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La Logica de lo Viviente


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#1 Ge. Pe.

Ge. Pe.

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Publicado el 20 junio 2007 - 06:26

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En Capitulos de Biologia publicamos la "Introduccion" del libro la Logica de lo Viviente del biologo frances Francois Jakab. Ahora queremos ponerles la introduccion, por asi decirlo, de cada capitulo del libro.
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CAPITULO PRIMERO

LA ESTRUCTURA VISIBLE

En su libro consagrado a los Monstres et Prodiges, que completa su tratado de la generación, Ambrosio Paré constata, en 1573: “La Naturaleza trata siempre de lograr que lo similar cree lo similar: se vio un cordero con cabeza de puerco porque un cerdo macho copuló con una oveja”*. Lo que sorprende actualmente en esta frase, no es tanto la presencia de un monstruo donde se combinan caracteres de especies diferentes: cada uno lo ha imaginado o dibujado.

Tampoco es la forma por la que se produjo este monstruo: una vez admitida la posibilidad del intercambio de formas y órganos entre los animales, la copulación parece todavía el medio más simple para hacer surgir tal híbrido. Lo más desconcertante es la argumentación desarrollada en esta frase.

Para demostrar lo que aparece actualmente como uno de los fenómenos más regulares de la naturaleza, la formación del hijo a imagen de los padres, Ambrosio Paré invoca la vista de lo que consideramos como de existencia imposible, de aquello que precisamente nos parece excluido por la regularidad misma del fenómeno. Desgraciadamente, Paré no dice jamás a qué se parecen los descendientes del cordero con cabeza de puerco. En ninguna parte puede saberse si engendró otros corderos con cabeza de puerco.

Porque, en aquella época, no existen todavía leyes de la naturaleza que rijan la generación de los animales o el movimiento de los astros. No se distingue entre la necesidad de los fenómenos y la casualidad de los acontecimientos. Si, como es evidente, el caballo nace del caballo y el gato del gato, no es el efecto de un mecanismo que permite a los seres vivientes producir copias de sí mismos, algo así como la imprenta produce copias de un texto. La palabra y el concepto de reproducción aparecen solamente hacia el final del siglo XVIII para significar la formación de cuerpos vivientes. Antes, los seres no se reproducen, son engendrados.

La generación es siempre el resultado de una creación que, en una u otra etapa, exige la intervención directa de fuerzas divinas. Para explicar el mantenimiento de las estructuras visibles mediante la filiación, el siglo XVII refiere la formación de todos los individuos pertenecientes a una misma especie, a una serie de creaciones simultáneas, realizadas sobre un mismo modelo en el origen del mundo. Una vez creados, los futuros seres pueden esperar la hora del nacimiento al abrigo de toda fantasía y de toda irregularidad.

Pero, hasta el siglo xvii, la formación de un ser permanece sometida directamente a la voluntad del Creador. No tiene raíces en el pasado. La generación de cada planta, de cada animal, constituye en cierta forma un acontecimiento único, aislado, independiente de toda otra creación, algo así como la producción de un objeto o de una obra de arte por el hombre. [i]*Oeuvres, Paris, 1841, t. III, 20, p. 43.


CAPITULO SEGUNDO

LA ORGANIZACIÓN

Mientras los seres vivientes eran concebidos como combinaciones de estructuras visibles, la preformación continuaba siendo el medio más simple para hacer persistir estas estructuras a lo largo de las generaciones. La continuidad lineal del mundo viviente en el espacio y en el tiempo requería una continuidad de las formas a través de los procesos mismos de la generación. Esta tenía por función perpetuar el orden visible. La especie representaba una entidad rígida, de totalidad permanente, de marco impuesto donde venía a insertarse el individuo. Por lo tanto, la filiación debía participar de la inercia del sistema.

La naturaleza misma del conocimiento empírico se transforma paulatinamente en la segunda mitad del siglo XVIII y el pasaje al siguiente siglo. El análisis y la comparación tienden a ejercitarse, no ya solamente sobre los elementos que componen los objetos, sino sobre las relaciones internas que se establecen entre estos elementos. Es en el interior de los cuerpos que se ubica progresivamente la posibilidad misma de su existencia. La interacción de las partes es la que otorga al todo su significado. Los seres vivientes se transforman entonces en conjuntos de tres dimensiones, donde las estructuras se escalonan en profundidad, siguiendo un orden dictado por el funcionamiento del organismo considerado en su totalidad.

La superficie de un ser está gobernada por la profundidad, y lo visible de los órganos por lo invisible de las funciones. Lo que rige la forma, las propiedades, el comportamiento de un ser viviente, es su organización. Es gracias a la organización que los seres se diferencian de las cosas. Es a su nivel que los órganos se articulan con las funciones. Es ella la que reúne en una totalidad las partes del organismo, que permite a éste enfrentar las exigencias de la vida, que distribuye las formas en el seno del mundo viviente.

La organización constituye, en cierto sentido, una estructura de orden superior a lo que se refiere todo lo que se percibe de los seres. Con el paso del siglo XVIII al XIX aparece entonces una nueva ciencia cuyo propósito ya no es la clasificación de los seres, sino el conocimiento de lo viviente, y cuyo objeto es el análisis no ya de la estructura visible, sino de la organización.

CAPITULO TERCERO

EL TIEMPO

Actualmente, el tiempo representa para el biólogo mucho más que un simple parámetro físico. No puede ser disociado de la génesis del mundo viviente y de su evolución.

Sobre esta Tierra no existe ningún organismo, ni siquiera el más humilde, el más rudimentario, que no constituya la extremidad de una serie de seres que vivieron en el curso de los últimos dos mil millones de anos o más. No existe ningún animal, ninguna planta, ningún microbio, que no sea un simple eslabón en una cadena de formas cambiantes.

En todo ser viviente converge inevitablemente una historia que no representa solamente la sucesión de acontecimientos a los que estuvieron mezclados sus antepasados, sino también la sucesión de transformaciones por las que se elaboró progresivamente este organismo.

A la idea de tiempo, están indisolublemente ligadas las de origen, continuidad, inestabilidad y casualidad. Origen, porque la aparición de la vida se considera un acontecimiento que se produjo, si no una sola vez después de la formación de la Tierra, por lo menos en muy contadas oportunidades: todos los seres actualmente vivientes descienden, por lo tanto, de un mismo y único antepasado, o de un muy pequeño número de formas primitivas.

Continuidad, porque después de la aparición del primer organismo, se considera que lo viviente sólo puede nacer de lo viviente: por lo tanto, es únicamente por el efecto de reproducciones sucesivas que la Tierra está actualmente poblada por diversos organismos.

Inestabilidad, porque si la fidelidad de la reproducción conduce casi siempre a la formación de lo idéntico, también, en forma poco frecuente pero segura, da nacimiento a lo diferente: este estrecho margen de flexibilidad basta para asegurar la variación necesaria para la evolución.

Casualidad, en fin, porque en la naturaleza no se perciben intenciones de ningún tipo, ninguna acción concertada del medio sobre la herencia, capaz de orientar la variación en un sentido premeditado: no existe ninguna necesidad a priori de la existencia de un mundo viviente tal como es actualmente. Todo organismo, cualquiera que sea, se encuentra por lo tanto indisolublemente ligado no sólo al espacio que lo rodea, sino también al tiempo que lo condujo allí y le otorga una especie de cuarta dimensión.

Actualmente, el estado del mundo viviente se justifica por la evolución. Pero lo que impone el rol que debe otorgarse al pasado, es necesariamente la forma de considerar el presente y de interpretarlo. En efecto, el peso y la acción que una época está en condiciones de atribuir al tiempo dependen de la imagen de las cosas y los seres que se hace dicha época, dc las relaciones que ella percibe, del espacio donde las dispone.

