra parte, cinco siglos de dominio extranjero habían marcado al pueblo judío. Para que se rebelase o protestase eran precisas circunstancias muy duras. Y éstas no se dieron hasta bien metidos en el siglo II a.C., cuando Palestina era dominada por los Seléucidas y subió al trono de Siria Antíoco IV Epífanes (año 175).

Este rey terminó convirtiéndose en prototipo del opresor, del tirano extranjero déspota y cruel. Las respuestas que provocó su política fueron muy diversas dentro de Judá. La más importante fue la rebelión armada de los Macabeos que terminó con la reconquista de la libertad y de la independencia para los judíos. Otros mantuvieron una postura menos comprometida políticamente, más espiritualista si se quiere. Pero la actitud que ahora nos interesa es la que refleja el libro de Daniel, último reducto del espíritu profético.

La gran sección que abarca los capítulos 2-7 comienza y termina con dos visiones, ambas muy importantes para el tema que nos ocupa. Los Imperios humanos, simbolizados en el primer caso mediante metales, en el segundo mediante fieras, ceden el puesto al Imperio de Dios, representado por ¡el reino de los Santos del Altísimo!. Este tema, poco desarrollado en la visión del capítulo 2, alcanza su plenitud en la del capítulo 7.

El sueño de Nabucodonosor (Daniel 2, 29-45)


El sueño está precedido por una extensa y amena introducción en la que el rey intenta que sus magos, astrólogos, adivinos y agoreros le cuenten e interpreten un sueño que ha tenido por la noche. Incapaces de ellos, el rey decide acabar con todos. Entonces se presenta Daniel, afirmando: ¡hay un Dios en el cielo que revela los secretos y que ha anunciado al rey Nabucodonosor lo que sucederá al final de los tiempos!. El texto continúa con estas palabras:

Este es el sueño que tuviste estando acostado. Te pusiste a pensar en lo que iba a suceder, y el que revela los secretos te comunicó lo que va a suceder. En cuanto a mí, no es que yo tenga una sabiduría superior a la de todos los vivientes; si me han revelado el secreto es para que le explique el sentido al rey y así puedas entender lo que pensabas.

Tú rey, viste una visión: una estatua majestuosa, una estatua gigantesca y de un brillo extraordinario; su aspecto era impresionante. Tenía la cabeza de oro fino, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies de hierro mezclado con barro. En tu visión una piedra se desprendió sin intervención humana, chocó con los pies de hierro y barro de la estatua y la hizo pedazos. Del golpe se hicieron pedazos el hierro y el barro, el bronce, la plata y el oro, triturados como tamo de una era en verano, que el viento arrebata y desaparece sin dejar rastro. Y la piedra que deshizo la estatua creció hasta convertirse en una montaña enorme que ocupaba toda la tierra.

Este es el sueño; ahora explicaremos al rey su sentido: Tú, majestad, rey de reyes, a quien el Dios del cielo ha concedido el reino y el poder, el dominio y la gloria, a quien ha dado poder sobre los hombres dondequiera que vivan, sobre las fieras agrestes y las aves del cielo, para que reines sobre ellos, tú eres la cabeza de oro. Te sucederá un reino de plata, menos poderoso. Después un tercer reino, de bronce, que dominará todo el orbe. Vendrá después un cuarto reino, fuerte como el hierro. Como el hierro destroza y machaca todo, así destrozará y triturará a todos.

Los pies y los dedos que viste, de hierro mezclado con barro de alfarero, representan un reino dividido; conservará algo del vigor del hierro, porque viste hierro mezclado con arcilla. Los dedos de los pies, de hierro y barro, son un reino a la vez poderoso y débil. Como viste el hierro mezclado con la arcilla, así se mezclarán los linajes, pero no llegarán a fundirse, lo mismo que no se puede alear el hierro con el barro. Durante esos reinados, el Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido ni su dominio pasará a otro, sino que destruirá y acabará con todos los demás reinos, pero él durará por siempre; eso significa la piedra que viste desprendida del monte sin intervención humana y que destrozó el barro, el hierro, el bronce, la plata y el oro. Este es el destino que el Dios poderoso comunica a su majestad. El sueño tiene sentido, la interpretación es esta

La identificación de los imperios resulta bastante fácil: el oro, como indica el mismo texto, se refiere al Imperio babilónico. La plata, al Imperio medo-persa. El bronce, a Alejandro Magno, ¡que dominará todo el orbe!. El hierro, a Tolomeos y Seléucidas, sucesores de Alejandro en Egipto y Siria respectivamente; aunque intentaron superar sus disensiones mediante alianzas matrimoniales, nunca lo consiguieron.

