Interesante y menos conocido...
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El envejecimiento biológico es un proceso de pérdida progresiva de la función con el paso del tiempo que conduce a una disminución de la capacidad del organismo para mantener la homeostasis, inicialmente frente a situaciones de estrés y finalmente también en condiciones basales.
Es el resultado de múltiples cambios en las funciones moleculares, biológicas y fisiológicas de las células, tejidos y organismos.
Los mecanismos que lo producen son múltiples y especie-específicos e incluso órgano y célula-específicos. Aunque existen muchas teorías del envejecimiento, globalmente pueden agruparse en dos grandes categorías: las que atribuyen el proceso a un programa genético y las que lo basan en un dańo de los sistemas homeostáticos producido al azar. En cualquier caso, el envejecimiento conduce a un estado en el que existe una reducción del número y/o de la reserva de la capacidad funcional de varios tipos de células diferenciadas y de su capacidad de ser reparadas o sustituidas por la proliferación y/o diferenciación de células madre.
Esto se manifiesta por reducción de la masa muscular, aumento de la masa grasa, reducción de la fuerza muscular y de la capacidad de ejercicio físico, del contenido mineral óseo y de la masa ósea, disminución del tamańo de las vísceras, reducción de la inmunidad celular y disminución progresiva de las capacidades intelectual y cognitiva. Aunque la teoría simplista de que el envejecimiento es la consecuencia del déficit de una o más hormonas está abandonada, la similitud de muchos de sus síntomas con los de determinados síndromes hormonales deficitarios justifica la investigación de los cambios del sistema endocrino durante el envejecimiento.
El envejecimiento produce cambios en la masa, composición celular y función del tejido endocrino que se caracterizan globalmente por una disminución en la respuesta al estrés y por la activación de sistemas homeostáticos orientados a compensar la pérdida de función, por ejemplo: mantenimiento de la función gonadal mediante un aumento en la secreción de hormona luteostimulante (LH) y una disminución en el metabolismo de la testosterona.
Desde el punto de vista anatómico, las glándulas endocrinas disminuyen de tamańo y desarrollan áreas de atrofia que se acompańan de cambios vasculares y de fibrosis. Muchas glándulas presentan una tendencia a formar adenomas.
Como norma general, las concentraciones de hormonas basales no se modifican, pero sí existe una disminución en la respuesta al estrés. Sin embargo, las concentraciones basales de hormona del crecimiento (GH), renina, aldosterona, triyodotironina y deshidroepiandrosterona (DHEA) sí disminuyen con la edad.
Una nueva teoría sostiene que el envejecimiento fisiológico de los ejes neuroendocrinos se caracteriza por una alteración de los patrones de secreción hormonal, lo que se ha podido cuantificar recientemente mediante el estudio de la secreción de hormonas a lo largo de 24 h. Por ejemplo, se ha observado una disminución en la amplitud de los pulsos de LH y GH y una desaparición de los pulsos diurnos en el perfil secretorio de GH en el sujeto anciano. Además, tienen lugar cambios aún más sutiles en los sistemas de retroalimentación periférica dentro de ejes acoplados, por ejemplo, aumento de la sensibilidad del eje LH-testosterona y disminución de la sensibilidad del eje hormona corticotropa (ACTH)-cortisol. Estas alteraciones preceden a cualquier cambio en las concentraciones de hormonas circulantes.
El envejecimiento se asocia a un fallo progresivo de la glándula pineal que se manifiesta con un descenso gradual de las concentraciones de melatonina que se ha considerado como un marcador del envejecimiento en el ser humano. También existen alteraciones en las funciones hipotalámicas de termorregulación, control de la tensión arterial y de la sensación de sed. El anciano presenta un mayor riesgo de desarrollar hipotermia, trastornos hidroelectrolíticos e hipertensión arterial sistólica.