No es exagerado decir que, hasta el siglo XVIII, los seres vivientes no tienen historia. La generación de un ser corresponde siempre a una creación, ya sea ésta un acto aislado, que exige la intervención de alguna fuerza divina, o haya sido realizada en serie, conjuntamente con la de todos los seres que vendrán en la sucesión de los tiempos. Aun cuando la especie se define con más rigor, es como un marco fijo donde se suceden los individuos. A través de las sucesivas generaciones, se hallan siempre las mismas figuras en los mismos lugares. El cuadro permanece inmutable, perpetuamente idéntico a sí mismo. Qué historia podría tener un ser preformado, que espera en los lomos de sus sucesivos antepasados el momento de ver el día?


CAPITULO CUARTO

EL GENE

La mitad del siglo XIX marca un viraje en la práctica de la biología. En efecto, en menos de veinte anos aparecen la teoría celular bajo su forma final, la teoría de la evolución, el análisis químico de las grandes funciones, el estudio de la herencia, el de las fermentaciones, la síntesis total de los primeros compuestos orgánicos.

Es con la obra de Virchow, de Darwin, de Claude Bernard, de Mendel, de Pasteur, de Berthelot, que se definen los conceptos, los métodos, los objetos de estudio que constituyen la fuente de la biología moderna. Porque la actitud adoptada entonces casi no cambiará en el transcurso del siglo siguiente.

Reducida hasta entonces a la observación, la biología se convierte en una ciencia experimental. Para la primera mitad del siglo XIX, la organización constituía un hecho fundamental por el que se caracterizaba todo ser viviente. Representaba la estructura de orden dos, que rige todo lo que es perceptible en el organismo. Ubicada en el centro mismo de cada ser, servía de punto de apoyo, de esquema rector al que venían a referirse toda observación y comparación hechas sobre la estructura visible de los seres y sobre sus propiedades.

Para la segunda mitad del siglo, por el contrario, la organización ya no forma un punto de partida para todo conocimiento de los seres: se transforma en el objeto a conocer. Ya no basta con constatar que subyacen todas las características de un organismo. Es aún necesario investigar a todos los niveles sobre qué se basa, cómo se establece, cuáles son las leyes que rigen su formación y funcionamiento. Este desplazamiento que se opera alrededor de la organización pone al descubierto todo un conjunto de nuevas posibilidades de análisis.

Lo que en adelante se interroga, ya no es la vida en tanto que fuerza venida desde el fondo de los tiempos, a la vez oculta, irreductible e inaccesible, sino aquello en lo que está descompuesta, su historia, su origen, la causalidad, el azar, el funcionamiento. Al organismo, considerado en conjunto, vienen a agregarse nuevos objetos de análisis, células, reacciones, partículas.

La biología se divide entonces en dos ramas, cada una de las cuales posee sus técnicas y su material. Por una parte, se continúa estudiando al organismo entero, considerado ya sea como una unidad intangible, o como el elemento de una población o de una especie. Esta biología, que no tiene contacto con las demás ciencias de la naturaleza, funciona con los conceptos de la historia natural, Es posible así describir las costumbres de los animales, su desarrollo, su evolución, las relaciones entre especies sin ninguna referencia a la física o a la quimica.

Por la otra parte, por el contrario, se trata de reducir el organismo a sus constituyentes. La fisiología lo reclama. El siglo lo autoriza. Toda la naturaleza se convirtió en historia, pero una historia donde los seres prolongan las cosas, donde el hombre está en una misma línea que el animal. La introducción de la casualidad en el mundo viviente por Darwin y por Wallace representa para la biología el “todo está permitido” de Iván Karamazov.

Ya no existe ningún dominio reservado en los seres vivientes, ningún espacio sustraído por principio al acceso del conocimiento. Ya no existe ninguna ley divina que asigne límites a la experimentación. En un universo privado de creación y gratuito, la ambición de la biología ya no tiene límites. Si el mundo viviente marcha a la deriva, si carece de toda finalidad, corresponde al hombre dominar la naturaleza. A él le corresponde instaurar el orden y la unidad que hasta entonces buscaba en la esencia de la vida.

Tanto más, que los esfuerzos de la dialéctica y del positivismo tratan de restablecer el puente, cortado al final del siglo anterior, entre lo orgánico y lo inorgánico. De la materia a lo viviente no existe una diferencia de naturaleza sino de complejidad. La célula es a la molécula lo que la molécula es al átomo: un nivel superior de integración. Para hacer esta biología, ya no es suficiente con observar los seres vivientes.

Es necesario analizar las reacciones químicas, estudiar las células, desencadenar los fenómenos. Si el organismo debe aún ser concebido como un todo, es porque la regulación de las reacciones, la coordinación de las células, la integración de los fenómenos aportan la posibilidad de una síntesis.

Con el fin del siglo XIX y el comienzo del siglo xx, se individualiza toda una serie de nuevos objetos que se ofrecen al estudio. Alrededor de cada uno de ellos se organiza un dominio particular de la biología. Así, ésta se fragmenta progresivamente. La palabra terntina por abarcar un espectro de ciencias diferentes, que se distinguen no solamente por sus propósitos y sus técnicas, sino también por su material y lenguaje.

Dos de entre ellas que cobran su impulso al comienzo de este siglo, remodelan totalmente la representación que se tiene de los organismos, de su funcionamiento, de su evolución: la bioquímica y la genética, que encarnan cada una de las tendencias de la biología. La bioquímica, que opera sobre extractos, cxl odia los constituyentes de los seres vivientes y las reacciones que en ellos tienen lugar; refiere la estructura y propiedades de los seres a la red de reacciones químicas y a las propiedades de algunas especies moleculares.

La genética, por el contrario, interroga poblaciones de organismos para analizar la herencia; refiere tanto la producción de lo idéntico, como la aparición de algo nuevo, a las cualidades de una nueva estructura, sumergida en al núcleo de la célula. Obedeciendo ella misma leyes rigurosas, esta estructura de orden tres comanda todos los niveles para determinar los caracteres del organismo y sus actividades. Dirige el desarrollo del embrión. Decide sobre Ia organizacion del adulto sus formas, sus atributos. Mantiene las especies a través de las generaciones y hace surgir otras nuevas. En ella se aloja la “memoria” de la herencia.

CAPITULO QUINTO

LA MOLECULA

Hacia mediados de este siglo, la organización cambia una vez más de status. Es la estructura de los elementos constituyentes quien determina la del conjunto y su integración. En los seres vivientes, la organización gana en profundidad, alojándose en los menores detalles de la célula. Hasta entonces, y a pesar de la presencia de un núcleo y de diversas organelas, la célula aparecía como una especie de »saco de moléculas.

Si la catálisis podía funcionar e innumerables reacciones químicas imbricarse, era sobre todo gracias a la naturaleza del protoplasma, a ese retículo mal definido, designado como coloidal. Los organismos complejos disponen de una organización particular para coordinar la actividad de los órganos y tejidos. Nervios y hormonas establecían a través de los tejidos una red de interacciones por la que, en el cuerpo, se relacionaban los elementos más alejados. La unidad de organización reposaba sobre la existencia de mecanismos especializados en la regulación de las funciones. Nada similar intervenía en las estructuras más simples.

Con el desarrollo de la electrónica y la aparición de la cibernética, la organización se transforma, en sí misma, en objeto de estudio para la física y la tecnología. Las exigencias de la guerra y de la industria conducen a la construcción de máquinas automáticas, donde la complejidad aumenta por integraciones sucesivas. En un aparato de televisión, en un cohete antiaéreo o en una calculadora, se integra elementos que, en sí mismos, ya están integrados a un nivel inferior.

Cada uno de estos objetos constituye un sistema de sistemas. En cada uno de ellos, la interacción de los constituyentes subyace a la organización del conjunto. Sólo existe integración en la medida en que los elementos se comunican entre sí, modulando recíprocamente sus actividades particulares en función del propósito perseguido por el todo. Hasta entonces, la coordinación de los constituyentes representaba una propiedad reservada a ciertos sistemas. En adelante, organización e interacción de los elementos son indisociables.