Esta visión no subraya el aspecto cruel de los Imperios, sino su simple poder. La del capítulo 7 será muy distinta en este aspecto. Pero lo más interesante del texto es la referencia a esa ¡piedra!, que se desprende ¡sin intervención humana! y termina arrollando a la gran estatua. El autor de Daniel no cree que la lucha armada de los Macabeos sea el mejor método para terminar con una historia de opresión e imperialismo. Prefiere los métodos de Dios, y está convencido de que el Señor actuará. Llevaba razón al desconfiar de los Macabeos; la historia demostrará una vez más que ¡la revolución es como Saturno, que devora a sus propios hijos! (Búshel, La muerte de Dantón).

Pero, más interesante que su polémica con este movimiento armado, es advertir como desarrolla el tema en la segunda visión, la del capítulo 7.

El reino de los santos del Altísimo (Daniel 7)


El punto final de la reflexión profética sobre el imperialismo podemos situarlo en este capítulo de Daniel.

Final, cronológicamente, porque es el último texto de todos los seleccionados.

Final, teológicamente, porque se llega a la visión culminante, en que los imperios humanos, simbolizados por fieras, dan paso al imperio de Dios, representado por ¡el reino de los santos del Altísimo!.

Lo bestial cede el puesto a lo humano. El plan de Dios termina triunfando. La identificación de las fieras es cuestión debatida, pero la teoría más probable las interpreta del modo siguiente:

El león alado representa a Nabucodonosor como cabeza de Babilonia. Es un animal superior. Cortados los vuelos de su soberbia, puede erguirse en posición humana: concuerda con las actitudes más benévolas y razonables del rey y con sus confesiones del Dios verdadero en otros pasajes del libro.

El oso, medio tumbado, medio alzado, puede indicar que, mientras devora, está dispuesto a atacar; no descansa del todo su voracidad. Las tres costillas simultáneas parecen sugerir también su voracidad. Esta bestia representa al Imperio medo, famoso por su ferocidad.

La pantera, con cuatro alas y cuatro cabezas, representa el Imperio persa, universal en movilidad y poder, atento a las cuatro direcciones y capaz de trasladarse rápidamente.

La cuarta fiera no es identificable, sobrepasa en ferocidad a todas las conocidas. Se trata de Alejandro Magno y del Imperio macedonio, visto por el autor judío quizá a través de la experiencia de una parte de sus sucesores, los Seléucidas, que heredaron el dominio sobre Siria-Palestina, y cuyo principal representante será Antíoco IV Epífanes, ¡que luchó contra los santos y los derrotó!.

El año primero de Baltasar, rey de Babilonia, Daniel tuvo un sueño, visiones de su fantasía, estando en la cama. Al punto escribió lo que había soñado:

Tuve una visión nocturna: los cuatro vientos agitaban el océano. Cuatro fieras gigantescas salían del mar, las cuatro distintas.

La primera era como un león con alas de águila; mientras yo miraba, le arrancaron las alas, la alzaron del suelo, la pusieron en pie como un hombre y le dieron mente humana.
La segunda era como un oso medio erguido, con tres costillas en la boca, entre los dientes. Le dijeron: ¡Arriba! Come carne en abundancia!.

Después vi otra fiera como un leopardo, con cuatro alas de ave en el lomo y cuatro cabezas. Y le dieron el poder.

