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GERRA ENTRE PITUCOS Y PESCADORES DE CONCÓN


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#1 emilio

emilio

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Publicado el 07 febrero 2008 - 10:50

¡PITUCOS DE CONCÓN NO QUIEREN A LOS PESCADORES DE VECINOS!


Después de vivir durante más de cien años sobre una duna con vista al mar -la mayoría del tiempo sin luz, agua potable, ni alcantarillado-, los pescadores de Caleta Higuerillas tendrán por fin una casa digna en el sector del Club de Yates de Concón. Pero un hecho opacó sus tijerales: varios de sus estirados vecinos temen que con su llegada sus terrazas huelan a mariscos y que hagan fiestas y críen perros y pollos en su barrio. “Son unos ricachones clasistas”, se defienden los hombres del mar. Vea cómo los dos bandos se están sacando todos sus trapitos al sol.

Todas las mañanas Gabriela Salsilli sale de su exclusivo departamento, ubicado al frente del Club de Yates, en Concón, y camina tres kilómetros por la costanera hasta Playa Negra. Sus largas caminatas no han pasado inadvertidas para los lugareños. Salsilli, una mujer rubia, de ademanes finos y voz “apitucada”, es la administradora del edificio Travesía, emplazado en el 21.000 de avenida Borgoño, un sector de vista privilegiada que tiene entre sus residentes veraniegos a Oscar Aitken, ex albacea de Pinochet, y a Fernando Torres Silva, ex auditor general de Ejército.
Hasta hace un mes la mayoría de la gente del sector apenas conocía su nombre, pero desde que apareció en televisión despotricando en contra de la construcción de viviendas para pescadores en el terreno adyacente a su condominio, todo el barrio la ubica. Desde entonces, los prejuicios de clase se han instalado en Concón con la inusitada fuerza de un tsunami. Y algunos propietarios de los departamentos, cuyo avalúo fluctúa entre los 30 y 160 millones de pesos, creen que la llegada de sus “nuevos” vecinos bajará la plusvalía de sus inmuebles y llenará de malos olores por la venta pescados y mariscos.
“A nosotros nos preocupa que vendan pescado, porque si se concentran mariscos en mal estado, como el viento viene de ese lado, se nos van a llenar de malos olores y abundante mosquerío nuestros departamentos”, asegura Margaret Blackburn, una conspicua habitante del sector que, además, está inquieta por los locales comerciales que habrá en torno a sus nuevos vecinos.
Para los pescadores, es este tipo de argumentos los que representan, en la práctica, una condena a la cesantía. “Todavía no tenemos claro qué tipo de negocios vamos a habilitar, pero que nos digan que no pongamos pescaderías es como querer cortarnos las manos” dice el pescador Abel Retamal.
En la Caleta Higuerillas alegan discriminación y califican a sus vecinos como “ricachones clasistas”. El terreno en cuestión, flanqueado por edificios de departamentos distribuidos en terrazas en el borde costero, les fue donado en 1903 por José Borgoño Maroto, antiguo propietario de la hacienda Concón. Los pescadores han vivido allí desde hace más de un siglo -interrumpido sólo por el terreno abandonado destinado históricamente para la construcción de sus viviendas-, mientras los propietarios de los departamentos llevan menos de 20 años en el sector. “¿Quiénes son los nuevos vecinos, entonces?”, reclama Retamal, quien espera con ansias ocupar una de las 27 viviendas con vista al mar que les entregarán en abril del próximo año.