Cada una se convierte para la otra en la condición misma de su existencia, en su causa y efecto a la vez. Sólo existe interacción en la medida en que los constituyentes reaccionan los unos con los otros. Sólo existe influencia recíproca entre los constituyentes en la medida en que el sistema está integrado. Si, entre los elementos de un cuerpo organizado, pueden establecerse intercambios, es porque su estructura se presta.

Pero, al mismo tiempo, la organización de estos elementos contiene potencialmente la serie de sus redístribuelone, en el tiempo, y por lo tan to de sus propias transformaciones. En última instancia, la coordinación de las actividades determina tanto la evolución de un sistema integrado, como sus propiedades. La lógica interna de tal sistema nace así de la relación entre estructuras y funciones.

Las cualidades de un ser viviente, sus actividades, su desarrollo, sólo hacen traducir las interacciones que se establecen entre sus constituyentes. Las propiedades de ciertas arquitecturas conforman el origen de cada carácter. El análisis de las funciones no puede disociarse del de las estructuras. La estructura de las células para las funciones del cuerpo, y la estructura de las moléculas para las de la célula.

Pero interpretar los procesos que se producen en los seres vivientes en base a la estructura de las moléculas que caracterizan la célula, exige una convergencia de los análisis y una combinación dé los métodos. Durante cien anos, la biología experimental se había escindido progresivamente en una serie de ramas que cada vez tendían a aislarse más. Cada disciplina permanecía centrada sobre un pequeño número de técnicas, que le asignaban los límites de su dominio. Por el contrario, hacia la mitad de este siglo, las diferentes disciplinas se encuentran en la obligación de asociarse estrechamente. Para proseguir su análisis deben unir sus esfuerzos, articular sus actitudes, adaptar sus métodos, en una palabra, constituirse en una “biología molecular”.

Para hacer biología molecular, ya no basta con ejecutar una técnica, analizar un fenómeno y medir todos sus parámetros. Es preciso recurrir al conjunto de los medios necesarios para precisar la arquitectura de los compuestos en juego y la naturaleza de sus relaciones. Por ejemplo, ya no se trata de estudiar, por una parte, los genes, por otra parte las reacciones químicas, y por otra los efectos fisiológicos.

Se trata de describir la cadena de acontecimientos que conducen del gene al carácter, en términos de especies moleculares, de síntesis e interacciones. Es la organización de una macromolécula, el “mensaje” constituido por el ordenamiento de distintos motivos químicos a lo largo de un polímero, lo que constituye la memoria de la herencia. Dicha organización se transforma en la estructura de un orden cuatro, por la que se determinan la forma de un ser viviente, sus propiedades y su funcionamiento.


La bioquímica y la física, la genética y la fisiología se funden entonces en una sola práctica. Es decir que la biología molecular no puede ser abordada por individuos aislados, preocupados cada uno por su problema y su organismo. Exige un esfuerzo conjugado de hombres y técnicas. En un mismo instituto, en un mismo laboratorio, comienza la colaboración dr especialistas separados por su formación, pero unidos por un mismo tema de análisis, en un mismo material. Ya no existen entonces dos tipos de biología , que se interesan la una en el organismo entero y la otra en sus constituyentes.

Existen dos aspectos de un mismo objeto. Se continúa estudiando la “caja negra” del exterior para observar sus propiedades. Pero al mismo tiempo se la abre para estudiar sus engranajes ytartar de reconstruir su mecanimocon las piezas aisladas. Organismo o constituyentes, cada uno debe interpretarse con referencia al otro. Otrora obligada a aislarse para definir sus objetos y sus métodos, la biología es condicha ahora a asociarse estrechamente con la física y la química, lo que no la priva en absoluto de su carácter propio.

CONCLUSION

EL INTEGRÓN


El hecho de que la herencia pueda actualmente interpretarse en términos de moléculas, no constituye ni un fin, ni la prueba de que, en adelante, toda la biología deba convertirse en molecular. Esto significa, en primer término, que las dos grandes corrientes de la biología, la historia natural y la fisiología, que durante tanto tiempo marcharon distanciadas, casi ignorándose, terminaron hoy por fusionarse,

La antigua querella entre integracionistas y atomistas se resolvió así en la distinción, recientemente establecida por la física, entre lo microscópico y lo macroscópico. Por una parte, la variedad del mundo viviente, la extraordinaria diversidad de formas, estructuras y propiedades observadas al nivel macroscópico, se fundan en la combinatoria de algunas especies moleculares, es decir, en una extrema simplicidad de los medios al nivel microscópico.

Por otra parte, los procesos que ocurren en los seres vivientes al nivel microscópico de las moléculas no se diferencian en nada de los que analizan la física y la química en los sistemas inertes; es sólo al nivel macroscópico de los organismos que aparecen propiedades particulares, originadas en las restricciones que impone la necesidad de reproducirse y adaptarse a ciertas condiciones. El problema reside entonces en interpretar los procesos comunes a los seres y las cosas, en función del status particular que su origen y su fin confieren a los seres.

Reconocer la unidad de los procesos físico-químicos al nivel molecular equivale a decir que el vitalismo perdió toda función. En realidad, desde el nacimiento de la termodinámica, el valor operatorio del concepto de vida fue diluyéndose progresivamente, y su poder de abstracción declinando. Actualmente, en los laboratorios ya no se interroga a la vida.

Ya no se trata de delimitar sus contornos. Se trata solamente de analizar sistemas vivientes, su estructura, su función, su historia. Pero, al mismo tiempo, reconocer la finalidad de los sistemas vivientes equivale a decir que ya no se puede hacer biología sin referirse constantemente al “proyecto” de los organismos, al “sentido” que su existencia otorga a sus estructuras y funciones. Es fácil ver cuán diferente es esta actitud del reduccionismo que prevaleció durante tanto tiempo. Hasta este momento, el análisis, para ser científico, debía en primer término abstraerse de toda consideración que sobrepasara el sistema estudiado y su papel funcional.

El rigor impuesto a la descripción exigía la eliminación de este elemento de finalidad, que el biólogo rehusaba admitir en su análisis. Por el contrario, actualmente ya no puede disociarse la estructura de su sig níficado, no solamente en el organismo, sino en la sucesión de los acontecimientos que condujeron al organismo a ser lo que es.

Todo sistema viviente es el resultado de un cierto equilibrio entre los elementos de una organización.

La solidaridad de estos elementos determina que cada modificación producida en un punto cuestione el conjunto de las relaciones y produzca, tarde o temprano, una nueva organización. Mediante el aislamiento de sistemas de diferente naturaleza y complejidad, se trata de reconocer sus constituyentes y de justificar sus relaciones. Pero cualquiera sea el nivel estudiado, ya se trate de moléculas, células, organismos o poblaciones, la historia está planteada como perspectiva necesaria, y la sucesión como principio de explicación.

Cada sistema viviente ofrece entonces dos planos de análisis, dos cortes, uno horizontal y el otro vertical, que sólo pueden ser disociados para la comodidad de la exposición.

Por una parte, se trata de distinguir los principios que rigen la integración de los organismos, su construcción y funcionamiento; por la otra, los que dirigieron sus transformaciones y su sucesión.

Describir un sistema viviente, es referirse tanto a la lógica de su organización como a la de su evolución.

La biología se interesa actualmente en los algoritmos del mundo vivient
e.

#2 Ge. Pe.

Ge. Pe.

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Publicado el 24 septiembre 2007 - 04:02

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Publicamos aca tambien la Introducción de "La Lógica de lo Viviente", dada también en el tema "Capítulos de Biología". Considero que es mejor así para que aquellos foristas que se integran ahora, la puedan leer sin perder tiempo buscándolo en el otro tema.