Después tuve otra visión nocturna: una cuarta fiera, terrible, espantosa, fortísima; tenía grandes dientes de hierro, con los que comía y descuartizaba, y las sobras las pateaba con las pezuñas. Era diversa de las anteriores, porque tenía diez cuernos. Miré atentamente los cuernos y vi que entre ellos salía otro cuerno pequeño; para hacerle sitio, arrancaron tres de los cuernos precedentes. Aquel cuerno tenía ojos humanos y una boca que profería insolencias.

Durante la visión vi que colocaban unos troncos,
y un anciano se sentó.
Su vestido era blanco como nieve,
su cabellera como lana limpísima;
su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas.
Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él.
Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes.
Comenzó la sesión y se abrieron los sellos.


Yo seguía mirando, atraído por las insolencias que profería aquel cuerno; hasta que mataron a la fiera, la descuartizaron y la echaron al fuego. A las otras les quitaron el poder, dejándolas vivas una temporada.

Seguí mirando, y en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo una figura humana, que se acercó al anciano y fue presentada ante él. Le dieron poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

Yo, Daniel, me sentía agitado por dentro y me turbaban las visiones de mi fantasía. Me acerqué a uno de los servidores y le pedí que me explicase todo aquello. El me contestó explicándome el sentido de la visión:

Esas cuatro fieras gigantescas representan cuatro reinos que surgirán en el mundo. Pero los santos del Altísimo recibirán el reino y lo poseerán por los siglos de los siglos.

Yo quería saber lo que significaba la cuarta fiera, diversa de las demás; la fiera terrible, con dientes de hierro y garras de bronce, que devoraba y pateaba las sobras con las pezuñas; lo que significaban los diez cuernos de su cabeza y el otro cuerno que salía y eliminaba a otros tres, que tenía ojos y una boca que profería insolencias, y era más grande que los otros.

Mientras yo seguía mirando, aquel cuerno luchó contra los santos del Altísimo y los derrotó. Hasta que llegó el anciano para hacer justicia a los santos del Altísimo y empezó el imperio de los santos.

Después me dijo:

La cuarta bestia es un cuarto reino que habrá en la tierra, diverso de todos los demás; devorará toda la tierra, la trillará y triturará. Sus diez cuernos son diez reyes que habrá en aquel reino; después vendrá otro, diverso de los precedentes, que destronará a tres reyes; lo blasfemará contra el Excelso, perseguirá a los santos del Altísimo e intentará cambiar el calendario y la ley. Dejarán en su poder a los santos durante un año y otro año y otro año y medio. Pero cuando se siente el tribunal para juzgar, le quitará el poder y será destruido y aniquilado totalmente. El poder real y el dominio sobre todos los reinos bajo el cielo serán entregados al pueblo de los santos del Altísimo. Será un reino eterno, al que temerán y se someterán todos los soberanos.
Fin del relato. Yo, Daniel, turbando con mis pensamientos, palidecí; pero me lo guardé todo dentro.

El autor de Daniel, como gran parte de los escritores apocalípticos, intenta ofrecer consuelo y esperanza a sus lectores en medio de la persecución. Si lo interpretamos literalmente, pecó de optimista. Porque Dios no vino a establecer su reinado ni puso fin a los imperios terrenos. Hubo un período de independencia, pero las revueltas internas terminaron provocando la intervención de Roma.

Sin embargo, el libro de Daniel conserva valor actualmente en cuanto condena radical del imperialismo, en cuanto denuncia de su carácter bestial. El Apocalipsis de san Juan, cuando ataque al Imperio romano, adoptará la misma actitud y la misma clave.



4.5. - CONCLUSIÓN


A lo largo del capítulo, el lector habrá encontrado posturas muy distintas dentro de los mismos profetas. Una antología no equivale a un estudio minucioso. Por ello considero interesante añadir algunas conclusiones que se derivan del estudio atento de los textos.

a) Existe una línea profética que intenta compaginar la existencia de los imperios con la voluntad de Dios. Comienza con Isaías, continúa en Ezequiel, Jeremías y el Deuteroisaías. La relación se expresa con criterios de instrumentalidad (vara, bastón: Isaías), servicio (Jeremías) o intimidad (¡mi amigo!, refiriéndose a Ciro: Deuteroisaías)! Pero nunca se da en estos autores una aceptación acrítica del imperio. La experiencia lleva a Isaías a rechazarlo. La revelación divina comunica a Jeremías desde el principio que Babilonia será condenada.