GENTE DE MAL VIVIR

El 19 de noviembre, Gabriela Salsilli salió de la recepción del edificio Travesía y enfrentó a la prensa con singular aplomo. Estaba decidida a poner los puntos sobre las íes. “Podrían haber hecho un colegio para los niños de los pescadores, una sede social, pero no una población de 27 casas, por qué gente como ellos van a vivir en una casa de 90 metros cuadrados... imposible. Entonces las van a empezar a ranchar, a criar pollos, a traer perros”, comentó Salsilli aquella vez ante las cámaras.
Desde el conflicto generado en la Comunidad Ecológica por sus vecinos de la toma de Peñalolén y la construcción del muro en Lo Barnechea que divivía ricos de pobres, que no se repetía en el país una polémica de tintes tan clasistas. De inmediato, los dimes y diretes encendieron los ánimos. La mayoría de los habitantes de Concón apoyaron a los pescadores y aprovecharon de sacar algunos trapitos al sol. Desde los albores del boom inmobiliario, a fines de los 90, que mantenían en reserva su malestar, pero esta vez la paciencia se les agotó.
“Han construido unas inmensas torres al lado de nuestras casas. Nos han tapado la vista al mar, han dejado nuestros domicilios en penumbra y nunca nadie ha alegado nada. Encuentro injusto que esta gente se atreva a reclamar ahora porque los pescadores van a vivir al lado de ellos. Es el colmo-,”asegura María Molina, secretaria de la junta vecinal 106-A de Concón.
Pero no todo se reduce a plusvalía y olores. Isidoro Manghini, conserje del edificio Cruz del Sur, asegura que los propietarios de los edificios están inquietos hace tiempo por su calidad de vida. “La gente está preocupada porque estas personas atenten contra las buenas costumbres del entorno. Hay gente de mal vivir, no toda, no quiero hablar en plural, pero cuando antes vivían ahí se escuchaban discusiones subidas de tono, señoras mal habladas y fiestas bulliciosas los fines de semana”.
Gabriela Salsilli coincide con Manghini. La decencia y las buenas costumbres no se transan. “Igual yo tengo mis caseros que me venden pescado, te fijas, pero una no sabe cómo va a ser esa persona como vecino. Hay que darle tiempo al tiempo. A lo mejor no pasa nada y viven tranquilitos, pero la experiencia indica lo contrario”, aclara con suspicacia.
Los pescadores no se declaran santos, pero que hagan de antemano una caricatura de sus vidas les parece una actitud odiosa. “Nosotros somos gente como cualquier otra o acaso ellos nos vaya venir a enseñar cómo vivir la vida. Si a las finales uno se muere y los gusanos nos van a comer igual que a ellos. No se pa qué le ponen tanto color”, reflexiona Petete, pescador de Concón.
En la vereda de los descargos, Alicia Vera, presidenta del comité Higuerillas, dice: “No voy a negar que hacíamos fiestas y que en más de una oportunidad llegaron los carabineros, pero no pueden ser tan hipócritas en acusarnos si ellos hacían los tremendos carretes en sus terrazas. Yo misma veía desde mi casa cuando llegaban tipos a las cuatro de la mañana y en el verano algunos andaban hasta en pelotas. Pero eso nadie lo cuenta”.
Salselli, consultada por estas prácticas nudistas, se indigna. “Que lo prueben, que digan en qué departamento y quiénes eran las personas. Aquí hay normas de conducta que se respetan. Además, los residentes son personas mayores y está prohibida la bulla después de cierto horario”.
Pero la juerga no es exclusividad de los pescadores. Las fiestas realizadas en el Club de Yates se recuerdan como las más “in” en la década de los 80. Alicia Vera rememora episodios sabrosos que observó desde su balcón. “Después del golpe de Estado los señores militares se adueñaron del club y hacían fiestas hasta las cinco de la mañana con orquesta incluida. A veces sus mujeres salían muertas de borrachas de adentro del recinto. Llegaron a perturbarnos a nosotros y nadie les dijo nada.
Sibylla, hija de Alicia Vera, conoce ese mundo de cerca. En los veranos trabaja de empleada doméstica en los edificios de sus futuros vecinos. “A veces los dueños le pasan los departamentos a sus hijas de 14 o 15 años para que hagan fiestas con sus amigos. Los cabros se curaban como piojo y dejaban las mansas embarradas. Después, cuando la gente reclamaba, los papás se hacían los desentendidos y decían que lo habían prestado pero sin mencionar a sus hijos”, cuenta.
Jacqueline Reyes, otra empleada doméstica de uno de los edificios del sector, asegura que su patrón le contó que algunos vecinos “le iban a hacer la vida imposible a los pescadores para sacarlos de ahí”. A Manghini, a estas alturas todo un vocero del edificio Cruz del Sur, le consta que se han “movido los hilos” para que esta gente se vaya. “Hace tres años empezaron a planificar cómo sacar a estas personas. A los dueños de los edificios de arriba no les gustaba que abajo se vieran las casas pobres, como callamperíos, porque le bajaba los bonos a sus departamentos”, señala.
Doña Alicia Vera no puede entender el motivo de tanta discriminación. “Ellos piensan que vamos a llegar con perros, colgar la ropa afuera, meter boche. Nos hacen sentir como si fuéramos la última escoria de la escala social. Creen que somos todos borrachos y cochinos”.