Es un libro que marco rumbos. Si lo pueden conseguir, se los recomiendo otra vez muy sinceramente.

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"Ven ustedes este huevo?
Es con él que se derriban
todas las escuelas de teología
y todos los templos de la tierra"

DIDEROT
Dialogo con d’ Alembert.



INTRODUCCION


EL PROGRAMA



Pocos fenómenos se manifiestan con tanta evidencia en el mundo viviente como la formación de lo semejante por lo semejante. Muy pronto, el niño se da cuenta que el perro nace del perro, y el trigo del trigo. Desde muy temprano, el hombre supo interpretar y explotar la permanencia de las formas a través de las generaciones. .. Cultivar las plantas, criar animales, mejorarlos para convertirlos en comestibles o domésticos, ya es haber’ adquirido una larga experiencia. Significa tener una cierta idea de la herencia para reutilizarla en provecho propio. Porque para obtener buenos resultados no basta con esperar la luna llena o hacer sacrificios a los dioses antes de sembrar. Es necesario aun saber elegir sus variedades. Los agricultores en la prehistoria eran un poco como ese héroe volteriano que lograba aniquilar a sus enemigos gracias a una mezcla razonable de plegarias, encantamientos y arsénico. Posiblemente es en el mundo viviente donde más difícil fue separar el arsénico del encantamiento. Aun cuando las virtudes del método científico en el mundo físico ya estuvieron establecidas, los que estudiaron el mundo viviente durante muchas generaciones pensaron el origen de los seres en función de creencias, anécdotas y supersticiones. Basta una experimentación relativamente simple para refutar la generación espontánea y las hibridaciones imposibles. Sin embargo, hasta el siglo xix persistieron bajo una u otra forma ciertos aspectos de los viejos mitos por los que se explicaba el origen del hombre, de los animales y de la Tierra. La herencia se describe actualmente en términos de información, de mensajes, de código. La reproducción de un organismo se convirtió en la de las moléculas que lo constituyen. No es que, cada especie química posea la aptitud de producir copias de sí misma, sino que la estructura de las macromoléculas está determinada hasta el menor detalle por las secuencias de cuatro radicales químicos contenidos en el patrimonio genético. Lo que se transmite de generación en generación son las “instrucciones” que especifican las estructuras moleculares. Son los planos de la arquitectura del futuro organismo. Son también los medios de poner en ejecución esos planos y de coordinar las actividades del sistema. Cada huevo contiene entonces, en los cromosomas recibidos de sus padres, todo su propio futuro; las etapas de su desarrollo, la forma y las propiedades del ser que surgirá, El organismo es entonces la realización de un programa prescripto por la herencia. L intervención de una Psique fue sustituida por la traducción de un mensaje El ser viviente es efectivamente, la ejecución de un diseño, pero que ninguna inteligencia concibió. Tiende hacia un propósito, pero éste no fue elegido por ninguna voluntad. El propósito es preparar un programa idéntico para la próxima generación. Es reproducirse.

Un organismo es solamente una transición, una etapa entre lo que fue y lo que será. La reproducción es a la vez el origen y el fin, la causa y el propósito. Con el concepto de programa aplicado a la herencia, desaparecen algunas de las contradicciones que la biología había resumido por una serie de oposiciones: finalidad y mecanicismo, necesidad y casualidad, estabilidad y variación. En la idea de programa se unen dos nociones que la intuición había asociado a los seres vivientes: la memoria y el proyecto. Se entiende por memoria el recuerdo de los padres que la herencia deja en el niño. El proyecto es el plan que dirige en detalle la formación de un organismo. Sobre estoy temas surgieron muchas controversias. La primera fue sobre la herencia de los caracteres adquiridos. La noción de que el medio enseña la herencia representa una confusión, intuitivamente natural, entre dos clases de memoria, genética y nerviosa. Es ésa una vieja historia, puesto que ya la Biblia la menciona. Para evitar más malentendidos con su suegro, Jacob trata de formar rebaños de corderos fácilmente reconocibles por las manchas y pintas del pelaje. Para ello, toma ramas de árboles, las decortica en forma tal que queden bandas claras, y las coloca en el lugar donde se acoplan los animales al ir a beber. “Y ellas se acoplaron ante las ramas y parieron pequeños manchados y pintados”. A través de los siglos, se repitieron al infinito experiencias de este tipo, sin alcanzar siempre un éxito similar. Para la biología moderna, lo que caracteriza principalmente a los seres vivientes es su aptitud para conservar la experiencia pasada y para transmitirla. Los dos puntos de ruptura de la evolución, primero la aparición de lo viviente, y más tarde la del pensamiento y el lenguaje, corresponden cada uno a la aparición de un mecanismo de memoria, el de la herencia y el del cerebro. Entre los dos sistemas hay ciertas analogías. En primer término, porque ambos han sido seleccionados para acumular la experiencia pasada y para transmitirla, y también porque la información registrada no se perpetúa sino en la medida en que es reproducida a cada generación. Sin embargo, se trata de dos sistemas diferentes, tanto por su naturaleza como por la lógica de sus operaciones. Gracias a la flexibilidad de sus mecanismos, la memoria nerviosa es particularmente adecuada para la transmisión de los caracteres adquiridos. Debido a su rigidez, la memoria de la herencia es poco adecuada para dicha transmisión.

El programa genético, en efecto, está constituido por la combinatoria de elementos esencialmente invariables. Por su misma estructura, el mensaje hereditario no permite la menor intervención organizada proveniente del exterior, Ya sean químicos o mecánicos, todos los fenómenos que contribuyen a la variación de los organismos y de las poblaciones se producen con completa ignorancia de sus efectos. Ocurren sin relación alguna con las necesidades del organismo para adaptarse. En una mutación, hay >causas que modifican un radical químico, fracturan un cromosoma, invierten un segmento de ácido nucleico. Pero en ningún caso puede haber correlación entre la causa y el efecto de la mutación. Y esta casualidad no se aplica solamente a las mutaciones. Se aplica también a cada una de las etapas por las que se constituye el patrimonio genético de un individuo, a la segregación de los cromosomas, a su recombinación, a la elección de las gametas que participan en la fecundación y aun, en gran medida, a la elección de la pareja sexual. En ninguno de estos fenómenos existe la menor conexión entre un hecho particular y su resultado. Para cada individuo, el programa es el resultado de una cascada de acontecimientos, todos casuales. La naturaleza misma del código genético impide todo cambio deliberado del programa bajo el efecto de su acción o del medio ambiente, e imposibilita toda influencia sobre el mensaje de los productos de su expresión. El programa no recibe las lecciones de la experiencia.

En cuanto al proyecto, es también una noción que, desde larga data, la intuición asoció al organismo. Mientras se consideró que el mundo viviente representaba, por decirlo así, un sistema a regulación externa, administrado desde el exterior por un poder soberano, ni el origen ni la finalidad de los seres vivientes presentaron dificultades, permaneciendo confundidas con las del universo. Pero, después del establecimiento de una física al comienzo del siglo xvii, el estudio de los seres vivientes se encontró ante una contradicción. Desde entonces fue aumentando la oposición entre, por un lado, la interpretación mecanicista del organismo y, por el otro, la evidente finalidad de ciertos fenómenos, como el desarrollo de un huevo en adulto o el comportamiento de un animal. Este contraste es resumido así por Claude Bernard: “Al admitir que los fenómenos vitales se relacionan con manifestaciones fisicoquímicas, lo que es cierto, no se aclara sin embargo el problema en su conjunto; porque no es un encuentro fortuito de fenómenos fisicoquímicos lo que construye cada ser según un plan y de acuerdo a un diseño fijado y previsto de antemano... Los fenómenos vitales poseen indudablemente condiciones fisicoquímicas rigurosamente determinadas; pero al mismo tiempo se subordinan y suceden encadenadamente y de acuerdo a leyes fijadas de antemano: se repiten eternamente, con orden, regularidad, constancia, y se armonizan para lograr un resultado que es la organización y crecimiento del individuo, animal o vegetal. Existe una especie de diseño preestablecido de cada ser y de cada órgano, de forma tal que, si bien aisladamente cada fenómeno de la economía es tributario de as fuerzas generales de la naturaleza, cuando se lo analiza en sus relaciones con los otros, revela un lazo especial, parece dirigido por algún guía invisible en la ruta que sigue y lo lleva al lugar que ocupa” (‘Leçons sur les phénoméns de la vie 1878 t, I pp. 50-51). Actualmente, no es necesario cambiar una sola palabra de estas líneas. No hay una sola expresión que la biología moderna no haga propia. Simplemente, la contradicción desapareció con la descripción de la herencia como un programa cifrado en una secuencia de radicales químicos.