b) Otra línea profética se opone decididamente al imperio, cualquiera que sea, por considerarlo incompatible con la voluntad de Dios. Nahœn, Ageo, Zacarías, los profetas anónimos antibabilónicos, representan esta corriente. En general se mueven dentro de coordenadas muy nacionalistas. Como excepción podemos mencionar a Habacuc y el poema de Isaías 14, donde la perspectiva universal es la que justifica la condena del imperio.

c) En líneas generales, podemos decir que los intentos de aceptar el imperio se producen cuando éste surge. En los primeros años de Asiria es cuando Isaías lo acepta. Lo mismo ocurre a Jeremías con Babilonia y al Deuteroisaías con Ciro. Sin embargo, los profetas que han vivido una larga etapa de opresión parecen inclinados a condenarlo sin remedio. Esta es la perspectiva que se impondrá en los últimos siglos de la historia de Israel.

d) Comentando las palabras de Pablo a los romanos: ¡No existe autoridad que no venga de Dios! (Rom 13,1), escribe D. Bonhoeffer: ¡Esta frase se dirige al cristiano, no a las autoridades! (El precio de la gracia, pág. 296). Pienso que este mismo principio es aplicable a los profetas de la primera línea. Aunque sus frases resulten a veces muy tajantes, no creo que pretendan justificar al imperio sino indicar la conducta que los israelitas deben adoptar ante él, acatando la voluntad de Dios.





5.- EL IMPERIALISMO ECONÓMICO



En nuestra época, junto a los grandes imperios militares existen los grandes imperios económicos.

Las empresas multinacionales son ejemplo patente de este influjo y poderío. Pero hay también países de pequeña extensión geográfica que han logrado un inmenso poder económico.

Suiza es quizá el caso más llamativo. Y el que mejor nos ayuda a entender la denuncia profética contra este tipo de imperialismo. No les preocupa ahora la fuerza militar representada por carros y caballos, que permiten la conquista de extensos territorios. Les preocupa esa obsesión por la riqueza, conseguida con una actividad comercial incesante, que lleva a la soberbia.

En la época de los profetas, quien mejor encarnaba este imperialismo económico era Tiro.

Construida sobre una isla rocosa, apenas distante de la costa, casi inexpugnable, ofrecía su puerto a las naves y mercancías de todos los países mediterráneos. Por sus ciudades costeras se mantiene en contacto con los reinos del continente asiático, con los que también comercia. Es como una mediadora mercantil entre el continente y el mar, camino, casi puente, de muchas costas.

Debemos reconocer que son relativamente pocos los textos proféticos dedicados a Tiro. Pero los cuatro poemas del libro de Ezequiel y uno del libro de Isaías son de una fuerza y belleza apasionantes. A veces plantean serias dificultades de carácter histórico: cuando hablan del castigo de Tiro no sabemos con exactitud a qué asedio se refieren. Pero esta cuestión es secundaria en el conjunto. Lo importante es advertir cómo la palabra de Dios se yergue enérgicamente contra la riqueza y el orgullo.

En esta antología me limito a recoger los poemas contenidos en Ez 27,1-28,19. Pueden completarse con el c. 26 del mismo Ezequiel y con Is 23.


CONTRA TIRO
(EZEQUIEL 27,1-36)



Este poema presenta a Tiro en figura de una nave, contando su historia en clave alegórica, pero con riqueza de aciertos descriptivos y en un proceso emotivo auténtico.

La construyen, entra la tripulación, la llenan, se hunde, le celebran ritos fúnebres. En medio del poema, cuando la nave se llena de mercancías, Ezequiel o un discípulo ha aprovechado el momento para introducir una larga enumeración: el texto prosaico y prolijo contrasta con la tensión lírica del resto, es como un registro comercial.

Suministra información interesante sobre el comercio internacional de aquellos tiempos; más aún, logra agobiar al lector bajo el peso y variedad de las mercancías; pero para el hundimiento poético de la nave no hacía falta tanta prosa. Una primera lectura, saltándose esa sección central, permitirá captar la belleza del poema primitivo.