CON LA MIERDA AL CUELLO

Pero Alicia no está dispuesta a dar su brazo a torcer y con sus amigos está lista para instalarse en sus nuevas casas en abril. “Mi madre falleció en este mismo terreno y nunca pudo tener ni siquiera un baño como corresponde. Siempre tuvimos un pozo. Pero le prometí que voy a luchar por este pedazo de tierra que es el único lugar que he visto desde que nací”.
Hay más. Fue Alicia la primera en enterarse que los preciados terrenos donde estaba edificada su sencilla casa, eran suyos. Su abuelo, Manuel Díaz, cuando estaba a punto de morir, le dijo que se lo había donado un antiguo hacendado. “Al principio no le tomé mucho asunto, pero con los años, cuando quisimos formalizar nuestra situación en el terreno, empecé a buscar el documento en distintos lugares”, recuerda. En vano visitó la Contraloría, Bienes Nacionales y la Gobernación Marítima, pero nadie tenía idea del asunto.
“Recién en el año 91 pusimos medidores de luz y agua. Era un lugar hermoso para vivir, tenía linda vista, pero no teníamos ni siquiera alcantarillado y ya no había lugares para construir más pozos. Estábamos con la mierda hasta el cuello”, recuerda.
En ese tiempo, cuando el boom inmobliario empezaba a apuntalarse en Concón, un baño era lo único que a los pescadores les faltaba para tener “una casa como Dios manda”. Pero mientras no se comprobara la propiedad del recinto, no se podía instalar un sistema de alcantarillado. En ese entonces, el agua era extraída de unas vertientes que escurrían cerro abajo. Pero en cuanto comenzó la edificación de los edificios modernos, debido a las explosiones los cursos de agua se transformaron en napas subterráneas.
“Se nos quebraron vidrios, perdimos el agua y ninguna persona vino a darnos una explicación. Para variar nos quedamos callados”, cuenta Alicia.
En ese tiempo, para los nuevos propietarios de lujosos departamentos, sus vecinos “pobretones” eran casi imperceptibles. “Estaban como inmersos en un bosque, así que no los veíamos mucho. Aunque igual escuchábamos sus voces y también cuando hacían sus celebraciones”, recuerda Gabriela Salsilli.
Pero Alicia no se traga el cuento de la supuesta invisibilidad. “Si ella compró ahí y no dio vuelta el cuello para mirar a un costado donde estábamos nosotros, es problema de ella, pero no le creo que jamás nos haya visto”, asegura.
El primer foco de tensiones entre los nuevos vecinos fue producto del olor que emanaba del terreno de los pescadores. Un vecino del edificio Los Yates llamó al servicio de salud ambiental para que resolviera el asunto. Jacoba Vegas, quien trabajaba desmenuzando jaivas para los distintos restoranes del sector, debió modificar sus prácticas de higiene. “Igual reconozco que tiraba el jugo de las jaivas ahí y quedaba el olor impregnado, pero esta persona debió haber conversado conmigo. Al final me pasaron un tarro hermético y ya no hubo más problemas”, recuerda.
Fue a mediados del año 2002 que Alicia Vera recibió la mejor noticia de su vida. Después de largos años de búsqueda de la escritura de traspaso del terreno, el documento apareció en el servicio de Bienes Raíces de Limache. El Serviu había encontrado por fin el papel que acreditaba la propiedad del recinto. Tal como se lo confesó su abuelo, el terreno de una hectárea efectivamente era de ellos. Y ahora nada ni nadie los moverá de allí.
Menos un recién llegado al barrio.
THE CLINIC – CLAUDI PIZARRO – ALEJANDRO OLIVARES

REFLEXIÓN:

Le yendo este artículo algo parecido podría estar afectando desde ya en el interior de los comités de allegados de nuestra comuna, claro esta que hay que resguardar las proporciones de una cosa y la otra pero el caso es que posiblemente abrían ciertos roses en estos mismos sentido, por lo que las autoridades comunales y comunitarias de estos organismos ya debieran estar tomando ciertas precauciones para una sana convivencia dentro de los futuros vecinos, en donde posiblemente se comenzarían las contracciones de las casas para los futuras de estos vecino, pero sea como sea lo que hay que mirar es que donde instalen estas casas para estas familias de la comuna son un adelanto para esta y una posible fuente de trabajo en forma temporal y un mayor progreso.

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