En un ser viviente, todo está dispuesto teniendo como propósito la reproducción. ¿Qué destino pueden ambicionar una bacteria, una ameba, un helecho, sino formar dos bacterias, dos amebas, muchos helechos? No existen actualmente seres vivientes sobre la Tierra sino porque otros seres se reprodujeron tenazmente desde hace dos mil millones de anos o más. Tratemos de imaginar un mundo todavía sin habitantes. Es concebible que puedan organizarse sistemas con ciertas propiedades vitales, como el poder de reaccionar a ciertos estímulos, de asimilar, de respirar, incluso de crecer; pero no de reproducirse. ¿Puede calificarse a estos sistemas de vivientes? Cada uno de ellos representa el fruto de una larga y penosa elaboración. Cada nacimiento es un acontecimiento único, sin futuro. Es recomenzar cada vez. Al estar siempre a merced de algún cataclismo local, tales organizaciones sólo pueden tener una existencia efímera. Además, su estructura se encuentra rígidamente fijada desde el comienzo, sin posibilidad de cambio. Por el contrario, si emerge un sistema capaz de reproducirse, incluso mal, lentamente, a un costo muy elevado, dicho sistema, sin duda alguna, es viviente. Se diseminará allí donde las condiciones se lo permitan. Cuanto más se disemine, más estará al abrigo de una catástrofe. Una vez finalizado el largo período de incubación, esta organización se perpetúa mediante la repetición de acontecimientos idénticos. El primer paso fue dado de una vez por todas. Pero, para tal sistema, la reproducción que constituye la causa misma de su existencia se convierte también en su finalidad. Está condenado a reproducirse o a desaparecer. Y e conocen seres que se han sucedido, inmutables, durante un número enorme de generaciones. Se conocen plantas anuales donde nada cambió durante millones de anos, y por lo tanto a través, por lo menos, de un número igual de ciclos sucesivos. La Límula de las playas permaneció idéntica a lo que muestran los fósiles de la era secundaria. Esto significa que durante todo ese tiempo el programa no cambió, que cada generación cumplió exactamente con su rol, que consistía en reproducir exactamente el programa para la siguiente generación.

Pero si, además, aparece en el sistema un acontecimiento que “mejora” el programa y facilita, de una u otra manera, la reproducción de ciertos descendientes, éstos heredan naturalmente el poder de multiplicarse mejor. La finalidad del programa transforma hasta ciertos cambios de programa en factores de adaptación. Porque la variabilidad es una cualidad inherente a la naturaleza misma de lo viviente, a la estructura del programa, a la forma en que se copia a cada generación. Las modificaciones del programa se producen ciegamente. Es solamente después de sucedidas que se produce la selección, por el hecho mismo de que todo organismo que aparece es sometido enseguida a la prueba de la reproducción. La famosa “lucha por la vida” no es finalmente sino un concurso por la descendencia. Lucha sin fin, pues recomienza a cada generación. En esta competencia eterna sólo hay un criterio, la fecundidad.

En esta lucha triunfan automáticamente los más prolíferos, a través de un enfrentamiento sutil entre las poblaciones y su medio. A fuerza de favorecer siempre a aquellos que tienen más descendientes, la reproducción finaliza por dirigir las poblaciones por vías bien precisas. La selección natural no expresa sino la regulación impuesta a la multiplicación de los organismos por aquello que los rodea. Si el mundo viviente evoluciona en sentido opuesto al del mundo inanimado, si se dirige, no hacia el desorden sino hacia un orden creciente, es gracias a esta exigencia impuesta a los seres vivientes de reproducirse siempre más, siempre mejor. Gracias a la necesidad de la reproducción, los mismos elementos que conducirán ineluctablemente un sistema inerte a la desagregación se convierten, en los seres vivientes, en fuente de novedad y diversidad.

La noción de programa permite establecer una neta diferencia entre los dos dominios de orden que trata de establecer la biología en el mundo viviente. Contrariamente a lo que a menudo se cree, la biología no es una ciencia unificada. La heterogeneidad de los objetos, la divergencia de intereses, la variedad de las técnicas, todo ello contribuye a multiplicar las disciplinas. En los extremos de la gama se distinguen dos grandes tendencias, dos actitudes que terminan por oponerse radicalmente. La primera de estas actitudes puede ser calificada como integracionista o evolucionista. Para ella, no solamente el organismo no es disociable en sus partes constituyentes, sino que a menudo es más conveniente considerarlo como elemento de un sistema de orden superior, grupo, especie, población, familia ecológica. Esta biología se interesa en las colectividades, en los comportamientos, en las relaciones que los organismos mantienen entre sí o con su medio. Busca en los fósiles el rastro de la aparición de las formas que viven actualmente. Impresionada por la increíble diversidad de seres, analiza la estructura del mundo viviente, busca la causa de los caracteres existentes, describe el mecanismo de las adaptaciones.

Su propósito es precisar las fuerzas y los caminos que condujeron a los sistemas vivientes a la fauna y flora actuales. Para la biología integracionista, el órgano y la función no ofrecen interés sino corno parte de un todo constituido, no solamente por el organismo, sino por la especie, con su cortejo de sexualidad de presas, de enemigos, de comunicación, de ritos. El biólogo integracionista rehúsa considerar que todas las propiedades de un ser viviente, su comportamiento, sus realizaciones puedan explicarse solamente por sus estructuras moleculares. Para él, la biología no puede reducirse a la física y a la química. No es que quiera invocar lo incognoscible de una fuerza vital. Sino porque, a todos los niveles, la integración da a los sistemas propiedades que no tienen sus elementos. El todo no es solamente la suma de las partes.


En el otro polo de la biología se manifiesta la actitud opuesta, que se puede denominar atomista o reduccionista. Para ella el organismo es una totalidad, pero que debe ser explicado solamente por las propiedades de las partes. Se interesa en el órgano, en los tejidos, en la célula, en las moléculas. La biología atomista trata de explicar las funciones únicamente por las estructuras. Sensible a la unidad de composición y funcionamiento que observa tras la diversidad de los seres vivientes, ve en la actuación del organismo la expresión de sus reacciones químicas. El biólogo atomista trata de aislar los constituyentes de un ser viviente y de encontrar las condiciones que le permitan estudiarlos en un tubo de ensayo. Variando estas condiciones, repitiendo las experiencias, precisando cada parámetro, este biólogo trata de dominar el sistema y de eliminar las variables. Su esperanza es descomponer lo más posible la complejidad del sistema, para analizar los elementos con el ideal de pureza y certeza que representan las experiencias físicas y químicas. Para él, no existe ningún carácter del organismo que no pueda ser finalmente descrito en términos de moléculas y de sus interacciones. Ciertamente, no se trata de negar los fenómenos de integración y de emergencia. Sin duda alguna, el todo puede tener propiedades de las que están desprovistos los constituyentes. Pero estas propiedades resultan de la estructura misma de estos constituyentes y de su combinación.