Me dirigió la palabra el Señor:
Hijo de Adán, entona una elegía a Tiro. Di:
¡Oh Tiro, princesa de los puertos,
mercado de innumerables pueblos costeros!,
esto dice el Señor:
Tiro, tú decías: ¡Soy la belleza acabada!.
tu territorio era el corazón del mar,
tus armadores dieron remate a tu belleza;
con abetos de Senir armaron todo tu maderaje;
cogieron un cedro del Líbano para erigir tu mástil;
con robles de Basán fabricaron tus remos;
tus bancos son de boj de las costas de Chipre,
taraceado de marfil
tus velas, de lino bordado de Egipto,
eran tu estandarte;
de grana y púrpura de las costas de Elisa
era tu toldilla.
Príncipes de Sidón y Arvad eran tus remeros,
sabios de Tiro eran tus timoneles;
senadores y sabios de Biblos tenías de calafateadores;
todas las naves del mar y sus marineros
traficaban contigo,
tenías alistados en tu ejército
guerreros persas, lidios y libios
escudo y yelmo colgaban en ti,
te engalanaban con ellos.
Los de Arvad y Jelec estaban en tus murallas,
los de Gamad en tus baluartes;
en tus murallas colgaron sus rodelas,
dando remate a tu belleza.


Tarsis comerciaba contigo, por tu opulento comercio: plata, hierro, estaño y plomo te daba a cambio. Grecia, Tubal y Mosoc comerciaban contigo; con esclavos y objetos de bronce te pagaban. Los de Bet Togarma comerciaban contigo; muchos pueblos costeros negociaban contigo en colmillos de marfil y madera de ébano. Aram negociaba contigo por tu abundante manufactura: granate, púrpura, bordados, hilo, corales y rubíes te daba a cambio.

Judá y la tierra de Israel comerciaban contigo; con trigo de Menit, rosquillas, miel, aceite y bálsamo te pagaban. Damasco acudía a tu mercado por tu abundante manufactura, por tu opulento comercio con vino de Jelbón y lana de Sajar y cántaros de vino de Izal te daba a cambio; con hierro forjado, canela y caña aromada te pagaba. Dedán comerciaba contigo con mantas de montar.

Arabia y los príncipes de Cadar negociaban contigo; en borregos, carneros y machos cabríos negociaban. Los mercaderes de Sabá y Ramá comerciaban contigo; te daban a cambio los mejores perfumes, piedras preciosas y oro. Jarrán, Canné y Edén, Asiria y Kilmud comerciaban contigo; comerciaban en objetos primorosos, mantos bordados de granate, tejidos preciosos, recias maromas retorcidas; en esto comerciaban contigo.

Naves de Tarsis transportaban tus mercancías;
te henchiste y pesabas demasiado
en el corazón del mar;
en alta mar te engolfaron tus remeros;
viento solano te desmanteló
en el corazón del mar; tu riqueza, tu comercio, tus mercancías,
tu marinería y tus pilotos, tus calafateadores y tus mercaderes
y tus guerreros, toda la tripulación de a bordo,
naufragarán en el corazón del mar,
el día de tu naufragio.
Al grito de auxilio de tus pilotos
retumbará el espacio;
saltarán de sus naves cuantos empuñan remo,
marineros y capitanes, para quedarse en tierra.
Se escucharán sus gritos, gimiendo amargamente por ti;
se echarán ceniza en la cabeza,
se revolcarán en el polvo.
Se raparán por ti, se vestirán de sayal;
llorarán por ti amargamente con duelo amargo.
Te entonarán una elegía fúnebre, te cantarán lamentos:
¡¿Quién como Tiro, sumergida en el seno del mar?!.
al desembarcar tus mercancías
hartabas a muchos pueblos;
con tu opulento comercio
enriquecías a reyes de la tierra.
Ahora estás desmantelada en los mares,
en el hondo del mar;
cargamento y tripulación naufragaron a bordo.
Los habitantes de las costas se espantan de ti,
y sus reyes se consternan, demudado el rostro.
los mercaderes de los pueblos silban por ti;
¡siniestro desenlace!,
dejarás de existir para siempre.