Durante el envejecimiento normal se produce una disminución fisiológica de la secreción de GH que comienza en la tercera década y alcanza una meseta alrededor de los 60-70 ańos. Se ha estimado una reducción en su secreción y en su vida media de un 14 y un 6% por década, respectivamente, entre los 21 y 71 ańos. Las concentraciones circulantes del factor de crecimiento similar a la insulina tipo I (IGF-I) también descienden de forma progresiva a partir de los 30 ańos, de tal forma que el 80% de los ancianos presenta concentraciones circulantes de IGF-I por debajo del límite inferior de normalidad, establecido para adultos jóvenes. El descenso de IGF-I también alcanza una meseta, perdiéndose la correlación GH-IGF-I por encima de los 70 ańos. La atenuación del efecto de la edad sobre el eje somatotrópico por encima de los 70 ańos junto a la similitud de los cambios en la estructura y función corporal propios del envejecimiento con los cambios observados en el adulto con déficit de GH han propiciado la introducción del término "somatopausia" para definir aquellos cambios observados en el anciano que pueden ser atribuidos a una disminución en la función del eje somatotrópico. La marcada variación interindividual en las concentraciones de IGF-I observada en los ancianos indica que éstos pueden alcanzar el estado biológico de la somatopausia a diferentes edades cronológicas y con diferentes concentraciones de IGF-I y de GH, dependiendo de factores genéticos y de otros no relacionados con la edad, tales como la actividad física, el tipo de alimentación y el estado nutricional. Sin embargo, no se puede establecer una relación de causalidad entre la somatopausia y la disminución de las concentraciones de GH e IGF-I.
Las concentraciones basales y el ritmo circadiano de cortisol permanecen inalterados en el anciano, pero se produce un aumento en la respuesta del eje hipotálamo-hipofisario suprarrenal al estrés fisiológico y a los estímulos farmacológicos. Se ha atribuido esta hiperrespuesta a la existencia de un defecto a nivel de receptor o posreceptor en la respuesta hipotalámica a la retroalimentación del cortisol circulante.
Las concentraciones basales de aldosterona, su excreción urinaria en 24 h y su tasa de aclaramiento metabólico disminuyen con la edad. La renina y la actividad de renina plasmática también disminuyen con el envejecimiento, por lo que los ancianos presentan una mayor propensión a desarrollar un hipoaldosteronismo hiporreninémico.
La secreción de deshidroepiandrosterona -DHEA- disminuye de forma lineal entre los 30 y 90 ańos aunque con amplia variabilidad interindividual. Las concentraciones de DHEA se han correlacionado de forma inversa con las cifras de tensión arterial y con la colesterolemia y su descenso se ha asociado a un mayor riesgo de mortalidad cardiovascular, de obesidad y de cáncer y a una disminución en la esperanza de vida.
El envejecimiento conlleva cambios morfológicos y funcionales del tiroides, independientes de la presencia de enfermedades tiroideas. Se produce un aumento de la nodularidad del tiroides y una reducción de la secreción hormonal, así como en la degradación periférica de tiroxina. La disminución en la secreción tiroidea con la edad se ha atribuido a una disminución en la secreción de hormona tirotropa (TSH). En cambio, los efectos de la edad sobre la disponibilidad metabólica de triyodotironina o de triyodotironina inversa o sobre la respuesta de los órganos diana a las hormonas tiroideas, no son bien conocidos. Estas alteraciones condicionan: aumento de la frecuencia de los síndromes de disfunción tiroidea, preferentemente de las formas subclínicas; inespecificidad de los síntomas de la disfunción, con mayor prevalencia de hipertiroidismo con poca expresividad clínica y de mixedema; reducción en las dosis necesarias de sustitución hormonal y aumento de los efectos secundarios del tratamiento sustitutivo.
El envejecimiento conlleva un mayor riesgo de fracturas osteoporóticas, determinado principalmente por una reducción gradual en la masa ósea con la edad. Ésta se debe a un disbalance entre la reabsorción y la formación ósea. Con la edad tiene lugar una disminución en la ingesta de calcio y una reducción en su absorción debida a un déficit primario de vitamina D. Como mecanismo compensador se produce un hiperparatiroidismo secundario que condiciona un aumento en la reabsorción ósea, principal mecanismo de la pérdida de masa ósea del anciano. Las estrategias preventivas de la osteoporosis en el anciano deben considerar la administración suficiente de calcio para alcanzar las recomendaciones dietéticas y de vitamina D para mantener las concentraciones de 25(OH)D3 dentro del intervalo de la normalidad. Queda por dilucidar la importancia de otros factores hormonales y humorales en la osteoporosis del envejecimiento y si los metabolitos de la vitamina D o análogos de la vitamina D tienen un efecto superior a la vitamina D misma sobre la homeostasis del hueso.