Se ve cuán diferentes son estas dos actitudes. Entre ambas, no hay solamente una diferencia de método y de objetivo, sino también de lenguaje, de esquemas conceptuales y, por lo tanto, de explicaciones causales por las que se justifica el mundo viviente. La una se ocupa de las causas lejanas que hacen intervenir la historia de la Tierra y de los seres vivientes durante millones de generaciones. La otra, por el contrario, se ocupa de las causas inmediatas que ponen en juego los constituyentes del organismo, su funcionamiento, las reacciones a aquello que lo rodea. Muchas controversias y malentendidos, principalmente sobre la finalidad de los seres vivientes, se deben a una confusión entre estas dos actitudes de la biología. Cada una de ellas trata de instaurar un orden en el mundo viviente, Para l una, se trata del orden por el cual se ligan los seres, se establecen las filiaciones, se bosquejan las especies. Para la otra, se trata del orden entre las estructuras por el que se determinan las funciones, se coordinan las actividades, se integra el organismo. La primera considera a los seres vivientes como los elementos de un vasto sistema que engloba toda la Tierra. La segunda se interesa en el sistema formado por cada ser viviente. La una trata de establecer un orden entre los organismos; la otra en el interior del organismo. Ambos órdenes se articulan a nivel de la herencia, que constituye, por así decir, el orden del orden biológico. Si las especies son estables, es porque el programa es copiado escrupulosamente, signo por signo, de una generación a la otra. Si ellas varían, es porque, de tanto en tanto, el programa se modifica. Por una parte, se trata entonces de analizar la estructura del programa, su lógica, su ejecución. Por la otra, se trata de buscar la historia de los programas, sus cambios de rumbo, las leyes que rigen sus transformaciones a través de las generaciones, en función de los sistemas ecológicos. Pero en todos los casos, es la finalidad de la reproducción la que justifica tanto la estructura de los sistemas actualmente vivientes, como su historia. El más insignificante organismo, la más pequeña célula, la diminuta molécula de proteína, son el resultado de una experimentación que prosiguió sin descanso durante dos mil millones de anos.


¿Qué significación podría tener un mecanismo que regula la producción de un metabolito por una célula, sino una economía de síntesis y de energía? ¿O qué significado podría tener el efecto de una hormona sobre el comportamiento de un pez, sino el de hacerle proteger su descendencia? Es con una finalidad precisa que una molécula de hemoglobina cambia de conformación de acuerdo a la tensión de oxígeno; que una célula de la suprarrenal produce cortisona; que el ojo de la rana distingue las formas que se mueven ante él; que el ratón huye ante el gato; que un pájaro macho se pavonea ante su hembra. En todos los casos, se trata de una propiedad que otorga al organismo una ventaja en la competición por la descendencia. Ajustar una respuesta al medio, a un enemigo en potencia, a un eventual compañero sexual, eso significa exactamente adaptarse. En la selección natural, un programa genético que imponga el automatismo de tales reacciones tiene el triunfo asegurado sobre aquel que no las posee. Como asimismo tiene el triunfo asegurado un programa que permita el aprendizaje y la adaptación del comportamiento por diversos sistemas de regulación. En todos los casos, la reproducción funciona como el principal ejecutor del mundo viviente. Por una parte, constituye una finalidad para cada organismo. Por la otra, orienta la historia sin finalidad de los organismos. Durante mucho tiempo, el biólogo se encontró ante la teleología como ante una mujer de la que no puede prescindir, pero en compañía de la cual no ser visto en público. A esta unión oculta, el concepto de programa otorga ahora un status legal.

La biología moderna tiene la ambición de interpretar las propiedades del organismo en base a la estructura de las moléculas que lo constituyen. En este sentido, corresponde a una nueva era del mecanicismo. El programa representa un modulo similar al de la. calculadoras electrónicas. Asimila el material genético de un huevo a la cinta magnética de una computadora. Contiene una serie de operaciones a efectuar, la rigidez de su sucesión en el tiempo, el esquema que las une. En, realidad, ambos tipos de- programas difieren en muchos aspectos. En primer término, por sus propiedades. El uno es modificable a voluntad, no así el otro: en un programa magnético, la información se agrega o se borra en función de los resultados obtenidos; la estructura nucleica, por el contrario, no es accesible a la experiencia adquirida y permanece invariable a través de las generaciones.

Los dos programas difieren también por su rol y por las relaciones que mantienen con los órganos de ejecución. Las instrucciones de la máquina no actúan sobre sus estructuras físicas o sobre las piezas que la componen. Las del organismo, en cambio, determinan la producción de sus propios constituyentes, es decir, de los órganos encargados de ejecutar el programa. Aun si se construyera una máquina capaz de reproducirse, sólo podría formar copias de lo que ella misma es en el momento de producirlas. Toda máquina se desgasta con el tiempo. Poco a poco, las hijas se convertirían, necesariamente, en algo menos perfecto que las madres. En algunas generaciones, el sistema derivaría un poco más cada vez hacia el desorden estadístico. La descendencia estaría condenada a la muerte. Por el contrario, reproducir un ser viviente no es copiar al padre tal como es éste en el momento de la procreación. Es crear un nuevo ser. Es poner en marcha, a partir de un estado inicial, una serie de acontecimientos que conducirán a la adultez. Cada generación parte, no de cero, sino de mínimo vital, es decir, de la célula.

En el programa están contenidas las operaciones que recorren cada vez todo el ciclo, que conducen a cada individuo de la juventud a la muerte. Además, no todo está fijado con rigidez por el programa genético. A menudo, éste no hace sino establecer ciertos límites a la acción del medio, o incluso dar al organismo la capacidad de reaccionar, el poder de adquirir un suplemento de información no innata. Fenómenos como la regeneración, o las modificaciones inducidas por el medio en el individuo, demuestran con claridad una cierta flexibilidad en la expresión del programa. A medida que se complican los organismos y que aumenta la importancia de su sistema nervioso, las instrucciones genéticas les confieren nuevas potencialidades, como la capacidad de recordar o aprender. Pero el programa interviene incluso en estos fenómenos. Se manifiesta en el aprendizaje, por ejemplo, para determinar lo que puede ser aprendido y cuándo debe tener lugar el aprendizaje en el curso de la vida. O en la memoria, para limitar la naturaleza de los recuerdos, su número, su duración. Por lo tanto la rigidez del programa varía según las operaciones. Algunas instrucciones son ejecutadas al pie de la letra, Otras se traducen por capacidades o potencialidades. Pero, ni fin de cuentas, es el programa mismo el que fija su grado de flexibilidad y la gama de variaciones posibles.

Estamos tratando aquí sobre la herencia y la reproducción. Estamos considerando las transformaciones que modificaron progresivamente la forma de considerar la naturaleza de los seres vivientes, su estructura, su permanencia al cabo de las generaciones. Para un biólogo, existen dos formas de considerar la historia de su ciencia. En primer término, se puede considerar la sucesión de las ideas y su genealogía. Se busca entonces el, hilo que guió el pensamiento hasta las teorías actualmente en vigencia. Esta historia se hace, por así decir, a contrapelo, por extrapolación del presente hacia el pasado. De una en una, se elige la hipótesis anterior a la actualmente en curso, después la anterior a la anterior y así sucesivamente.