CONTRA EL REY DE TIRO
(EZEQUIEL 28,1-19)


El poema anterior se dirigía a toda Tiro.

Este interpela a su principal representante, el príncipe. Y ofrece una variante curiosa del tema que tratamos. En este caso, la riqueza va unida a la sabiduría. Pero como la que pidió Salomón al Señor, ¡para gobernar a tu pueblo y saber distinguir el bien del mal! (1 Re 3,9), sino una sabiduría entendida como habilidad en los negocios, capacidad de acumular oro y plata y acrecentar la fortuna. Esta falsa ciencia lleva al príncipe de Tiro a considerarse un dios, comparándose con un personaje mítico, Daniel, famoso por su sabiduría.

Me dirigió la palabra el Señor:
Hijo de Adán, di al príncipe de Tiro:
Esto dice el Señor:
Se hinchó tu corazón y te dijiste:
¡Soy dios, entronizado en solio de dioses,
en el corazón del mar!.
Tú que eres hombre y no dios
te creías listo como los dioses.
¡Si eres más sabio que Daniel,
ningún enigma se te resiste!
Con tu talento, con tu habilidad,
te hiciste una fortuna;
acumulaste oro y plata en tus tesoros.

Con agudo talento de mercader
ibas acrecentando tu fortuna,
y tu fortuna te llenó de presunción.
Por eso, así dice el Señor:
Por haberte creído sabio como los dioses,
por eso traigo contra ti bárbaros pueblos feroces;
desnudarán la espada
contra tu belleza y tu sabiduría,
profanando tu esplendor.
Te hundirán en la fosa,
morirás con muerte ignominiosa en el corazón del mar.
Tú que eres hombre y no dios,
¿osarás decir: ¡Soy dios!,
delante de tus asesinos,
en poder de los que te apuñalen?
Morirás con muerte de incircunciso,
a manos de bárbaros.
Yo lo he dicho -oráculo del Señor-.


Este poema es como una segunda parte del anterior (vv. 11-19) y su propósito es cantar al rey de Tiro como el hombre primordial que, colocado en el jardín de los dioses, peca y es expulsado; conocemos el argumento porque lo recoge también el libro del Génesis en los capítulos 2-3. Por motivos funcionales, el presente poema amplifica la descripción del esplendor primitivo y el castigo, mientras el pecado se sitúa en una línea muy distinta a la de Adán y Eva: aquí se denuncia el comercio lleno de atropellos. Curiosa inserción de un tema cotidiano dentro de un cuadro con carácter mítico.

Me dirigió la palabra el Señor:
Hijo de Adán, entona una elegía al rey de Tiro.
Así dice el Señor: Eras cuño de perfección,
colmo de sabiduría, de acabada belleza;
estabas en un jardín de dioses,
revestido de piedras preciosas;
cornalina, topacio y aguamarina,
crisólito, malaquita y jaspe,
zafiro, rubí y esmeralda;
de oro afiligranado tus zarcillos y dijes,
preparados el día de tu creación.
Te puse junto a un querube protector
de alas extendidas.
Estabas en la montaña sagrada de los dioses,
entre piedras de fuego paseabas.
Era irreprensible tu conducta
desde el día de tu creación
hasta que se descubrió tu culpa.
A fuerza de hacer tratos,
te ibas llenando de atropellos, y pecabas.
Te desterraré entonces de la montaña de los dioses
y te expulsó el querube protector
de entre las piedras de fuego.
Te llenó de presunción tu belleza
y tu esplendor te trastornó el sentido;
te arrojé por tierra,
te hice espectáculo para los reyes.
Con tus muchas culpas, con tus sucios negocios,
profanaste tu santuario;
hice brotar de tus entrañas fuego que te devoró;
te convertí en ceniza sobre el suelo,
a la vista de todos.
Tus conocidos de todos los pueblos se espantaron de ti;
¡siniestro desenlace!,
para siempre dejaste de existir.




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