Con la edad se produce una disminución en la tolerancia a la glucosa por un aumento en la resistencia a la insulina por alteraciones del receptor de insulina y/o a nivel posreceptor y por una disminución en la sensibilidad de la célula beta del islote pancreático a la glucosa. Muchos estudios recientes indican que la resistencia a la insulina con hiperinsulinismo y/o hiperglucemia contribuye o incluso causa muchos trastornos crónicos relacionados con el envejecimiento. Se cree que la elevación de la glucemia y de otros azúcares reductores facilita su reacción no enzimática con proteínas y ácidos nucleicos formando productos que alteran la función y disminuyen la elasticidad tisular. Además, perturbaciones en el metabolismo insulina/glucosa se han asociado con una mayor formación de radicales libres y un aumento de la peroxidación lipídica. Los radicales libres de oxígeno producen dańo tisular y se han asociado con muchos aspectos del envejecimiento.
La racionalidad del uso de hormonas para prevenir o revertir el envejecimiento se basa en la atávica búsqueda de la "fuente de la juventud" junto al descenso que se produce en la secreción hormonal con la edad.
A la melatonina se le ha atribuido la propiedad de controlar e invertir el proceso del envejecimiento merced a un potente efecto antioxidante, mejorar la actividad sexual, regularizar el sueńo y activar el sistema inmunitario, pero se carece de estudios que recomienden su utilización sistemática en el anciano sano.
En los ensayos clínicos realizados hasta el momento, la administración de GH recombinante en el anciano sano mejora, a corto plazo, el balance nitrogenado, aumenta las concentraciones de osteocalcina y la masa magra y reduce la masa grasa corporal. Los efectos secundarios de su administración son leves (túnel del carpo, ginecomastia e intolerancia hidrocarbonada) y dosis dependientes aunque con amplia variabilidad interindividual. Sin embargo, no se dispone de resultados a largo plazo que justifiquen, por el momento, el tratamiento con GH del anciano sano.
La Deshidroepiandrosterona – DHEA - es biológicamente activa cuando se administra a una amplia variedad de animales de experimentación, aunque sus efectos metabólicos sobre la obesidad, porcentaje de grasa corporal, ingesta alimentaria y metabolismo lipídico se consiguen sólo con dosis farmacológicas mientras que los efectos sobre el sistema nervioso central (sensación de bienestar) y sobre el sistema inmune se alcanzan con dosis más fisiológicas. Se le han atribuido efectos beneficiosos frente al cáncer, la diabetes, la obesidad y la aterosclerosis y una acción inmunomoduladora e inmunoprotectora. Su administración en ancianos ha demostrado escasos resultados sobre el metabolismo lipídico y grado de adiposidad, pero sí, en cambio, una mayor sensación de bienestar. Sin embargo, la administración de DHEA puede causar hirsutismo, acné y trastornos menstruales en la mujer en la que, además, al menos un estudio ha descrito una relación entre concentraciones elevadas de DHEA y aumento del riesgo cardiovascular. Es, por tanto, necesario esperar el resultado de ensayos clínicos que demuestren que los beneficios superan a los riesgos.
La administración de testosterona mejora la masa ósea, la masa magra y la fuerza en el anciano. Sus acciones sobre el estado de ánimo, función sexual y cognición espacial son menos claros y varían de un individuo a otro. Persisten dudas sobre la magnitud y duración de los efectos beneficiosos de la sustitución con testosterona, sobre si sólo algunos subgrupos de ancianos se beneficiarían realmente del tratamiento sustitutivo y, fundamentalmente, sobre los efectos secundarios del mismo a largo plazo, especialmente en las áreas de enfermedades prostáticas y cardiovasculares.
Hasta la fecha, la única intervención conocida que retrasa el envejecimiento es la restricción calórica. Su efecto saludable ha sido demostrado, en múltiples especies animales, incluidos mamíferos, aunque todavía no en primates ni en hombres. Adicionalmente, el ejercicio físico y la ingesta de cromo, vanadio, fibras solubles, magnesio y ciertos antioxidantes se han asociado a una mayor sensibilidad a la insulina. Así, la prescripción de la dieta que favorezca la sensibilidad a la insulina es, por el momento, la mejor forma de enlentecer el proceso del envejecimiento, de prevenir las enfermedades crónicas asociadas y de aumentar la esperanza y la calidad de la vida.
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Adaptado de: A. Picó Alfonso
Ediciones Harcourt.
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