Cuando se procede de esta forma, las ideas adquieren una cierta independencia. Se comportan un poco como seres vivientes; nacen, engendran y mueren. Puesto que tienen valor explicativo, tienen poder de infección y de invasión. Por lo tanto, existe una evolución de las ideas, sometida tanto a una selección natural fundada en un criterio de interpretación teórica, y por lo tanto de reutilización práctica, como a la sola teleología de la razón. De acuerdo a esta perspectiva, la generación espontánea, por ejemplo, comienza a esfumarse con las experiencias de Francisco Redi. Pierde todavía más terreno con las experiencias de Spallanzani, y desaparece definitivamente con las de Pasteur. Pero no se comprende entonces por
qué es necesario esperar que Pasteur repita, aún perfeccionándolos, los trabajos de Spallanzani, para obtener las mismas conclusiones. Ni por que Needham hace exactamente lo mismo que Spallanzani, encuentra resultados inversos y deduce conclusiones opuestas. Lo mismo pasa con la teoría de la evolución. Se puede ver en Lamarck el precursor de Darwin, en Buffon el precursor de Lamarck, en Benoit de Maillet el de Buffon y así sucesivamente. Pero es valido entonces preguntarse por qué al comienzo del siglo XIX, los mismos que, como Goethe, Erasmo, Darwin o Geoffroy Saint-Hilaire, seguían atentamente los argumentos en favor del transformismo descuidan casi totalmente las ideas de Lamarck.

Existe otra manera de considerar la historia de la biología. Es investigar de qué manera los objetos se transforman en accesibles al análisis, permitiendo así a nuevos dominios constituirse en ciencias. Se trata entonces de precisar la naturaleza de estos objetos, la actitud de aquellos que los estudian, su manera de observar, los obstáculos que su cultura levanta ante ellos. La importancia de un concepto se mide por su valor operacional, por la importancia que tiene para dirigir la observación y la experiencia. No existe más, entonces, una filiación más o menos lineal de ideas que se engendran las unas a las otras. Hay un dominio que el pensamiento trata de explorar; donde trata de establecer un orden, donde intente constituir un mundo de relaciones abstractas que estén de acuerdo, no solamente con las observaciones y las técnicas, Sino también con las prácticas, los valores, las interpretaciones en vigencia. Las ideas otrora repudiadas cobran a menudo tanta importancia como aquellas con las que se identifica la ciencia actual, y los obstáculos tanta importancia como los caminos abiertos. El conocimiento funciona acá a dos niveles. Cada época se caracteriza por el campo de lo posible, definido no solamente por las teorías o creencias en vigencia, sino también por la naturaleza de los objetos accesibles al análisis, por el equipo para estudiarlos, por la forma de observarlos y de hablar de ellos. Es solamente dentro de esta zona que puede evolucionar la lógica. Es dentro de los límites así fijados que maniobran las ideas, que se ensayan y se oponen.

Entre todos los enunciados posibles, se trata entonces de elegir aquel que integre, lo más exactamente posible, los resultados del análisis. Es en este punto donde interviene el individuo. Pero en esta discusión sin fin entre lo que es y lo que puede ser, en la búsqueda de una fisura por la que pueda revelarse otra forma de lo posible, el margen dejado al individuo es, a veces, muy estrecho. Y la importancia del individuo disminuye tanto más cuanto mayor es el número de los que practican la ciencia. A menudo, si una observación no es hecha aquí hoy, lo será mañana en algún otro lado. Uno podría preguntarse qué hubiera sido del pensamiento científico si Newton hubiera trabajado recogiendo manzanas, Darwin hubiera sido capitán de alta mar, o Einstein ese plomero que, según él mismo decía, lamentaba no haber sido. En el peor de los casos, hubiera habido probablemente algunos anos de retraso para la gravitación o la relatividad. Probablemente, ni siquiera eso para la evolución, que ya Wallace anunciaba al mismo tiempo que Darwin. Cuando una actitud se manifiesta muy temprano, como la de Mendel, nadie le presta atención. Cuando ella se hace posible para el reducido número de los especialistas, entonces se la encuentra simultáneamente en varios lugares. Pero en compensación, las teorías científicas, una vez aceptadas, contribuyen más que las otras a reorganizar el dominio de lo posible, a modificar la manera de considerar las cosas, a hacer aparecer nuevas relaciones u objetos; en una palabra, a cambiar el orden en vigencia.


Esta forma de considerar la evolución de una ciencia como la biología difiere profundamente de la anterior. Ya no se trata de buscar el camino más fácil que transitaron las ideas; de ver retrospectivamente la marcha segura de un progreso hacia lo que ahora parece ser la solución; de utilizar los valores racionales actualmente en vigencia para interpretar el pasado y buscar en él la prefiguración del presente. Se trata, por el contrario, de ubicar las etapas del conocimiento, de precisar las transformaciones, de captar las condiciones que permiten a los objetos y a las interpretaciones entrar en el campo de lo posible. La eliminación de la generación espontánea, entonces, no es más una operación casi lineal que conduce de Redi a Pasteur pasando por Spallanzani. Darwin no es simplemente el hijo de Lamarck y el nieto de Buffon. La desaparición de la generación espontánea y la aparición de una teoría de la evolución se transforman en productos de la mitad del siglo XIX, considerado en su totalidad. Hacen intervenir el concepto de vida y el de historia en el conocimiento de los seres, y sólo pueden producirse una vez delimitada la especie, interrumpida la continuidad entre lo orgánico y lo inorgánico, eliminada la serie de transiciones que conducen insensiblemente de los organismos más simples a los más complejos. Al fin de cuentas, por su rigidez y dogmatismo, por su obstinación en no considerar más que la invariabilidad de las especies, Linneo y Cuvier contribuyeron a la eliminación de la generación espontánea por lo menos tanto como Redi y Spallanzani con sus experiencias. Y al romper el viejo mito de la cadena de los seres vivientes, Cuvier contribuyó a posibilitar una teoría de la evolución quizás más que Lamarck generalizando el transformismo del siglo XVIII.


En biología existe un gran número de generalizaciones, pero muy pocas teorías.

Entre éstas, la teoría de la evolución es indudablemente la más importante, porque reúne, en los dominios más variados, una masa de observaciones que sin ella permanecerían aisladas; porque vincula entre sí todas las disciplinas relacionadas con los seres vivientes; porque establece un orden en la extraordinaria variedad de organismos y los liga al resto de la tierra; en una palabra, porque ofrece una explicación causal del mundo viviente y de su heterogeneidad. La teoría de la evolución puede resumirse esencialmente en dos proposiciones. La primera establece que todos los organismos, pasados, presentes o futuros, descienden de uno solo, o de algunos raros sistemas vivientes que se formaron espontáneamente. La segunda es que las especies derivaron las unas de las otras mediante la selección natural de los mejores reproductores. La teoría de la evolución presenta el más grave de los defectos para una teoría científica: al estar fundada sobre la historia, no se presta a ninguna verificación directa. Si, pese a ello, tiene un carácter científico y no mágico o religioso, es que permanece sometida a un desmentido que podría aportarle un día la experiencia. Al formularla, se corre el riesgo de ser algún día contradicho por alguna observación. Hasta el presente, sin embargo, la mayoría de las generalizaciones que estableció la biología no hacen sino reflejar y confirmar ciertos aspectos de la teoría de la evolución. Este es el caso en toda una serie de proposiciones del siguiente tipo: todos lo seres vivientes están compuestos de células; todos los seres vivientes utilizan los mismos isómeros ópticos; la información genética de un organismo está contenida en el ácido desoxirribonucleico; la energía que necesitan los seres vivientes les está suministrada por reacciones químicas, donde las fosforilaciones están acopladas a la utilización ya sea de un compuesto químico, ya sea de la luz. En el curso de este siglo, lo que demostraron la fisiología y la bioquímica es, en primer lugar, la unidad de composición y de funcionamiento en el mundo viviente

Más allá de la diversidad de formas y de la variedad de comportamientos, todos los organismos utilizan los mismos materiales para efectuar reacciones similares. Es como si, en su conjunto, el mundo viviente utilizara siempre los mismos ingredientes y las mismas recetas, aportando sólo algo de fantasía en la cocción y en los condimentos. Es necesario admitir entonces que, una vez hallada la mejor receta, la naturaleza ya no la abandonó en el curso de la evolución. Cualquiera que sea su especialidad, los organismos, las células o las moléculas, no existe ningún biólogo actualmente que no haya debido, tarde o temprano, referirse a la evolución para interpretar los resultados de su análisis. En cuanto a las otras teorías que produjo la biología, por ejemplo la de la conducción nerviosa o la de la herencia, son eh general de una extrema simplicidad, y sólo hacen intervenir una modesta parte de abstracción. Y cuando surge alguna entidad abstracta, como el gene, el biólogo no puede detenerse hasta haberlo substituido por elementos materiales, ya sean partículas o moléculas. Es como si para perdurar en biología, una teoría debiera referirse a algún modelo concreto.


Con toda probabilidad, lo que transformó más profundamente el estudio de los seres vivientes es el acceso al análisis de nuevos objetos. Y esto no siempre como consecuencia de la aparición de nuevas técnicas que aumentan el equipamiento sensorial, sino más bien como resultado de un cambio en la manera de contemplar el organismo, de interrogarlo, de formular las preguntas a las que la observación debe responder. En efecto, a menudo se trata simplemente de un cambio de iluminación que hace desaparecer un obstáculo, que hace emerger de la sombra ciertos aspectos de un objeto, alguna relación hasta entonces invisible. No es la aparición de un instrumento hasta entonces desconocido lo que permite, al fin del siglo XVIII, comparar la pata del caballo y la pierna del hombre para ver las analogías estructurales y funcionales. Entre la mano de Fernel, creador del término “fisiología” y la de Harvey, que torna la circulación sanguínea accesible a la experimentación, el escalpelo no cambió de forma ni propiedades. Entre aquellos que, a lo largo del siglo XIX, se interesan en la herencia, hasta Mendel, sólo existe una ligera diferencia en la elección de los objetos experimentales, en lo que se contempla y, sobre todo, en lo que se descarta. Y si la obra de Mendel permanece ignorada durante más de treinta anos, es que ni los biólogos profesionales, ni los criadores, ni los horticultores están aún en condiciones de adoptar su actitud. “Aquellos que buscan a Dios lo encuentran”, decía Pascal. Pero jamás se encuentra sino el Dios que se busca.



Incluso cuando un instrumento aumenta bruscamente el poder de resolución de los sentidos, no representa jamás sino la aplicación práctica de un concepto abstracto. El microscopio es la reutilización de las teorías físicas sobre la luz. Y no basta con un objeto hasta entonces invisible para transformarlo en objeto c1, análisis. Cuando Leeuwenhoek contempla por primera vez una gota de agua en el microscopio, encuentra en ella un mundo desconocido: formas que pululan; seres que viven; toda una fauna imprevisible que l instrumento, bruscamente, hace accesible a la observación. Pero el pensamiento de ese entonces no sabe qué hacer con ese mundo. No tiene ningún empleo para proponer a esos seres microscópicos, ninguna relación para unirlos al resto del mundo viviente. Este descubrimiento permite solamente alimentar conversaciones. Que seres tan pequeños que el ojo no alcanza a distinguir puedan vivir, nadar, agitarse, he ahí un tema maravilloso, bien adecuado para demostrar el poderío y la generosidad de la Naturaleza. Es también un tema de distracción para los cursos y los salones que siguen con interés la ciencia divertida. Finalmente, es un tema de escándalo para aquellos que, como Buffon, ven en estos seres microscópicos una especie de insulto a todo el mundo viviente. Que una gota de agua pueda contener millares de cuerpos vivientes, es un insulto a todos los seres y, sobre todo, al más noble entre ello Cuando, en el mismo momento, Roberto Hooke observa un trozo de corcho al microscopio, distingue un tipo de alvéolos que bautiza células. Malpighi y otros encuentran estructuras similares en cortes le ciertos parénquimas vegetales. Pero no están en condiciones de extraer la menor conclusión sobre la constitución de las plantas. Al final del siglo XVII, el problema es analizar la estructura visible de los seres vivientes, y no descomponerlo en subunidades. El único dominio donde el pensamiento está listo para recoger las revelaciones del microscopio, es el de la generación. Por falta de un equipo sensorial adecuado, tos acontecimientos que acompañan la mezcla de las simientes y el desarrollo del huevo permanecieron siempre ocultas. Entonces, cuando Leeuwenhoek y Hartsoeker distinguen, en el líquido espermático de varias clases de animales machos; “animalículos” que nadan febrilmente, éstos encuentran enseguida un uso. Uso equivocado, por otra parte, puesto que durante largo tiempo se trata de considerar a estos animalículos como los únicos artesanos de la generación o de reducir su papel al de simples comparsas. Para que un objeto sea accesible al análisis, no basta con percibirlo. Es necesario también que exista una teoría lista para recibirlo. En el intercambio entre la teoría y la experiencia, es siempre la primera quien entabla el diálogo. Es ella la que determina la forma de la pregunta, y por lo tanto los límites de la respuesta. Pasteur decía: »el azar favorece solamente a los espíritus preparados. Aquí, el azar significa que la observación fue hecha por accidente y no para verificar la teoría. Pero la teoría ya estaba presente, permitiendo interpretar el accidente.

Como las demás ciencias de la naturaleza, la biología perdió actualmente muchas de sus ilusiones, Ya no busca más la verdad, construye la suya. La realidad aparece entonces como un equilibrio siempre estable En el estudio de los seres vivientes, la historia pone en evidencia una sucesión de oscilaciones, un movimiento pendular entre lo continuo y lo discontinuo, entre la estructura y la función, entre la identidad de los fenómenos y la diversidad de los seres. De este balanceo emerge, poco a poco, la arquitectura de lo viviente, revelándose en capas cuyas partes más profundas están siempre ocultas. Según las palabras de Jean Perrin, tanto en el mundo viviente como fuera de él, se trata siempre de “explicar lo visible complicado por lo invisible simple”. Pero tanto en los seres como en las cosas, se trata de un invisible con cajones. No existe una organización de lo viviente, sino una serie de organizaciones metidas las unas dentro de las otras como las muñecas rusas. Detrás de cada una se oculta otra. Más allá de cada estructura accesible al análisis, termina por revelarse una nueva estructura, de orden superior, que integra la primera y le confiere sus propiedades. Sólo se accede a ésta trastornando aquélla, descomponiendo el espacio del organismo para recomponerlo según otras leyes. A cada nivel de organización evidenciado de esta manera, corresponde una nueva forma de considerar la formación de los seres vivientes.

Desde el siglo XVI aparece así, en cuatro instancias sucesivas, una nueva organización, una estructura de orden cada vez más elevado: primero, con el comienzo del siglo XVII, la disposición de las superficies visibles, lo que puede llamarse estructura de orden uno, luego, al final del siglo XVIII, “la organización”, la estructura de orden dos que abarca órganos y funciones y se resuelve finalmente en células; al comienzo del siglo XX le siguen los cromosomas y los genes, estructuras de orden tres ocultas en el interior de la célula; y finalmente, en la mitad de este siglo, la molécula de ácido nucleico, estructura de orden cuatro sobre la que reposan actualmente la conformación de todo organismo, sus propiedades, su permanencia a través de las generaciones. El análisis de los seres vivientes converge, por turno, sobre cada una de estas organizaciones.

Lo que se trató de describir aquí son las condiciones que, desde el siglo XVI, permitieron la aparición sucesiva de estas estructuras. Es la forma en que la generación, creación renovada cada vez y exigiendo siempre la intervención de alguna fuerza externa, se transformó en reproducción, propiedad interna de todo sistema viviente. Es el acceso a esos objetos cada vez más ocultos que constituyen las células, los genes, las moléculas de ácido nucleico.

El descubrimiento de cada muñeca rusa, la puesta en evidencia de estos desniveles sucesivos no resultan simplemente de una acumulación de observaciones y experiencias. Más a menudo, expresan un cambio más profundo, una transformación en la naturaleza misma del conocimiento.

No hacen sino reflejar, en el estudio del mundo viviente, una nueva manera de considerar los objetos.



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